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Yohan retuvo un silbido cuando ingresó a la sala de exposiciones. Nian no había mentido cuando le habló de lo elegante que era la galería que había rentado su maestra para la presentación de las obras.

El salón se extendía imponente, un espacio vasto y majestuoso que parecía no tener fin. Altísimos techos abovedados, adornados con intrincados frescos dorados y candelabros de cristal que colgaban como joyas gigantes, iluminaban suavemente el lugar, creando un ambiente cálido y acogedor pese a la ostentoso que era.

Las paredes, revestidas de un elegante mármol blanco, estaban salpicadas de cuadros de diversos tamaños, cada uno enmarcado en dorados relucientes o maderas finamente talladas. Las pinturas, desde paisajes bucólicos hasta retratos impresionistas, parecían cobrar vida bajo la sutil iluminación dirigida que realzaba cada pincelada, cada detalle.

Yohan se sintió ansioso por ver la forma en que Nian había decidido capturar su imagen, pero este le había pedido que antes de ir a buscarlo se tome su tiempo para apreciar antes las demás obras expuestas. Así que eso hizo, mezclándose con los demás invitados, aunque eso era un poco complicado.

La gente que llenaba la galería estaba vestida con una elegancia que competía con la opulencia del lugar. Hombres en trajes oscuros y bien cortados, algunos con pajaritas, otros con corbatas de seda que complementaban sus camisas blancas. Las mujeres lucían vestidos de gala que fluían hasta el suelo. Los murmullos de las conversaciones llenaban el aire, una sinfonía de tonos suaves y educados.

No cabía duda de que Nian tampoco exageró cuando le habló sobre las distintas conexiones que tenía su maestra de arte. Todos allí lucían como lo que eran; personas importantes e influyentes.

También habían meseros impecablemente vestidos en chaquetas negras que se movían entre los asistentes, llevando charolas repletas de copas de vino tinto y blanco.

Algunos asistentes se detenían frente a las obras, admirando los detalles, sus rostros concentrados en una apreciación silenciosa. Sus dedos señalaban delicadamente ciertas partes de las pinturas, susurros de interpretación y valoración fluían entre ellos. Otros se congregaban en pequeños grupos, sosteniendo sus copas de vino mientras discutían animadamente, gesticulando y señalando hacia las esculturas cercanas, sus risas ocasionales mezclándose con el zumbido general de la conversación.

Yohan se sintió fuera de lugar. Esperaba poder encontrarse con Marcus, Lidya y los padres de Nian pronto, porque de lo contrario no podría tolerar toda la noche, teniendo en cuenta que su amigo iba a estar ocupado y no lo podría acompañar todo el tiempo.

Se detuvo detrás de un grupo de personas que escuchaban con notable interés la descripción de uno de los artistas que presentaban aquella noche. Miró la pintura y no sintió nada. Nian siempre hablaba de su falta de sensibilidad, y estaba en lo cierto. El arte era algo que nunca le había interesado, y lo poco o nada que sabía de él, era por lo que su amigo le hablaba. Solo se volvía interesante cuando escuchaba a Nian con esos ojos soñadores hablar de todas las posibilidades que se le abrían cuando estaba frente a un lienzo.

Yohan podía pasar horas escuchándolo o verlo discernir frente al pulcro lienzo antes de que la inspiración finamente le llegara. La urgencia por ver a Nian creció en su pecho.

Regresó su atención al joven, aunque no pudo entender una sola palabra de lo que dijo. Un bostezo inoportuno se le iba a escapar, así que se cubrió la boca y bajó un poco la cabeza para parecer descortés.

—¿Aburrido?

Yohan se giró, sorprendido por la voz femenina a su lado. Allí estaba una mujer hermosa, quizá unos años mayor que él. Su cabello oscuro caía en suaves ondas y sus ojos brillaban con un destello de diversión. Llevaba un vestido elegante que realzaba su figura.

CAÓTICA DECISIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora