• 𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟖 •

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-¿Qué dices?¿Cómo que la Guardia Civil?- preguntó Leonor, en sususrros ahogados.

-Tía, no sé, no sé qué de que unos han pasado por aquí con un coche robado y quieren mirar las cámaras.

-¿Y por qué les has dejado entrar?- protestó, consciente de que no podían entrar en una propiedad privada sin permiso del dueño.

-Sí, hombre, como para decirles que no y que se piensen cualquier cosa.

-¡A mi no me pueden ver aquí!

Su peor pesadilla: que las autoridades la pillasen, no sólo habiéndole mentido a sus padres, sino en una fiesta con más botellas de alcohol que asistentes, en una casa que en aquellos momentos apestaba a marihuana. Ya podía leer los titulares en su mente: "¡Pillada! La princesa Leonor asiste a una fiesta privada con alcohol, drogas y...¿chicos?". Con futbolistas, encima. Y con un jugador del Barça con el que la prensa rosa ya había levantado algún titular. Como su familia se enterase, la mataban.

-Corred al piso de arriba y escondeos. ¡Va, va!- ordenó.

Leonor, Pedro, Pablo y Lamine se apresuraron a cruzar el kilométrico salón en dirección a las escaleras, que subieron torpemente. Lamine dio un traspiés que estuvo a punto de hacerlo caer. Tanta agilidad en el campo, y luego no sabía actuar en situaciones de emergencia.

En el segundo piso, cada uno buscó escondite donde pudo: abrían la primera puerta que veían y se metían dentro, lo mismo daba que fuese un dormitorio o un baño. Había una infinidad de puertas, parecían no acabar nunca. Mientras Leonor, que se había quedado paralizada en mitad del pasillo intentando decidir dónde meterse, podía escuchar como se abría la puerta de la entrada, y un conjunto de pisadas comenzaban a abrirse paso en la vivienda.

-Pero, ¿qué haces?¡Entra, corre!- dijo Pablo, en susurros tan potentes que parecía estar gritando. Leonor corrió a meterse en la habitación cuya puerta estaba abriendo Pablo, y cerrándola a su paso. La estancia estaba completamente a oscuras.

-No veo nada.- susurró Pablo, rebuscando en el bolsillo de su pantalón para sacar el teléfono y encender la linterna.

Menuda suerte. Habían acabado en un ropero, apenas lo suficientemente grande para que cupiesen los dos. Por el poco espacio, en cuanto Pablo encendió la linterna, la luz de esta dio de lleno a Leonor.

-Apágala, que me voy a quedar ciega.

-¿Prefieres estar a oscuras?

-Métetela en el bolsillo, al menos.

Pablo lo hizo, dejando así una muy tenue iluminación en el habitáculo. En el piso de abajo, se podían escuchar las voces de varios hombres, además de la de Alicia.

𝐌𝐢 𝐫𝐞𝐢𝐧𝐚 | 𝐆𝐚𝐯𝐢 𝐲 𝐋𝐞𝐨𝐧𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora