" 𝐍𝐨 𝐨𝐧𝐞'𝐬 𝐞𝐯𝐞𝐫 𝐡𝐚𝐝 𝐦𝐞, 𝐧𝐨𝐭 𝐥𝐢𝐤𝐞 𝐲𝐨𝐮 "
Gavi y Leonor se conocen en un evento institucional. Él, como ganador de la Eurocopa. Ella, como futura soberana.
Como en cualquier historia, un chico y una chica se enamoran. Sin emba...
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Pablo Martín Páez Gavira había debutado en Primera División con diecisiete años recién cumplidos.
Pablo Martín Páez Gavira había sido galardonado como Golden Boy con dieciocho años.
Pablo Martín Páez Gavira había ganado la Liga de las Naciones a pocas semanas de cumplir los diecinueve años.
Pablo Martín Páez Gavira había ganado la Eurocopa poco antes de cumplir los veinte.
Y aún así, Pablo Martín Páez Gavira no se había sentido tan nervioso en toda su vida. Tras haber participado en eventos de tantísima magnitud a tan poca edad, los nervios no eran algo que soliesen asaltarlo. Más que nervios, antes de algún partido importante sentía más bien adrenalina, que corría por todo su torrente sanguíneo y lo motivaba a darlo todo en el partido. Le encantaba sentir la adrenalina, le encantaba dejarse llevar por ella y que ésta le hiciese dejarse la piel en el campo.
Sin embargo, aquella tarde de viernes, en su apartamento de Barcelona, Pablo no sentía adrenalina. Pablo estaba nervioso. Muy nervioso. Tan nervioso que sentía que en cualquier momento iba a vomitar y cagarse encima al mismo tiempo. Nervioso como nunca antes habia estado en su vida.
Se miró en el espejo del baño por millonésima vez. Para la ocasión, se había puesto un traje hecho a medida, el mismo que había lucido para la última gala del Ballon d'Or. Se había afeitado al milímetro, aunque apenas le saliese barba. Se había perfumado. Se había peinado, repeinado y requetepeinado. Necesitaba estar lo más presentable que hubiera estado en su vida.
Su baño olía al gel de ducha con el que se había limpiado, y su espejo todavía estaba ligeramente empañado. Apagó la luz y fue directo a la cocina a servirse un vaso de agua. Apenas había comido nada, no quería ir a la cena y no poder probar nada. Además, tampoco es que tuviese mucho estómago. Leonor le había informado por mensaje que el chófer de la Familia Real iría a buscarlo a su propia casa, y que de allí lo llevaría hasta La Zarzuela. Tenía por delante casi seis horas de trayecto. Pablo no entendía por qué no podía simplemente ir él, por su cuenta, hasta Madrid. Leonor le intentó explicar que era por temas de privacidad y de seguridad de La Zarzuela, pero a Pablo no terminó de quedarle claro.
Por fin, una llamada de un número no agendado llegó a su teléfono. Una profunda voz de hombre le informó que el coche estaba abajo. Pablo tragó saliva, se ajustó la corbata por enésima vez ante el espejo de la entrada, y salió.
Aparcado frente a su edificio le esperaba un despampanante Rolls Royce negro con los cristales tintados. Pablo abrió la puerta trasera y se introdujo en el vehículo, como si de un taxi se tratase.
-Buenas.- murmuró.
Al volante, un hombre de mediana edad, trajeado y con gafas de sol, lo miró por el espejo retrovisor.