• 𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐𝟏 •

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Finalizada aquella demoledora charla, el Rey se retiró a sus aposentos, y Pablo siguió a una joven sirvienta por los pasillos del palacio, hasta que ésta se detuvo frente a una puerta doble.

-Su habitación, señor.- indicó ésta. Era una chica bastante mona; morena, con las mejillas redondas salpicadas en pecas y unos ojos oscuros y almendrados. No sería mucho mayor que él. Si Pablo no hubiese estado tan destrozado, le hubiera parecido muy guapa.

-Muchas gracias.- dijo Pablo, esbozando una pequeña sonrisa.

-En la cómoda tiene un pijama, y en el baño hay toallas y un albornoz.

-Ah, de acuerdo.

-Y si lo desea, puede dejar fuera su traje, y lo llevaremos a la lavandería; para mañana lo tendrá lavado y planchado.

-Sí, vale.

-Y también tiene un botón en la mesita de noche. Púlselo si necesita cualquier cosa, y en seguida irá un miembro del personal a atenderlo.

-De acuerdo.

Pablo, un poco abrumado por tanto lujo, vio cómo la chica volvía a desaparecer por los pasillos. Entró en el dormitorio, que era muy similar a los de las suites de los hoteles de cinco estrellas; una cama de matrimonio bastante amplia, con una elegante ropa de cama y cubierta de almohadones, muebles de madera oscura, una moqueta color burdeos con delicadísimos patrones, una ventana grande velada por cortinas de gasa blanca.

Pablo se sentía completamente desconectado de su mente, como si él ni estuviese allí, tan sólo su cuerpo, que se movía con piloto automático. Todavía sentía la voz del rey retumbar en sus tímpanos, y el eco de sus palabras no abandonaba su cabeza. Tenía el llanto aprisionado en su pecho, luchando por ser liberado. Se tragó las lágrimas mientras se sacaba los mocasines y se deshacía la corbata. Se moría de ganas de quitarse aquel estúpido traje, que encima estaría empapado de sudor en la zona de las axilas de todo lo que el sevillano había transpirado durante la cena. Se desabotonó la camisa y se la quitó de encima como si estuviese en llamas. Lo mismo con el cinturón y los pantalones, quedando sólo en ropa interior. Recogió todas las prendas y las colocó en una silla tapizada que había junto a la puerta. Se dirigió a la cómoda de madera oscura y abrió el primer cajón. Efectivamente, allí había un pijama azul cielo, perfectamente lavado y planchado. Pablo tomó la parte superior y la estiró, pegándole contra su pecho; era de textura satinada y de tipo camisero; parecía de esos pijamas de Intimissimi que compraban las chicas. A Pablo le daba un poco de vergüenza ponerse aquello, además, hacia demasiado calor como para dormir con manga larga y pantalón largo. Decidió que era mejor idea dormir en ropa interior. Total, nadie iba a verle.

En el baño anexo a la habitación se echó agua fría en la cara antes de examinar su rostro en el espejo: ojos enrojecidos por el llanto, y subrayados por las ojeras de no haber dormido nada la noche anterior. Los labios enrojecidos e inflamados, las mejillas hundidas. Daba lástima.

𝐌𝐢 𝐫𝐞𝐢𝐧𝐚 | 𝐆𝐚𝐯𝐢 𝐲 𝐋𝐞𝐨𝐧𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora