• 𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐𝟎 •

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Las puertas se abrieron ante Pablo como las de un matadero abriéndose ante un ternero. El sevillano sentía que caminaba hacia su propia ejecución. Dentro se encontraba una sala, tan suntuosa como el resto del palacio, en tonos claros y alumbrada por la luz anaranjada de una lámpara de araña. En su interior; los Reyes de España, la Infanta Sofía, y la Reina emérita los esperaban. Ninguno de los cuatro pudo disimular el rostro del sorpresa al ver a Pablo aparecer junto a Leonor.

Primer reto: ¿cómo coño se presentaba ante aquellas figuras de la realeza? El día de celebración de la Eurocopa les había saludado con un apretón de manos, pero Pablo intuía que la etiqueta para una ocasión como aquella debía ser algo distinta. Optó por hacer una pequeña reverencia con la parte superior de su cuerpo.

-Un placer.- murmuró, tratando de no tartamudear.

Con vacilación, y alentado por el pequeño empujón que le dio Leonor por la espalda, Pablo se acercó a ellos. Cuatro pares de ojos fríos como el hielo lo miraban, probablemente analizando al milímetro su cara, su cuerpo, el traje que llevaba puesto y el peinado en su cabeza. Los rostros de los Reyes y de la Infanta eran más amigables, los de la abuela, menos. De hecho, la mujer se dedicaba a mirar a Pablo con la misma expresión de disgusto que si fuese un intruso.

-El placer es nuestro.- dijo La Reina asintiendo con la cabeza, siendo la única de los cuatro que había logrado salir lo suficiente de su asombro para poder hablar.- ¿Quieres una copa, o vamos directamente a cenar?

-No, eh...cenemos, sí.

Los seis tomaron asiento en una mesa alargada, centrada por un candelabro dorado. En uno de los extremos, se sentó la abuela Sofía, y en el otro, como no podía ser de otra forma, el Rey.

Pablo tomó asiento junto a Leonor. Frente a él se encontraba la hermana pequeña de Leonor, y junto a ella, su madre. Sofía miraba a Pablo con una chispa de diversión en sus ojos azules, que de vez en cuando desviaba a su hermana, con cara de circunstancias. Lo miraba como si lo tuviese calado, como si supiese algo de Pablo que los demás no. Eso hacía que el sevillano, ya de por sí alterado, se tensase aún más en su asiento.

Pablo miró abajo. Nuevo reto: el protocolo de la mesa. Dispuestos frente a él había un plato hondo sobre uno llano, ambos de finísima porcelana y rebordes dorados. A la izquierda de los platos había tres tenedores distintos, y a la derecha, tres cuchillos y dos cucharas, además de una pequeña cuchara y un pequeño tenedor colocados en horizontal por encima. Otro asunto eran las copas: había cuatro. Pablo por lo menos podía reconocer sin equivocación que el platillo dispuesto en la esquina superior izquierda era para el pan.

Recordando lo que le había dicho Leonor, e imitando al resto de comensales, Pablo desdobló la servilleta blanca puesta sobre el plato hondo y se la colocó en el regazo. Tragó saliva mientras sentía cómo los demás lo miraban.

𝐌𝐢 𝐫𝐞𝐢𝐧𝐚 | 𝐆𝐚𝐯𝐢 𝐲 𝐋𝐞𝐨𝐧𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora