• 𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐𝟐 •

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Es curiosa la rapidez con la que los sentimientos mutan. El amor puede pasar muy rápidamente al odio, el odio, a la tristeza, la tristeza, a la apatía. Los sentimientos arrastran todo, contaminan al cuerpo entero, y con él, a la persona que los vive. Da miedo pensar en lo mucho que somos presa de nosotros mismos.

Algo que se ha vivido con tanta intensidad no puede sino convertirse en un dolor igual de intenso. El corazón se rompe, el amor se escapa y no tiene a dónde ir, y al igual que una planta que no es nutrida por el sol, se marchita y muere.

Cuando Leonor se despertó a la mañana siguiente, comprobó que no sentía nada. No sentía dolor, ni tristeza, ni odio, ni cansancio, ni hambre, ni calor, ni frío. No sentía. Como si todo su cuerpo se hubiese apagado. Tan sólo notaba cómo una fuerza invisible se posaba sobre ella, inmovilizándola contra la cama, imposibilitando sus movimientos. Procuraba no pensar, porque sabía que si pensaba no iba a poder evitar las lágrimas, las mismas que había estado derramando durante toda la noche anterior, incapaz de conciliar el sueño.

-¿Alteza?¿Todo bien?- inquirió la sirvienta que acudió a su alcoba a despertarla. Notó que Leonor tenía una expresión indescifrable, y que no le había respondido en cuanto ésta le había enumerado las actividades programadas para el día, como acostumbraba a hacer.

-Dile a la Reina que no me voy a mover de la cama, por favor.- murmuró, sin molestarse en levantar la cabeza de la almohada.- No me encuentro bien.

-De acuerdo. ¿Desea que le traiga el desayuno aquí?

-No, no tengo hambre. Gracias.

Los sirvientes no tardaron en alertar a los Reyes de que algo raro le pasaba a su hija. En cuestión de minutos, ambos abrieron (sin llamar) la puerta del dormitorio de su hija, que ni siquiera reaccionó al verlos entrar, ni siquiera se movió de la posición fetal que había adoptado en la cama.

-Hija, ¿qué pasa?- preguntó su madre, tomando asiento sobre el colchón y acariciando la espalda de Leonor.

-No me encuentro bien.

-¿Qué te pasa?

-Me duele la cabeza.

Letizia frunció el ceño y lanzó una mirada a su marido, diciéndole sin palabras que aquello tenía pinta de trola. El hombre tan sólo tenía una bobalicona expresión de desconcierto.

-Pablo ya se ha ido. El coche ha salido hace unos minutos.

Pablo. El nombre se le clavó como una estaca en el pecho, y con tan sólo rememorar su cara sintió cómo las lágrimas volvían a aflorar en sus ojos. Leonor pensaba que ya había derramado todas sus lágrimas la noche anterior, le sorprendió que su cuerpo todavía pudiese producir más.

𝐌𝐢 𝐫𝐞𝐢𝐧𝐚 | 𝐆𝐚𝐯𝐢 𝐲 𝐋𝐞𝐨𝐧𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora