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Los días se transformaban en semanas, y mi existencia se había convertido en una pesadilla interminable. El dolor en mi abdomen, que antes era una presencia constante, se había convertido en un recordatorio implacable de mi situación. Los movimientos dentro de mi vientre, que antes eran ocasionales, se habían vuelto más frecuentes y pronunciados. Cada pequeño cambio en mi cuerpo me recordaba la dura realidad de que estaba esperando herederos del demonio.

Mi vida diaria seguía un ritmo establecido por el demonio. Su presencia era constante, un recordatorio de mi impotencia. Aunque trataba de mantenerme en calma y de ignorar las sacudidas dentro de mi vientre, era una tarea cada vez más difícil. Los bebés se movían con una energía que parecía desafiar cualquier intento de tranquilidad. Cada patada, cada pequeño golpe en mi abdomen, era una advertencia constante de que no podía escapar de esta realidad.

En un intento desesperado por mantener la calma, me había acostumbrado a ignorar las sensaciones que me causaban malestar. Mi mente intentaba enfocarse en otras cosas, en el esfuerzo de aceptar mi situación sin permitir que el rechazo me consumiera por completo. Sin embargo, el esfuerzo de mantener la calma era agotador. Cada vez que los bebés se movían, era como si mi cuerpo estuviera siendo sacudido por una fuerza que no podía controlar.

Una noche, el dolor y la incomodidad se volvieron tan intensos que no pude soportarlo más. El vientre, ya notablemente hinchado, parecía estar al borde de estallar. Los movimientos de los bebés eran más frecuentes y enérgicos que nunca, como si estuvieran intentando comunicarse con una urgencia desesperada. Mi intento de mantener la calma se desmoronó rápidamente.

- ¡No puedo soportarlo más! -grité, mi voz quebrada por el pánico-. ¡Por favor, detente!

La angustia se apoderó de mí de una manera que nunca antes había experimentado. Mi mente estaba abrumada por el miedo y la desesperación, y la idea de que los bebés estaban creciendo dentro de mí sin ninguna consideración por mi sufrimiento me llevó al borde del colapso. La repugnancia y el rechazo se habían convertido en una tormenta imparable.

Fue en ese momento que el demonio apareció en la cueva. Su presencia imponente llenó el espacio, y al ver mi estado de pánico, su expresión se tornó en una mezcla de sorpresa e irritación. Se acercó a mí con una rapidez inquietante, sus ojos fijos en mi abdomen como si tratara de entender lo que estaba ocurriendo.

- ¿Qué está sucediendo? -preguntó con un tono cortante-. ¿Por qué estás causando tanto alboroto?

La desesperación en mi voz era evidente. - ¡No puedo soportarlo más! -grité-. Los bebés se mueven constantemente, y no sé qué hacer para calmarlos. ¡Es insoportable!

El demonio se acercó aún más, colocando su mano sobre mi abdomen. La sensación de su contacto era fría y dominante, y un instante después, los movimientos frenéticos dentro de mí comenzaron a calmarse. Me miró con una mezcla de frustración y desdén, como si estuviera exasperado por mi falta de control.

- ¿Por qué están tan inquietos? -pregunté, tratando de recuperar la compostura-. ¿Por qué no responden a mis palabras?

El demonio suspiró, su expresión endurecida por un momento. - Los bebés perciben tu rechazo -dijo con firmeza-. Tu angustia y tu malestar se transmiten a ellos. Ellos responden a tus emociones, y en su estado actual, intentan desesperadamente encontrar alguna forma de calmarte.

La revelación me golpeó con fuerza. La idea de que mi rechazo estaba causando el sufrimiento de los bebés era una carga que no había considerado. Los movimientos inquietos dentro de mí, que había interpretado como una agresión hacia mi persona, eran en realidad una respuesta a mi propio malestar. La comprensión de esta realidad solo aumentó mi desesperación y mi sentimiento de culpa.

HOLOCAUSTO // HYUNLIX Donde viven las historias. Descúbrelo ahora