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La atmósfera en el pueblo seguía cargada de un terror palpable, y mi presencia no hacía más que intensificar el miedo. Observaba con un ojo vigilante a la multitud, que ahora, al ver el abismo al que se estaban asomando, se movía frenéticamente para cumplir con mis exigencias. La lluvia de sangre seguía cayendo, cada gota añadiendo una capa de horror a la ya inquietante escena.

Me mantenía erguido en medio de la plaza, mis alas negras extendidas como una sombra ominosa sobre el pueblo. La luz azul de las llamas a mi alrededor creaba un halo de amenaza que hacía que cada movimiento de los habitantes pareciera aún más desesperado. Los gritos de dolor y súplica de Felix, aunque apagados ahora, seguían retumbando en mis oídos, motivando cada uno de mis actos.

Los aldeanos, a pesar de sus temores y resentimientos, estaban comenzando a colaborar bajo la presión implacable de mi presencia. Sus manos temblorosas trabajaban rápidamente, preparando vendajes, agua y todo lo necesario para curar las graves heridas de Felix. Las tensiones eran evidentes en cada gesto, en cada susurro lleno de pánico que intercambiaban mientras trabajaban.

Podía ver cómo sus rostros reflejaban la desesperación, y el sonido de sus dientes chirriando se mezclaba con el eco de mis palabras amenazadoras. No había necesidad de recordarles la gravedad de su situación; mi mera presencia era suficiente para mantenerlos en línea. Cada vez que alguno de ellos se detenía o mostraba signos de desánimo, una mirada rápida de mi parte era suficiente para reavivar su determinación de cumplir con lo que les había exigido.

Mientras observaba, me aproximé lentamente a Felix, cuya condición seguía siendo crítica. La imagen de su cuerpo magullado y sangrante se grababa en mi mente, y una mezcla de furia y tristeza me dominaba. Los aldeanos lo atendían con el mayor cuidado posible, pero el temor de fallar y desencadenar mi ira seguía presente en sus movimientos vacilantes.

Cuando uno de los aldeanos trató de limpiar una herida abierta en el brazo de Felix, su mano tembló tanto que casi hizo más daño que bien. Con una mirada fulminante, me aseguré de que su error no se repitiera. La intensidad de mi presencia mantenía a todos en un estado constante de alerta, cada acción y decisión medida con una precisión temblorosa.

Las llamas azules alrededor de mí seguían crepitando y danzando, reflejando mi creciente furia y descontento. Cada vez que un grito de dolor escapaba de Felix, las llamas aumentaban en intensidad, proyectando sombras aterradoras sobre los rostros de los aldeanos.

En medio de este caos, mi atención se centró en Felix. Vi cómo su respiración se volvía más lenta, cada inhalación un desafío mientras las heridas eran atendidas. La desesperación en sus ojos era evidente, pero también una frágil chispa de esperanza al ver que, a pesar de todo, estaba recibiendo la ayuda que había exigido. Mi corazón, aunque todavía endurecido por el poder que dominaba, se apretaba con una intensidad que no había conocido antes.

El tiempo avanzaba con una lentitud agonizante mientras los aldeanos seguían trabajando bajo mi vigilancia implacable. La culpa de haber llegado tarde, de haber permitido que Felix sufriera de tal manera, pesaba sobre mí como una carga pesada.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, los primeros signos de alivio comenzaron a aparecer en la condición de Felix. Sus heridas estaban siendo tratadas con cuidado, y los gritos de dolor habían disminuido a gemidos de malestar. La preocupación en sus ojos se suavizaba lentamente, y la ayuda de los aldeanos parecía estar funcionando.

Aunque la tensión seguía en el aire, había un pequeño respiro de alivio en la situación. Los aldeanos, ahora exhaustos pero aliviados, trabajaban con más confianza, temiendo las consecuencias si fallaban pero también agradecidos por la oportunidad de redimir sus acciones.

HOLOCAUSTO // HYUNLIX Donde viven las historias. Descúbrelo ahora