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El tiempo había pasado de manera inesperada. Los días se habían deslizado en semanas y las semanas en meses, y mi existencia había sido una lucha constante por aceptar la realidad de mi embarazo. A pesar de mi profundo rechazo hacia los bebés, mi relación con el demonio, aún sin nombre para mí, había comenzado a evolucionar lentamente. Las conversaciones se habían vuelto más frecuentes, y había momentos en los que compartía preocupaciones que no había mostrado antes.

— ¿Por qué no confías en mí? —me preguntó una noche, sus ojos fijos en mí con una intensidad que no podía ignorar—. ¿Qué te preocupa?

Intenté mantener mi postura, a pesar de la incomodidad que sentía. — No se trata de confianza —respondí—. Es solo que todo esto es... abrumador. No sé cómo enfrentarlo.

El demonio asintió, su expresión mostrando una mezcla de comprensión y preocupación. — Entiendo que esto es difícil para ti —dijo—. Pero tus temores también afectan a los bebés. Ellos perciben tus emociones y tu rechazo.

Las palabras del demonio resonaban en mi mente. Aunque seguía sintiendo repugnancia y rechazo hacia los bebés, comencé a reconsiderar mi forma de actuar. Era evidente que mi actitud estaba influyendo en su bienestar, y aunque el esfuerzo por cambiar era doloroso, entendía que debía hacer un esfuerzo consciente.

El mes pasó rápidamente, y una noche, mientras el cielo estaba cubierto de nubes oscuras y la lluvia caía sin cesar, noté que el demonio estaba inquieto. Su comportamiento era inusual, sus alas oscuras extendidas mientras volaba en un patrón errático. Mi preocupación por él, que había comenzado a crecer lentamente, se convirtió en una inquietud aguda.

— ¿Dónde vas? —le pregunté, pero solo recibí una respuesta vaga.

Sus alas oscuras se desplegaron y se lanzó al cielo, dejando un rastro de incertidumbre en su estela. Mi preocupación por su repentina desaparición me mantuvo despierto, y esa misma noche, el trabajo de parto comenzó de manera abrupta.

El dolor en mi abdomen era una tormenta implacable. Las contracciones se hicieron cada vez más intensas, como oleadas de presión que arrastraban mi cuerpo en una marea de agonía. Me tendí sobre el suelo frío y húmedo de la cueva, buscando alguna posición que pudiera aliviar el dolor, pero la sensación era constante y desgarradora.

Cada contracción era un tormento, un dolor punzante que parecía partirme en dos. Mi cuerpo se retorcía en el suelo mientras el dolor se intensificaba. Las contracciones eran como oleadas de fuego, envolviendo cada fibra de mi ser en un tormento insoportable. Me aferré a los bordes de la cueva, tratando de controlar mi respiración, pero el dolor me hacía gemir involuntariamente.

A medida que las horas avanzaban, el parto se volvió una lucha desesperada. Cada empuje era una batalla contra la intensidad del dolor. La sensación de estar siendo desgarrado desde adentro era abrumadora. La frialdad del suelo y el frío de la cueva no podían compararse con el ardor interno que sentía.

Finalmente, el momento de dar a luz llego.

Cuando la primera contracción alcanzó su punto máximo, una oleada de dolor y presión se apoderó de mi abdomen, y sentí que mi cuerpo estaba a punto de ceder. La necesidad de pujar se volvió abrumadora, y con cada empuje, mi mente se nublaba con el sufrimiento. El frío de la cueva se hacía cada vez más penetrante, pero mi enfoque estaba en el nacimiento inminente de los bebés.

Sabia que si no hacia algo las consecuencias llegarian. Tal vez la propia seguridad de mi familia me empujaba a esforzarme un poco mas, por el temor a que el demonio en manera de venganza pudiera hacerles algo.

Finalmente, después de una eternidad de dolor, sentí una sensación de alivio momentáneo cuando la cabeza del primer bebé comenzó a emerger. La visión de aquel pequeño ser, cubierto en sangre y fluidos, era tanto repugnante como maravillosa. Mi corazón latía con fuerza, el dolor era intenso, pero el deseo de ver a esos  seres me mantenía enfocado.

La llegada del segundo bebé llegó poco después, con la misma intensidad y angustia. Cada movimiento de mi cuerpo era una lucha constante, y el suelo de la cueva estaba manchado con la sangre y los fluidos del parto. Aunque el dolor en mis piernas y mis manos era agudo y constante, me esforzaba por mantener mi concentración en el proceso de nacimiento.

Mi corazón se detuvo por un momento al ver esos seres diminutos, tan frágiles y completamente ajenos a la crudeza del mundo exterior.

La visión de los bebés, cubiertos en sangre y fluidos, me sorprendió de manera abrumadora. La realidad de que realmente había llevado dos criaturas en mi vientre, que ahora estaban aquí buscando el calor y la protección de su madre, fue un golpe emocional que me dejó sin aliento. La repugnancia y el dolor del parto se vieron eclipsados por la necesidad de cuidar a estos pequeños seres.

Con manos temblorosas y el cuerpo sudoroso por el esfuerzo, traté de limpiar a los bebés lo mejor que pude, a pesar de que mis manos estaban cubiertas de sangre. Mi propia agonía se desvanecía en comparación con la urgencia de asegurarme de que los pequeños estuvieran bien. A pesar del frío mordaz que envolvía la cueva, no podía permitirme distraerme en buscar ropa o protegerme de las inclemencias. Mi único enfoque era cuidar a los bebés recién nacidos.

Con dificultad, envolví a los pequeños en las sábanas que tenía disponibles, intentando proporcionarles calor y protección. La sensación de tenerlos en mis brazos, aún temblando y llorando, era una mezcla de sorpresa y alivio. La realidad de que realmente había dos criaturas nacidas de mí, y que eran completamente como yo, me abrumaba.

Mientras el parto llegaba a su fin, me sentía exhausto, pero el bienestar de los bebés era mi principal preocupación. Mi cuerpo estaba cubierto de sangre y sudor, y el dolor seguía punzando en mi abdomen, pero el consuelo que sentía al ver a los bebés y el deseo de protegerlos superaban cualquier preocupación personal.

No pude evitar preocuparme por la repentina desaparición del demonio, quien siempre había estado presente en momentos críticos. Sin embargo, con los bebés nacidos y envueltos, mi preocupación se dirigía hacia ellos. Me esforzaba por mantenerlos calientes en la fría noche, y el llanto de los bebés era un recordatorio constante de la responsabilidad que ahora tenía.

Horas después, mientras me dedicaba a cuidar de los recién nacidos, el demonio apareció de repente. Su aparición estaba cargada de una presencia inquietante; estaba ensangrentado y agotado, apenas logrando dar un paso antes de caer desmayado en el suelo. La visión de su cuerpo maltrecho y las heridas que mostraba me llenaron de preocupación.

Me apresuré a su lado, a pesar del dolor que aún sentía y el agotamiento por el parto. Mi mente estaba nublada, pero el deseo de ayudar al demonio y asegurarme de que estuviera a salvo era primordial. Desnudé al demonio de su kimono destrozado y, para mi sorpresa, descubrí que todo en su apariencia era humana. La revelación de que no era completamente un ser demoníaco me sorprendió profundamente.

A pesar de mi reciente parto y el dolor que aún persistía, me esforzaba por sanar al demonio. Utilicé lo que quedaba de mis fuerzas para atender sus heridas, envolviéndolo en una manta y tratando de hacer que estuviera cómodo. Mientras lo acomodaba en la cama, comprendí que él también era humano en parte, y esa realidad añadía una nueva capa de complejidad a nuestra relación.

El demonio, ahora descansando en la cama, mostró signos de recuperación, pero la preocupación persistía. A pesar de la tensión que aún sentía, el acto de cuidar a los bebés y al demonio me había enseñado mucho sobre mi propia fortaleza y las complicaciones de nuestra situación.

No entendia mi manera de pensar en ese instante. Estaba completamente loco y agobiado, y como desesperacion de la locura que habia crecido en mi ante los eventos traumaticos, ahora sentia que no podia controlar mis acciones o forma de pensar, y en cambio, habia comenzado a actuar como el demonio habia impuesto.

Mientras los bebés dormían a mi lado, y el demonio se recuperaba lentamente, el frío de la cueva seguía penetrante. La noche se extendía, y la lluvia continuaba cayendo, pero el calor de los bebés en mis brazos me daba una sensación de propósito y determinación. 

HOLOCAUSTO // HYUNLIX Donde viven las historias. Descúbrelo ahora