Prólogo

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El caos reinaba en mi apartamento mientras corría de un lado a otro, asegurándome de que todo estuviera en orden para el viaje. El día de la boda de Carlos estaba cerca, y no podía dejar que nada saliera mal. El sonido de mi teléfono sonando interrumpió mis pensamientos, y al ver el nombre de Carlos en la pantalla, me apresuré a responder.

Carlos y yo habíamos sido inseparables desde el día que nos conocimos. Crecimos juntos, compartiendo victorias y fracasos como solo los mejores amigos pueden hacerlo. Estuve a su lado cuando conoció a Charles, su futuro esposo, y vi cómo se enamoraba profundamente. Carlos había practicado mil veces su propuesta de matrimonio, y en dos días, ese momento tan esperado finalmente se llevaría a cabo.

—Por favor —rogó Carlos desde el otro lado de la línea—, necesito un último favor.

Suspiré, cerrando mi maleta con un leve bufido. —Ya dije que no, Carlos. No quiero saber nada de Max.

—Solo son dos horas, Checo —insistió, con ese tono persuasivo que siempre lograba sacarme de quicio.

—Eso sin contar las horas junto a él en el vuelo—, bufé.

—Por favor, en el avión puedes dormir y no verlo.

— Además Lewis va a pasar por mí, y no voy a pedirle que vaya también por Max —dije, rodando los ojos ante la idea.

Max Emilian Verstappen, el idiota ególatra y mejor amigo de Charles. Nunca entendí cómo alguien tan amable y dulce como Charles podía ser amigo de ese cretino malhumorado que se pasaba el día alardeando de sus victorias en las carreras.

—Por favor, es por mi boda —suplicó Carlos.

—Ya te dije que no —me dejé caer en la cama, intentando no dejarme convencer.

—Si no pasan por él, no llegará a tiempo —insistió Carlos.

—¿Es piloto de carreras y no tiene auto? —pregunté con sarcasmo, no pudiendo evitar sonreír ante la ironía.

—Si no lo haces por él, hazlo por tu hermana —la mención de mi hermana me hizo fruncir el ceño.

—Ah, no me lo recuerdes —respondí, frustrado—. Aún no entiendo qué le vio a ese idiota.

—Vamos, Checo —la voz de Carlos se volvió suave—, es importante para mí.

Suspiré, sabiendo que había perdido la batalla. —Hablaré con Lewis —acepté sin mucho ánimo, rindiéndome finalmente.

Colgué el teléfono, sacudiendo la cabeza mientras me preparaba para enfrentar la realidad de que Max sería parte de este viaje. Mientras terminaba de organizar mis cosas, no podía evitar preguntarme cómo iba a sobrevivir las siguientes horas con él, y si al final, todo este caos valdría la pena por ver a Carlos feliz en su gran día.

Llegamos a casa de Max y lo vi salir con su habitual aire de arrogancia, luciendo perfectamente despreocupado, como si el mundo entero girara a su alrededor. Lewis y yo habíamos hablado sobre lo incómodo que sería el viaje, especialmente después de nuestras experiencias en las cenas familiares donde la tensión siempre estaba presente.

Max subió al auto y, tras intercambiar un breve saludo de cortesía, nos pusimos en marcha. El ambiente dentro del auto se volvió denso de inmediato, y el silencio se instaló como un tercer pasajero no invitado. Lewis intentó romper el hielo, aunque sabía lo difícil que sería.

—Max, oí que estás liderando para el gran premio —comentó Lewis, su mano apretando el volante con una rigidez que delataba su incomodidad.

—Sí —respondió Max, su tono cortante como siempre, sin siquiera molestarse en mirar en dirección a Lewis.

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