+Capítulo 17+ Jimin

79 16 1
                                    

Todo dentro de mí se calentó ante la familiaridad de mi nombre en los labios de Yoongi

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Todo dentro de mí se calentó ante la familiaridad de mi nombre en los labios de Yoongi.

Parecía un ángel roto, arrodillado en la brutal tormenta, con el cabello envuelto alrededor de su rostro etéreo, y ojos azules destrozados mirando hacia arriba en mí, tan confiado, tan necesitado, tan malditamente hermoso.

Hace nueve años, lo habría arrastrado a las sombras y follado así, empapado, temblando, con el corazón roto, el culo enrojecido con mis marcas, el uniforme empapado, el rostro aplastado, el barro, y mi polla.

Ya no era ese monstruo. Pero yo sabía, en el funcionamiento enfermizo de mi mente, que no se podía confiar en mí. No con Yoongi. Nunca más.

—Alguien mató a MinKi y Dubu. —pronunció aquellas palabras, temblando y con su mandíbula apretada, a la vez que la ira se filtraba en su voz. —¡Alguien los mató! Puedes castigarme por romper el toque de queda. Hazme lo que quieras, pero por favor, Jimin. Por favor, ayúdame.

Recibí llamadas de Wendy y Miriam explicando la situación.

Alguien había dejado las zarigüeyas muertas en una caja de zapatos en la cama de Yoongi. Cuando encuentre quien lo puso, habría un infierno que pagar. Pero ahora mismo, necesitaba sacarlo de la lluvia. Mi mirada se elevó a la residencia a una distancia detrás de él. Ventanas oscuras, luces apagadas, las estudiantes habrían sido enviadas de regreso a sus camas. No podía enviar a Yoongi de regreso allí de esta manera. El huiría por una razón. Había pedido mi ayuda, y con eso, quería decir consuelo.

No era la persona adecuada para ese trabajo, pero encontraría una manera, porque maldita sea no quería que nadie más lo abrazara.

—Vamos. —tomé la caja de zapatos.

Con un gruñido, lo tiró contra su pecho y encrespó los hombros a su alrededor, negándose a dejarla ir.

—Está bien. —me agaché, enganchando mis brazos debajo de su espalda y piernas, y levantando su peso ligero como una pluma, acunándolo contra mí. Cuando me volví y lo llevé hacia el centro de la aldea, él se hundió más cerca y enterró su rostro en mi cuello. Se sintió asombroso y horriblemente correcto.

—¿Por qué alguien los mataría? —el lloró en silencio. —No logro comprender.

Había gente depravada en el mundo. Eso lo sabía demasiado bien, yo era uno de ellos. Pero nunca hubiera creído que ninguna de mis estudiantes fuera capaz de matar a un animal indefenso. Algunas de las chicas pueden ser despiadadas, pero esto fue un comportamiento psicopático.

—El mal es inexplicable. —incliné mi cabeza sobre la de él, tratando de protegerlo de la lluvia. — Pero no quedará impune. Ni en esta vida, ni en la próxima. —lo llevé al edificio más cercano para protegerlo de los elementos. Quizás era el único lugar donde podía protegerlo de mí.

Con la llave de mi bolsillo, abrí las imponentes puertas arqueadas de la iglesia y lo llevé adentro. El familiar aroma del incienso y la cera de las velas perfumaba el aire. Un solo pasillo corría por el centro, separando veinte filas de bancos de madera en cualquiera lado. Encendí la luz más tenue, iluminando los catorce pisos a vidrieras del techo, cada uno ilustrando una de las estaciones del Vía Crucis.

PECADO - JIMSUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora