+Capítulo 10+ Yoongi

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El miedo se introdujo en mi torrente sanguíneo, sacudiendo mis extremidades

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El miedo se introdujo en mi torrente sanguíneo, sacudiendo mis extremidades. Cerré la puerta con un sonoro chasquido, y me encogí de miedo cuando el Padre Jimin giró dándome toda la atención de su mirada.

—He salido a dar un paseo durante el almuerzo. —me pasé las palmas húmedas por el pantalón. —Me quedé dormido en la arboleda. Lo juro, no era mi intención. Es que... no pude dormir anoche y...

—Silencio. —su tono repentinamente áspero rebotó en el aula, haciéndome tragar saliva.

Se sentó en el borde de su pupitre sin quitarme los ojos de encima. Los míos estaban pegados a él. No sabía lo que estaba pensando o lo que pretendía hacer, pero me había puesto en esta situación. Lo menos que podía hacer era enfrentarme a él como un adulto.

—No voy a repetir tus violaciones a las reglas. —dio un golpecito con el dedo en el escritorio. Golpe. Golpe. Golpe. Su mano se detuvo. —En total, has acumulado ochenta y siete minutos de castigo.

—¿Qué? No tuve tantos...

—¡Silencio! —su voz hizo eco en toda el aula, provocándome escalofríos en todo el cuerpo. Me dolía la mandíbula mientras la mantenía rígidamente cerrada, deseando más que nada desaparecer. ¿Iba a golpearme durante ochenta y siete minutos? Maldita sea. Dios, no sobreviviría a eso. ¿Cuántos golpes podría soportar antes de desmayarme? Nadie me había golpeado antes.

—Escúcheme alto y claro, joven Min. —se bajó del escritorio y se acercó al enorme crucifijo en la pared. —Cumplirá su penitencia sin quejas ni descuidos. Si no lo hace, el reloj se reiniciará y añadirá más tiempo al final.

—Necesito usar el baño. —musite, con un gesto de súplica.

—No. —sentencio, antes de torcer un dedo. —Ven aquí.

Le sostuve la mirada con cada paso a regañadientes.  No fue fácil. Su juego de contacto visual era muy superior al mío, su mirada mucho más arrogante y amenazante. Pero me negué a darle la satisfacción de verme acobardado. Yo era un Min, y maldita sea, actuaría como tal. Así que mantuve mis ojos nivelados en los suyos y me paseé a través de la corta distancia.

—Ponte aquí y mira hacia la pared. —señaló el lugar debajo de la mórbida cruz.

En ningún momento quise darle la espalda. No vi una correa o un bastón a la vista, pero llevaba un cinturón. Y un ceño fruncido espantosamente cruel. Iba a hacerme daño y si no me ponía donde él indicaba, me haría más daño. La posición puso mis ojos en el espectáculo de terror que colgaba de la pared. Los pies de madera de Jesús eran de tamaño natural, clavados en una tabla, y pintados como si goteara sangre.

¿Por qué alguien pensaría que era una buena idea poner esto en un aula?

Apoyé las palmas de las manos en el ladrillo y traté de medir mi respiración mientras se acercaba a mi espalda. Cada paso amenazante dirigía el staccato de mi pulso. Al acercarse, la longitud de su cuerpo se elevo sobre el mío. Empequeñeciéndome, saturando mi piel con su calor. Ninguna parte de él me tocaba. Excepto por su aliento. Estaba inclinado sobre mí. Sus exhalaciones calientes e invasivas acariciaban mi nuca y se enroscaban en mi garganta.

PECADO - JIMSUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora