+Capítulo 3+ Yoongi

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De pie en el pasillo, me apreté los párpados con la palma de las manos y esperé a que se disipara la amenaza de las lágrimas

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De pie en el pasillo, me apreté los párpados con la palma de las manos y esperé a que se disipara la amenaza de las lágrimas. Sentía tanta rabia.

Min Yoongi era muchas cosas. Pero si algo no era, es un llorón. Ellos no me conocen. Nadie conocía mi verdadero yo. Ni siquiera mis amigos en casa. Solo veían lo que querían ver... lo que podían ganar con la riqueza e influencia de mi familia. En el fondo, sabía que mis amigos más cercanos sólo permanecían alrededor para acercarse a mis hermanos. La historia de mi vida. Mi apellido precedió quien era en mi corazón, y no sería diferente aquí.

Pero había ventajas en ser hijo de mi madre. Ella me había criado con tenacidad en mis venas y acero en mis huesos. Había pasado toda mi vida observando, aprendiendo de ella. Si bien no era una persona cariñosa, no aceptaba mierda de nadie. Para lograr mi cometido tendría que sacar una página de su libro, no importaba lo malo que fuera mi oponente.

Decir que me iría al infierno no eran las palabras que esperaba escuchar de la boca de un sacerdote, pero para ser justos, lo amenacé primero.

Caminé hacia el salón de clases, recargándome en la puerta. La voz difusa de mi madre sonó desde adentro, atrayendo mi oído hacia la barrera de madera.

—Lo investigué, Jimin. Es muy respetado en la iglesia y es tenido en alta estima por sus compañeros profesores. Pero estoy más interesada en su historia antes del sacerdocio. Me parece extraño que decidiera convertirse en sacerdote de vocación tardía, considerando que antes de los treinta y un años, tenía una vida bastante excesiva y autocomplaciente.

Mi respiración se cortó, todo mi cuerpo se quedó quieto.

—Multimillonario por mérito propio. —sus tacones resonaron por la habitación, puntuando sus palabras.  —El soltero más elegible de Nueva York.

Una ráfaga de ruido estalló en lo alto. Me giré, me agaché y puse una mano contra mi pecho palpitante. Maldita sea. Estirando el cuello, examiné las vigas del pasillo. Había algo allí, fuera lo que fuera casi me había dado un ataque al corazón. El techo formaba una cresta con sombras muy por encima del resplandor de apliques de la pared. Forcé mis ojos, buscando movimiento.

Nada.

Si era una criatura, debió haberse escabullido.

Me arrastré de regreso a la puerta y presioné mi oído contra la superficie, atrapando la voz de mi madre.

—...terminó abruptamente. —continuo ella. —Nadie parece saber por qué cambió sus corbatas caras por el cuello de un sacerdote hace nueve años. Pero puedo averiguarlo. Puedo aprender todos los secretos de un hombre cuando estoy motivada. No me motives.

Mi mente dio vueltas en el silencio que siguió. Imaginaba su expresión arrogante mientras miraba al sacerdote impasible. Si hiciera los cálculos...Tenía alrededor de cuarenta años. Mayor de lo que había pensado. Solo otro peón en la incansable búsqueda de control de mi madre. Con un poco de suerte, él dirá algo para enojarla, y todo esto se resolverá por sí solo.

PECADO - JIMSUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora