Min Yoongi no es un doncel común, pero tampoco encaja con la demás sociedad rica; Si, es algo caprichoso y le gustan sus sábanas de seda, pero no se consideraba inherentemente superficial o una mala persona. El solo quería tener experiencias comunes...
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Entré en el vestíbulo sin esperar al chico. Sus pasos no me siguieron, pero lo harían. Todos caían en línea, eventualmente.
Chicas y 'donceles' predecibles, poco inspirados y con aires de grandeza. Siempre eran difíciles el primer día, se peleaban con sus nuevos límites. Estaban resentidos por dejar a sus amigos y sus mansiones.Y yo tenía el imposible trabajo de moldearlos y transformarlos en algo mejor. Los estratos superiores de la sociedad vivían en un mundo de superficies espejadas y relaciones poco sinceras en el que el valor de una persona se correlacionaba con lo que podía tomar, controlar y mantener sobre los demás.
Hacer que los niños mimados sean más inteligentes y fuertes no era lo mejor para la sociedad en su conjunto. Lo que estos estudiantes necesitaban eran lecciones de bondad de un modelo positivo.Pero yo no era ese tipo de persona. Así que me quedé con lo que se me daba bien. La disciplina.
A mitad del pasillo, lo sentí salir del aula.
—¿Dónde está mi madre? —inquirio. Intentó sonar seguro, pero su voz se tambaleó en los bordes, confesando su angustia.
¿Quién iba a pensar que el mimado principito Min tenía la capacidad de preocuparse por algo que no fuera el mismo? Su reacción ante el murciélago fue una presentación desentonada de su carácter. Pero lo anuló con sus réplicas sarcásticas y sus intentos pasivo-agresivos de menospreciarme.
Ningún estudiante había sido tan audaz.
Mientras se quedaba atrás, esperando mi respuesta, su disgusto coagulaba en el aire. Una mirada por encima de mi hombro lo confirmó. Un infierno consumía sus felinos y expresivos ojos. Sus labios estaban abultados en una mueca de inconformidad. El cabello oscuro enmarcaba su rostro enfurruñado y sus pálidas manos se cerraban en puños blancos a los lados de su cuerpo.
Su mirada furiosa no se desvió de mi figura, nunca se debilitó, completamente concentrado en la fuente de su indignación.
El me desprecia. Eso también era atípico.
Todos mis alumnos donceles y chicas por igual sentían alguna forma de inquietud en mi presencia. Pero ninguno me odiaba. Todo lo contrario. Con demasiada frecuencia me encontraba reprendiendo un coqueteo no deseado. O, peor aún, el enamoramiento.
Sospechaba que eso no sería un problema con Min Yoongi. Pero a pesar de todo eso, era igual que cualquier otro niño alimentado con un fondo fiduciario, un chófer personal, un armario lleno de zapatos de diseño y carga emocional.
Debería decirle la verdad sobre su madre, que la mujer pretendía irse sin despedirse. Pero las palabras no llegaron. En su lugar, me detuve en mi aula y señalé el interior.
—Ella está esperando.
Esperando, porque le había dado esa orden cuando salí a buscar a su hijo. Necesitaba dejar algo muy claro a ambos antes de que se separaran.
