+Capítulo 13+ Jimin

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Fregar los suelos sentó las bases de las lecciones diarias de Yoongi en la Academia Sion

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Fregar los suelos sentó las bases de las lecciones diarias de Yoongi en la Academia Sion.

Durante las siguientes cuatro semanas, pasó más tiempo aprendiendo sobre sus manos y rodillas que sentado en un escritorio. Mientras se arrastraba con una esponja jabonosa, yo caminaba a su lado, dando conferencias sobre física comparativa, gobierno y política, literatura latina y el catolicismo.

No había mentido sobre su memoria. Cuando escuchaba algo, podía recordarlo después, casi al pie de la letra. Cada prueba que superada demostraba que estaba absorbiendo mis lecciones.

Sin embargo, lo único que no aprendió fue la obediencia.

Había tenido algunos retrasos y violaciones del toque de queda, pero la mayor parte de su mala conducta comenzaba y terminaba con su boca. Era un sabelotodo vulgar y locuaz, demasiado inteligente para su propio bien, vivía cada momento como si su única misión fuera molestarme. Nadie nunca se había atrevido a hablarme como lo hacía él, y ningún castigo le pareció lo suficientemente duro como para disuadirlo.

Después de cuatro semanas de aislamiento social, comidas retenidas, humillación y trabajo manual, sabía lo que necesitaba.

Sufrimiento físico.

Dolor corporal.

Necesitaba mi cinturón, o mejor aún, mi mano en su culo, una y otra vez.

En los años que había enseñado aquí, sólo había usado una correa y un bastón en tres ocasiones. Esos habían sido casos extremos, donde dichas estudiantes eran tan salvajes e ingobernables que una paliza física ni siquiera las había hecho tambalearse. No me había afectado tampoco. No tenía ningún interés físico en las adolescentes. Y al final, las tres habían terminado expulsadas.

La expulsión era lo que Yoongi quería. Por lo tanto, era lo único que no le daría. Eso dejó el fregado de suelos o los castigos corporales.

Abofetear.

Azotar.

Flagelar.

Asfixiar.

No podía. No debería, por diez mil razones que se resumen en una. Lo deseaba. Tenía muchas ganas de ponerle las manos encima, y si lo hacía, si lo castigaba físicamente, sería irrefutablemente, incontrolable, gloriosamente sexual para mí.

Sólo lo había tocado una vez. Hace cuatro semanas, dejé que mi pulgar rozara su labio. Aquel único y ligero toque había desplegado una oleada de retorcidos y desesperados antojos desde el rincón más oscuro de mi mente. Desde entonces, había mantenido mis manos para mí y forcé mis negros pensamientos a la inexistencia. Pero si lo toco de nuevo,
si lo introduzco en mi pasatiempo favorito, se acabó. Sería el fin.

Tal y como estaba, ver cómo se arrastraba por el suelo de rodillas se burlaba de mi naturaleza sádica. El flagrante simbolismo sexual en el acto tampoco se le escapaba. Me llamaba la atención cada vez, afirmando que ningún alumno debería arrodillarse ante su profesor porque era pervertido y se prestaba a las fantasías de los depravados. Era una discusión inútil. Si mantuviera su irrespetuosa boca cerrada, no estaría de rodillas. Y punto.

PECADO - JIMSUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora