Capítulo 35

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Elle Montaner

Hemos viajado en la limusina por más de una hora, creo que estamos fuera de la ciudad. Los árboles de la carretera están adornados con escarcha caída del cielo, el día está nublado y hace bastante frío así que me aferro a mi abrigo de piel sintética. Extraño la brisa cálida del verano y el verde adornando la vista, últimamente hay mucho blanco y gris.

Mi madre a mi lado ha estado tecleando su iPad durante todo el camino, creo que envía y responde correos. Me miro las uñas rosas, mis manos se han tornado de carmesí debido al frío.

Tomo el comunicador para hablar con la parte delantera de la limusina. Adelante está Lou el chofer y a su lado Derek.

—Derek, ¿podrías subirle unos grados a la calefacción? Por favor —pido amablemente.

Segundos después el aire se siente espeso y cálido, y comienza a calentarse un poco mi cuerpo.

Abro los ojos impresionada cuando luego de otra hora llegamos a un enorme edificio que parece muy antiguo pero modernizado a la vez, por la arquitectura gótica y el tiempo de viaje deduzco que estamos a las afueras de Rumania. Un gran portón de dos puertas de hierro se abre para permitirnos entrar y ahora vamos en subida por una colina, veo cisnes nadando en fuentes de agua y laberintos de arbustos gigantes a medida que subimos por el camino. En la cima se encuentran varias limusinas y autos de lujo estacionados.

En el centro de la entrada hay una enorme fuente de agua, con una estatua en medio. Un hombre de piedra con un águila de cristal posada en el dorso de su brazo.

Observo más detalladamente el edificio y me doy cuenta de su inmensidad. Parece un castillo con gárgolas y pisos elevados.

Un hombre en traje abre la puerta del lado de mamá y otro abre la puerta para mí.

—Gracias —digo mientras bajo de la limusina, de inmediato se me hielan los huesos y me comienzan a castañear los dientes.

—Dentro debe está temperado, vamos deprisa —sugiere mi madre caminado rápido pero con elegancia, como todo lo que ella hace.

La sigo hasta la entrada del lugar, sobre las escaleras de la entrada hay una alfombra roja aterciopelada con pequeños copos de nieve humedeciéndola. Subo de prisa ansiosa por dejar el frío del exterior.

La iluminación es cálida al interior, la arquitectura me recuerda a Versalles debido a los grandes espejos e incrustaciones doradas que adornan las paredes y las vigas del techo. Los candelabros están encendidos, quizás debieron subir en una escalera para poner fuego en las velas de ahí arriba. Un hombre en traje blanco me pide el abrigo para guardarlo. Gracias al cielo hay calefacción porque mi vestido a pesar de ser largo no es muy abrigado.

—El color rosa se te ve hermoso —comenta mi madre.

—También te ves muy linda, mamá.

Su cabello está recogido, mechones rizados caen con delicadeza sobre su cara. Viste un traje Yves Saint Laurent color negro y una falda bajo las rodillas del mismo color. Piedras preciosas adornan su cuello y calza tacones de la misma marca que su vestimenta.

Una pequeña orquesta toca música clásica, la gente se sirve tragos al tiempo que conversan en pequeños grupos a lo largo del salón. Todo se siente demasiado elegante y lujoso, he conocido los exceso y el lujo toda mi vida, pero esta gente y este ambiente parece ser demasiado. En medio de la multitud observo como un hombre alto y de cabello rubio claro se percata de nuestra llegada y se despide amablemente de un grupo de gente para acercarse a nosotras.

Dulzura Disfrazada [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora