Bonus

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El dolor es algo que no se puede controlar.

Habían transcurrido más de mil años desde ese fatídico día, cuando Bellamy, su compañera, murió. El recuerdo de su caída aún pesaba como una losa sobre su pecho, y el eco de su último suspiro resonaba en su mente cada vez que cerraba los ojos. Lucifer, en su desconsuelo, desató su furia sobre la tierra, destruyendo ciudades y territorios que se desmoronaron ante su poder. El cielo no tuvo más opción que exiliarlo, encadenándolo durante siglos en un abismo oscuro, tan lejano de la luz que, para muchos, Lucifer ya estaba muerto desde ese día.

Pero cuando finalmente fue liberado, Lucifer ya no era el mismo. Regresó a su gran castillo, un bastión solitario, rodeado de sombras y el silencio opresivo de la soledad. Se limitaba a observar cómo sus hijos crecían. Laika, Ahiran, Leira, y Liera se volvían cada vez más retorcidos, con la locura y la malicia enredándose en sus almas, deformando lo que alguna vez fue pureza. Maniáticos, desquiciados... Pero, ¿cómo podía culparlos? Él era el responsable.

-Padre... -murmuraba Laika en ocasiones, su voz apagada por el eco de las paredes frías del castillo.

Lucifer no respondía. Su mirada seguía perdida, fija en un punto más allá del tiempo, más allá de la realidad que le rodeaba.

Pero Lucifer permanecía distante, sus pensamientos atrapados en los recuerdos del pasado, en el vacío dejado por Bellamy. El peso de su propio sufrimiento lo había transformado en una sombra de lo que una vez fue. Observaba a sus hijos perderse, al igual que él lo había hecho, y su pecho se llenaba de una tristeza insoportable, un dolor que no sabía cómo sanar.










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El castillo del infierno, que alguna vez había sido un bastión de caos y dominio, parecía desmoronarse con el tiempo. La presencia imponente de Lucifer ya no llenaba las sombras, y sus hijos, desquiciados y perdidos, buscaban sin éxito un propósito. El mundo infernal, una vez gobernado con puño firme, ahora yacía en un letargo profundo.

Pero un día, todo cambió.

Caín regresó al inframundo, decidido a tomar las riendas de lo que su padre había dejado en ruinas. Su mirada firme y decidida irradiaba la autoridad que hacía mucho tiempo se había perdido. Los demonios, que antes vagaban sin dirección, sintieron el peso de su llegada, y el caos comenzó a reorganizarse bajo su mando. Era hora de restaurar lo que se había desmoronado.

-Laika -dijo Caín un día, su voz tan firme como el acero-. Tienes que dejar el dolor atrás. Nuestros hermanos te necesitan. Yo también te necesito.

Laika, que había pasado años sumido en su propio sufrimiento, alzó la mirada. Sus ojos, alguna vez llenos de dolor y desesperación, ahora brillaban con un fuego renovado. Era el momento de actuar.

-Tienes razón -respondió Laika, inhalando profundamente, como si esa fuera la primera bocanada de aire en siglos-. No puedo seguir así. Me encargaré de ellos.

Con una determinación que antes no tenía, Laika asumió el cuidado de sus hermanos. Leira y Liera, quienes habían estado al borde de la locura, encontraron consuelo en la presencia de su hermano mayor. Ahiran, siempre silencioso, siguió sus órdenes sin cuestionarlas. Poco a poco, parecía que todo comenzaba a mejorar.El caos daba paso a una especie de orden. Pero, a pesar de todo, había una sombra que aún no se disipaba: Lucifer.

En lo más profundo del castillo, su padre seguía siendo una figura inerte, una sombra de lo que alguna vez fue. Aún atrapado en su dolor, aún distante. Caín lo observaba desde la entrada de la habitación, su expresión tensa, sin saber si ese hombre roto alguna vez volvería a ser el Lucifer que él conocía.

Libranos de todo mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora