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En el cielo infinito donde las estrellas se funden con la eternidad, se teje una historia de luz y sombra, de lo divino y lo humano. Allí, entre las nubes que son hogar de los sueños y los misterios, los ángeles se desplazan con una gracia sobrenatural.

En la frontera entre lo visible y lo oculto, estos seres etéreos llevan consigo el peso de un destino que podría alterar el equilibrio de todo lo que conocemos.

En el vasto cielo estrellado, una voz divina susurraba con amor eterno hacia la humanidad. Dios, con un corazón lleno de compasión, decidió enviar a su propio Hijo al mundo, una ofrenda de amor incondicional para guiar a sus hijos perdidos.

Jesús, traicionado y entregado a las autoridades, llevaba sobre sus hombros la cruz que simbolizaba no solo su sufrimiento, sino el sacrificio que la humanidad había elegido.

Mientras lo clavaban a la cruz, las palabras de Jesús llenaron el aire, cargadas de amor y perdón.

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen," dijo Jesús, con una voz que atravesaba el dolor y la desesperación.

El sacrificio de Jesús se convertía en el símbolo eterno de un amor que no conocía límites, ofreciendo a todos una nueva oportunidad para abrazar la redención.

Lucifer se alzaba en el cielo, contemplando el vasto horizonte con una furia contenida. La luz divina lo envolvía, pero no podía encontrar consuelo en ella. Su mente estaba en un torbellino de confusión y rabia.

"No puedo soportarlo más," murmuró para sí mismo. Sus pensamientos se precipitaban, atormentados por el dolor y el resentimiento. "Dios es egoísta. No permitiría que su hijo sufriera así, no lo haría. Lo haría eterno y poderoso.

Desde el arranque de Bellamy, su vida había cambiado por completo. Una semana había pasado desde que ella fue arrebatada, y Lucifer se sentía como un hombre desolado, consumido por la desesperación. Su corazón parecía estar vacío, una sombra de lo que había sido antes. La ausencia de Bellamy lo había dejado en ruinas, cada latido un recordatorio del dolor que sentía.

Lo más extraño era el estado de sus alas. Aunque su alma estaba teñida de tormento y sufrimiento, sus alas permanecían inmaculadamente blancas. La pureza que reflejaban parecía una burla a su tormento interior. Aun más desconcertante era su espada celestial, un símbolo de su antigua gloria, que permanecía brillante y poderosa a su lado.

En su desdén, Lucifer alzó la mirada al cielo, su expresión marcada por la desesperación. "¿Por qué me haces esto, oh Señor? ¿Por qué me arrebatas lo que más amo y dejas mi existencia en un estado de agonía eterna?"

El cielo permanecía implacable, indiferente a sus súplicas y rabias. Mientras él seguía su camino por el infinito azul, su corazón se enfrentaba a una batalla interna, una lucha entre el deber que le quedaba y el vacío que sentía sin Bellamy a su lado.

- Padre, tenemos noticias -dijo Cain, interrumpiendo los pensamientos de Lucifer con urgencia.

- Ya no más, Cain -replicó Lucifer, su voz cargada de agotamiento. Sus ojos, oscuros y hundidos, reflejaban el peso de su preocupación.

Desde que ella se fue, Cain había estado como un hombre poseído, buscando desesperadamente a su madre. Era desgarrador escuchar sus gritos, cargados de una desesperación inconsolable.

-Esta vez sí es verdad -dijo Cain, sus ojeras evidenciando las noches de insomnio y la constante angustia-. Miguel está vivo.









-¿De qué hablas? Él está muerto -respondió, incrédulo

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-¿De qué hablas? Él está muerto -respondió, incrédulo.

-No, encontramos rastros en un pasaje de nuestro castillo -el demonio tragó con angustia antes de continuar-. Intentó ingresar. Pero no había nada.

Lucifer, que había permanecido en silencio hasta entonces, alzó la vista. Sus ojos, normalmente imperturbables, reflejaban una rara mezcla de esperanza y temor.

-Llévame ahí -murmuró con voz grave, mirando hacia el frente.

Bellamy te voy a encontrar.
Lucifer encontró un rastro de poder celestial.

Era tenue, casi imperceptible, pero para alguien como él, el rastro era inconfundible. Se detuvo en seco, sus ojos centelleando con una luz oscura mientras escaneaba el entorno.

"Esto no puede ser una coincidencia," murmuró para sí mismo. "Tal vez... tal vez querían comunicarse con nosotros."

Sus pensamientos lo llevaron al pasado, al momento en que ella desapareció. Habían dejado al mundo humano tranquilo, con la esperanza de que su ausencia fuese temporal. El tiempo había pasado lentamente, cada día más pesado que el anterior, y la incertidumbre se había convertido en una constante compañía.

Lucifer sintió una mezcla de nostalgia y amargura. "Si tan solo pudiéramos encontrar alguna pista," pensó.

De repente, algo captó su atención. Un destello brillante en el suelo. Se acercó con cautela y se inclinó para recogerlo. Era una pluma, radiante y pura.

"Una pluma celestial," susurró, sus dedos acariciando suavemente el objeto. "En el cielo, las plumas eran mensajes grabados."

Con una mezcla de emoción y aprensión, Lucifer giró la pluma en sus manos, buscando el mensaje que contenía. Las inscripciones brillaban con una luz suave, susurrándole verdades ocultas.

La pluma, con su brillo místico, parecía susurrar secretos que solo él podía entender. Su corazón latía con una mezcla de nostalgia y esperanza mientras sus dedos rozaban suavemente el plumaje etéreo. La emoción lo envolvía, casi palpando una verdad olvidada.

Sus pies descalzos, acostumbrados a la liviandad de sus alas, sintieron por primera vez en muchos días la rugosidad de la tierra. Cada paso era una conexión directa con una realidad distinta, tangible y viva.

Justo al cruzar el umbral entre los mundos, una voz familiar rompió el silencio.

-Bienvenido, Lucifer.

El eco de aquellas palabras resonó en su mente, llenándolo de una sorpresa que no lograba disimular. Frente a él, Miguel se erguía con una serenidad imponente.

-¿Estás vivo, cómo es posible? -preguntó Lucifer, su voz cargada de incredulidad y una chispa de antigua rivalidad.

Antes eran compañeros celestiales, ahora eran rivales. Pero Lucifer solo quería respuestas.

-Estás perdido, nuestro Padre quiere verte -dijo Miguel, mirándolo fijamente.

-¿Por qué? Sabes que ya no puedo pisar tierra santa.

Miguel señaló sus alas.

-Te dio una oportunidad.

Lucifer parpadeó con angustia. Si esa era la única forma de saber de su mujer, era ahora o nunca.



Libranos de todo mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora