Extra 6

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Entonces, en medio de la multitud de seres vacíos y el caos del ritual, Lucifer la vio. Su presencia destacaba entre los demás, irradiando un aura oscura y poderosa que solo podía pertenecer a una persona: la reencarnación de Lilith.

Lucifer observó con una mezcla de furia y desprecio, consciente de que aquellos actos no eran simples demostraciones de lujuria. Estaban cargados de un propósito más profundo y siniestro: invocar su presencia a través de la perversión, del pecado encarnado en la reencarnación de Lilith. Pero lo que aquellos necios no comprendían era que Lucifer no podía ser invocado de esa manera. Él no era un ser al que se pudiera llamar con simples rituales o con la mera profanación de cuerpos.

Sin embargo, si lo que querían era a Lucifer, entonces él mismo lo haría.

Con una determinación que resonó en su interior, Lucifer alzó su mano, llamando a las sombras que lo rodeaban. Los murmullos se intensificaron, y la caverna pareció encogerse en la oscuridad que él comandaba. La caja negra que contenía a Thomasi comenzó a vibrar, respondiendo al poder de su padre. Los actos impuros que se desarrollaban ante sus ojos ya no eran más que un eco distante, insignificante frente a la verdadera presencia del Príncipe de las Tinieblas.

—Si es a mí a quien deseas, entonces que así sea —murmuró Lucifer, su voz baja pero resonante, cargada con la promesa de su inminente llegada.

Lilith, emocionada hasta el punto de la locura, finalmente lo vio aparecer ante sus ojos. Su amado, su príncipe, se materializó en la caverna, envolviendo todo a su alrededor con una oscuridad que hacía temblar los cimientos mismos del lugar. Ella, ajena al paso del tiempo y a las nuevas realidades del corazón de Lucifer, no sabía que ese corazón ya no le pertenecía; había sido conquistado, atado irrevocablemente a Bellamy.

—Lucifer, mi príncipe —susurró Lilith con reverencia, haciendo una profunda inclinación ante él, su voz cargada de deseo y adoración.

Lucifer no respondió de inmediato. En lugar de eso, su forma comenzó a cambiar, a distorsionarse y crecer hasta alcanzar su verdadera naturaleza. Se transformó en un ente oscuro, una figura que resonaba con el poder y la malevolencia de los abismos más profundos del infierno. Su piel, de un blanco espectral, contrastaba con las alas negras que se desplegaron majestuosamente a su espalda, resplandecientes en su negrura. Sus cuernos, afilados y retorcidos, emergieron con una amenaza latente, y sus ojos se volvieron dos pozos insondables, negros como la noche sin estrella, reflejando la frialdad de un océano en calma mortal.

La verdadera forma de Lucifer, aquella que solo los más osados o insensatos habían deseado ver, estaba ahora ante ella. Su presencia era abrumadora, y la caverna entera pareció encogerse bajo su dominio.

Lilith lo miró con lujuria, su cuerpo temblando de deseo al contemplar la magnificencia oscura que se erguía ante ella. En sus ojos brillaba la avaricia y la pasión de un amor antiguo, un amor que ella creía eterno y que ahora reclamaba sin comprender que el alma de Lucifer ya había encontrado su refugio en otra. Ella lo deseaba, lo anhelaba como si la distancia de los siglos no hubiera erosionado su obsesión.









Mientras todo esto sucedía, Caín luchaba por abrirse paso entre los zombies, tratando desesperadamente de llegar hasta su hermano Thomasi, que yacía atrapado en la caja negra, cada vez más débil. La visión de su hermano, tan vulnerable, apretaba el corazón de Caín, que redoblaba sus esfuerzos para llegar a él.

Lucifer, por su parte, observaba la escena con la calma que lo caracterizaba, pero sus ojos no podían evitar posarse en Lilith, la mujer que había emergido de las sombras de su pasado. Sus ojos celestes, tan familiares, parecían ser los de la Lilith que una vez conoció, pero había algo profundamente mal en su presencia. Una oscuridad más allá de lo que él recordaba, algo que corroía la pureza que alguna vez reclamó tener.

— ¿Cómo reencarnaste? —preguntó Lucifer, su voz profunda y tétrica resonando en la caverna—. Solo Dios puede otorgar la reencarnación.

Lilith, con una sonrisa amarga, se acercó un paso, su voz llena de desprecio.

—Me escondí de él, y pude reencarnar en esto —respondió, su tono impregnado de desagrado mientras indicaba su cuerpo con un gesto—. Estuve por mucho tiempo intentando que volvieras a mí.

El asco creció en Lucifer al acercarse más a ella. El olor que emanaba era putrefacto, una mezcla de muerte y procesamiento que se mezclaba con la vida artificial que ahora sostenía su existencia. Su repulsión no solo era por su presencia física, sino por la traición que Lilith representaba, un pasado que había tratado de enterrar.

—Te escondiste… —repitió Lucifer, su voz cargada de enojo y sarcasmo—. ¿Por qué no me sorprende?

Los recuerdos de aquel tiempo lejano volvieron a él, cuando había descubierto su infidelidad con Adán. En su furia, la había enfrentado, pero en lugar de responder, ella simplemente se había refugiado entre las piernas de aquel hombre, buscando protección en su pureza finida. La ironía le resultaba amarga; llamado a Adán "puro", como si su acto de traición no había fuera la encarnación misma de la impureza.

Lucifer la miró ahora, con esos ojos que habían visto siglos de pecado y redención, pero que ya no sentían nada por la figura frente a él. Lilith no era más que una sombra del pasado, un error del que había aprendido, y no una tentación que pudiera apartarlo de lo que verdaderamente le importaba en el presente.

—Puros… sí, claro —murmuró Lucifer, el sarcasmo en su voz goteando con cada palabra, mientras la oscuridad a su alrededor parecía pulsar con su creciente desdén.

Ella hizo oídos sordos y se acercó a él.

—Lucifer, perdóname —suplicó Lilith, su voz quebrada por una tristeza que parecía sincera—. Yo quería y amaba a Adán —le sonó con una tristeza que intentaba parecer genuina—. Pero fue porque fui obligado... Yo te amo.

—¿Me amabas? —preguntó, su voz teñida de un sarcasmo peligroso.

—Sí, Lucifer, eres el amor de mi vida —respondió Lilith, su voz se cargó de una excitación palpable, sus ojos brillando con una lujuria que no podía contener—. Hazme tuyo, hazme tu reina —susurró, acercándose a su boca, tratando de tentarlo con su cercanía.

Lucifer permitió que la ilusión durara solo un segundo antes de actuar. Con una maniobra rápida y brutal, la arrojó al suelo, su mano apretando la cabeza de Lilith contra la fría piedra de la caverna. La presión de su fuerza demoníaca la dejó sin aliento, mientras él se inclinaba sobre ella, su risa resonando con una dureza cruel.

—Hasta yo respeto a Dios, imaginate —Espera por siglos ver como la humanidad caía ante el pecado de Adán y Eva y tu zorra solo te metías con el para asegurarte un lugar en el cielo, te llevaste a uno de mis demonios —. Escupió con ira —. Jugaste con el y creíste ganar.

La ira en su voz era tangible, un recordatorio de la traición que no había olvidado. Y también hablaba de su hijo por supuesto. Nadie toca a sus hijos.

—Nadie me invoca, nadie es digno —escupió Lucifer, su voz ahora llena de una furia contenida—. Y si crees que siento amor por ti, estás equivocada.

La mano de Lucifer aumentó la presión sobre la cabeza de Lilith, como si quisiera aplastar de una vez por todas esa ilusión que ella aún mantenía.










Nos vemos en el siguiente capítulo.
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