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Un espíritu libre siempre será un espíritu atado a la eternidad.

Lucifer, después de varios días, finalmente mandó a llamar a Bellamy. Preparó cada detalle con meticuloso cuidado, esperando pacientemente la llegada de Xion con ella.

Cuando Bellamy cruzó el umbral del infierno, sus ojos se iluminaron al ver a la hermosa rosa en un lugar tan sombrío. Ella llevaba un vestido de rosado pálido, adornado con rosas, y su belleza deslumbraba a Lucifer. Era un espectáculo que siempre había deseado ver: su esposa y su hijo juntos en su hogar.

Sin embargo, la salida del infierno había sido gloriosa, pero la batalla contra la humanidad resultó en una brutal confrontación. Los arcángeles Miguel y Gabriel se enfrentaron a Caín y Lucifer, y la lucha fue feroz, con muchas pérdidas. La más desgarradora fue la de Bellamy.

Lucifer, consumido por el dolor, arrasó con todo a su paso. La muerte de Bellamy lo atormentaba; sentía como si le desgarraran la piel. En un último intento por recuperarla, se encontró atado por las cuerdas del perdón.

Caín, desesperado por liberarse, sintió cómo su cuerpo comenzaba a quedarse sin aire. —Pa... Papá— logró decir con dificultad.

Metatrón fue derribado por una roca que lo lanzó por el aire.

—Caín, cariño— la pareja del príncipe lo sacudió con angustia.

—Xion...— la garganta de Caín estaba gravemente herida.

Los arcángeles Miguel y Gabriel, con sus poderes curativos, trataron de sanar a Caín.

—Padre— escupió sangre—, tengo que ir por él.

—No, debes descansar— el castaño lo detuvo con firmeza.

Caín lo miró con disgusto. —Esa cuerda lo está matando, tengo que ir— intentó levantarse, pero fue detenido por su pareja.

—Caín, por favor, detente— le suplicó Xion—. Estás herido.

Gabriel, con tristeza en sus ojos, dirigió su mirada hacia Miguel. —Dios, perdona mis pecados, recuerda que soy tu hijo— murmulló mientras tomaba la espada del destino, que ardía con el poder celestial renovado. Gabriel alzó sus alas y emprendió vuelo, derribando a sus hermanos mientras se dirigía a Lucifer. Con su espada, cortó la primera cuerda que lo ataba, pero fue rápidamente derribado por Metatrón.

—¡Tú pecador, has desobedecido a nuestro padre!— le gritó Metatrón.

—En nombre de mi padre, yo haré justicia— respondió Gabriel, golpeando a Metatrón con furia.

Miguel, angustiado al ver cómo su compañero era masacrado, apretó su espada con determinación. —Dios, perdóname por lo que voy a hacer, no olvides que soy tu hijo— alzó sus alas y voló hacia Lucifer, pero una de sus alas fue cruelmente arrancada. Metatrón arrojó el ala al suelo.

—¡No creí que tú harías eso, Miguel!— exclamó Metatrón con sorpresa y desdén.

Miguel, herido y debilitado, se arrastró para escapar, pero su espalda sangraba profusamente y la carne desgarrada comenzaba a quemarle. Sintió el final acercarse mientras su corazón se detenía.

—Miguel, no...— murmuró el castaño, con voz apenas audible, mientras la agonía se apoderaba de él.

Gabriel, ahogándose con su propia sangre, miró a su alrededor con ojos apagados. —Lo lamento, Miguel— susurró, antes de que sus ojos perdieran el brillo.

La muerte de Gabriel hizo temblar el cielo de ira. Su cuerpo se desintegró en polvo, dejando solo tristeza y desolación en el aire.

—¡Gabriel!— gritó Miguel, intentando levantarse, pero cayendo de rodillas.

Dios, por favor, no nos desampares. No te olvides de nosotros. No... No quites tu vista de mí...— suplicó Miguel mientras el caos y la desesperación se desataban a su alrededor.

Miguel cayó al suelo, desangrándose, su vida se desvanecía ante la magnitud del dolor y la pérdida.

Libranos de todo mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora