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Lucifer respiró de manera intranquila, sintiendo el peso de los años en cada inhalación. Después de mucho tiempo, volvía a su hogar. El cielo se extendía en un azul sereno, y los ángeles, en su grácil danza, conversaban con tranquilidad, sus sonrisas iluminando el ambiente etéreo.

Ese era el recuerdo de su hogar: una paz cálida y reconfortante, un lugar donde las preocupaciones parecían desvanecerse. Sin embargo, al adentrarse en el reino celestial, Lucifer se encontró con una visión que desmentía su nostalgia. Los ángeles, al percatarse de su presencia, dejaron escapar una mezcla de miradas sorprendidas. Algunos sostenían una sonrisa triste, mientras que otros, con rostros tensos, dejaban escapar una mueca de enojo.

Miguel le sonrió con timidez.

-Sigamos, Lucifer -dijo con un tono que mezclaba respeto y una cierta cautela.

Lucifer lo miró sin emoción y se acercó a su hijo.

-Mantente a mi lado, hijo -ordenó, colocando su mano en el hombro de Cain con un gesto que intentaba transmitir protección y autoridad.

Cain asintió con más confianza ante el gesto de su padre. Miguel, con una expresión de resignación, los guió a través del esplendor celestial, conduciéndolos hacia las majestuosas escaleras que ascendían hacia el trono divino. Al final de las escaleras se encontraba Dios, imponente y sereno en su presencia, esperando con una paciencia que solo el tiempo eterno podía brindar.

Cada escalón que ascendía parecía cargar con un peso creciente, y la sensación de agobio se hacía cada vez más intensa. La extrañeza de volver a su hogar, ahora tan diferente de sus recuerdos, lo envolvía. Al llegar a la cúspide de las gradas, se detuvo y suspiró intranquilo, tratando de calmar su ansiedad.

Se armó de valor y avanzó hacia la plataforma. Allí, en su imponente presencia, se encontraban los querubines custodiando el umbral. Sus cuerpos resplandecían con una armadura de oro que captaba la luz celestial, reflejando un brillo que era a la vez majestuoso y intimidante. Las figuras angelicales se mantenían firmes, sus miradas fijas y vigilantes, mientras Lucifer daba el paso final.

Uriel llegó al lugar, y al ver a Lucifer, su mirada se llenó de tristeza. El aspecto actual de Lucifer le evocaba los viejos tiempos.

-Dios te ve -dijo Uriel, su voz cargada de un tono melancólico-. Dice que es un gusto verte de nuevo.

Lucifer lo miró con sentimientos mezclados, una mezcla de nostalgia y resentimiento.

-No es mutuo -respondió con frialdad.

Uriel desvió la mirada hacia Cain, observando al joven con curiosidad.

-¿Es tu hijo? -preguntó, su tono denotando interés genuino.

Lucifer asintió con cuidado, sin apartar los ojos de Uriel.

-Sí.

-Es igual a ti -comentó Uriel, observando las similitudes entre padre e hijo.

Lucifer frunció el ceño, impaciente por desviar la conversación.

-¿Dónde está Bellamy? -preguntó, su voz cargada de urgencia.

Libranos de todo mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora