-Capítulo XXV-

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El cielo al fin había terminado de teñirse de gris, cuando su último suspiro de luz se extinguió en el horizonte. Todos se habían marchado, dejando el lugar en un silencio que solo rompía el eco de nuestras pisadas; quedábamos solo nosotros, los cuatro chiflados, Ceviche y yo, mientras la lluvia anunciaba su inminente llegada. A pesar de que la casa de Dereck, Alan y la mía estaban en la dirección contraria, decidimos acompañar a Joan y Matthew, prolongando así el momento.

—Está bastante bueno, ¿no crees?—me dijo Bastián, con una sonrisa juguetona en los labios. Caminábamos rezagados, él con una bolsa de snacks en la mano y la mirada fija en Dereck, como quien observa algo más que solo una figura a la distancia.

—Eres un caso perdido, Bastián. Te gustan todos —le respondí con una risa suave, recordando cómo, en clase, me enviaba imágenes y videos de chicos que él consideraba atractivos.

—No todos… pero ellos tienen lo suyo. Hay algo en ellos que no puedo ignorar —contestó, y yo alzo una ceja en su dirección.

—¿Todos?

—Principalmente Dereck, pero Matthew también tiene lo suyo. Es alto, rubio, de ojos bien azules, labios rosados y es delgado. Además, tiene cara de no haber dado un beso nunca en su vida —dijo, y sus palabras encendieron una chispa en mi mente, una duda que no había considerado antes.

—¿Crees que nunca ha besado a nadie? —le pregunté, sintiendo cómo la curiosidad se expandía dentro de mí.

—Mi madre y la suya son amigas desde hace años, así que hablaba con él a menudo, pero nunca mencionó a ninguna novia. Tiene quince años, pero aún conserva esa inocencia en su rostro. Parece que el tiempo no tiene ninguna intención de hacerlo madurar—dijo, moviendo un cheeto en el aire, lo que me hizo sonreír.

—Sería interesante si es así. Me gustaría ser la primera en probar sus labios, y ojalá la última —confesé, casi sin pensar, pues las palabras habían salido de mi boca antes de tan siquiera dar un viaje por mi mente. Ceviche me miró con los ojos bien abiertos y una sonrisa traviesa, como ya era costumbre.

—¿Qué esperas?

—No lo sé… me da vergüenza pedirle un beso y que me rechace —contesté, observando cómo nos acercábamos al Central, mientras el cielo seguía con su amenaza.

—No te rechazará. Ni siquiera se lo pidas, solo dáselo —dijo Bastián encogiéndose de hombros, como si la solución fuera tan simple como el consejo que daba. Parecía que esperaba que el destino resolviera todo.

—No puedo hacer eso… Si él no quiere, debo respetar su decisión —respondí, con un tono en el que se dejaba notar la resignación.

—Entonces reúnete de valor y pregúntale. No me dejes en esta incertidumbre —me instó, mientras continuaba comiendo. Llegamos frente a una pequeña tienda en la esquina del Central. Los cuatro chiflados entraron para comprarse refrescos, y yo decidí sentarme en un pequeño muro frente a la tienda, dejando que la brisa fría del día, jugara con mi cabello.

Al final, el cielo habia decidido dar rienda suelta a las nubes, pues comenzó a desatarse en un aguacero. El techo bajo el que nos refugiábamos resonaba con el golpeteo de las gotas, con mucha fuerza, claro está. Estábamos atrapados allí, sin más opción que esperar a que la lluvia amainara, o simplemente de empaparnos.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Bastián, dejándose caer a mi izquierda.

—A menos que quieras mojarte, nos quedaremos aquí, refugiados hasta que la lluvia se canse de caer —le respondí, mientras me divertía con un juego de un auto en mi celular. Observé a los demás acercarse; Matthew se sentó a mi derecha, Dereck a su lado, y los otros dos ocuparon los espacios restantes.

—Yo quiero jugar —dijo Matthew, y sin dudarlo le pasé mi celular. Comenzó a jugar, mientras los otros observaban en silencio, absortos en la pantalla. Me levanté para acompañar a Bastián a la tienda por un refresco que también se le antojó.

—No lo prestes —le advertí antes de entrar, y él asintió con una sonrisa.

—Matthew, sal del juego —escuché que Dereck le decía, apenas unos segundos después. Me detuve en seco, confundida. Vi cómo Matthew obedecía y le pasaba el celular a Dereck, quien lo tomó con la intención de indagar más allá del juego.

Aceleré el paso, llegando a tiempo para arrebatarle el teléfono de las manos. Los cuatro me miraron con atención, expectantes a mi actuar.

—¿Qué te pasa? —le reclamé a Dereck—. Matthew, te dije que no lo prestaras —dije, volviendo a sentarme junto a él.

—Solo quería ver algo —se excusó Dereck, y yo le respondí con una mueca. No estaba realmente molesta, pero la situación me había incomodado, pues no entiendo el por qué querría ver algo en mi galería.

—Lo siento, me dio curiosidad saber qué quería ver —dijo Matthew, bajando la mirada con timidez.

—No pasa nada, solo no lo prestes sin mi permiso —le dije, y luego me recosté en su hombro, dejando que mi cabeza descansara sobre su hombro. Observé su rostro de reojo, y sentí cómo el nerviosismo volvía a apoderarse de mí. La conversación con Bastián se repetía en mi mente, y mis deseos se volvían más insistentes que antes. Aun así, decidí ignorarlos y acurrucarme más cerca de Matthew, buscando su calor.

—Parece que la lluvia está cesando —comentó Alan. Volví a mirar el Edificio Central y, efectivamente, las gotas se habían reducido a unas cuántas, las cuales no eran suficientes para mojarnos.

—Deberíamos irnos ya, antes de que vuelva a llover —dijo Joan, tomando su bulto y empezando a caminar. Dereck y Alan lo siguieron, pues esperaban el fin de la lluvia para partir. Al ver que todos se iban, levanté mi cabeza del hombro de Matthew, quien se puso de pie y comenzó a recoger sus cosas.

—Matthew —lo llamé impulsivamente, deteniéndolo por el brazo cuando apenas había dado dos pasos.

—Dime —respondió con una voz más suave de lo habitual. Me acerqué, y levanté la mirada para encontrarme con sus ojos, que me observaban con curiosidad.

—Yo… ¿puedo darte un beso? —Las palabras salieron de mis labios antes de que pudiera detenerlas, impulsadas por un deseo que había estado creciendo en mí desde hace un tiempo y que mis amigos habían estado impulsando. Aunque el rubor subió a mis mejillas, la adrenalina en mi cuerpo me impedía sentir vergüenza; mi corazón latía con una fuerza que amenazaba con escaparse de mi pecho, y mis piernas temblaban ligeramente. Lo miré fijamente, y en un instante, sus mejillas se tiñeron de un suave rosa. No dijo nada, solo asintió con la cabeza.

Sin dudar, tomé su rostro entre mis manos, me puse de puntillas y acerqué mis labios a los suyos, depositando un beso casto pero cargado de ternura. Fue como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, como si el tiempo se hubiera detenido en ese preciso instante, y como si en el mundo solo existiéramos él y yo.

Al separarme de su boca, apoyé mi frente en la de él y, con cautela, abrí los ojos. Detrás de él, Bastián me observaba, su boca formando una perfecta "o" de asombro. Al percatarme de mi acción, la vergüenza recorrió mi cuerpo, y retrocedí suavemente para dejarle pasar. Al otro lado de la calle, los chicos nos miraban, sus ojos reflejando la misma sorpresa, pero Matthew y yo cruzamos sin intercambiar una sola palabra sobre lo que acababa de ocurrir, Ceviche venía detrás de nosotros todavía con asombro de lo que había presenciado.

Rumores de un Corazón Desgarrado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora