-Capítulo XXI-

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El día amanece nuevamente con un frío implacable. Desde la lámina transparente del techo observo cómo el agua se desploma con fuerza, desafiando al mundo con su persistencia. Hoy era el día de la clase de Educación Física, lo que nos daba la oportunidad de vestir el uniforme de la disciplina: un buzo gris y una camiseta azul, ambos de una licra suave, pero que dejaba pasar el frío con facilidad.

Sin embargo, debido a las intensas lluvias, nos han relegado a permanecer durante 80 minutos sentados en las mesas del comedor, justo al lado de la plaza. El grupo está separado por hombres y mujeres, ya que no compartimos las clases de física. A mi lado está Sharon, quien me cuenta con entusiasmo sobre su novio, Kendall.

-Me dijo que quería que fuera a su casa para conocer a sus padres y a su hermana. Eso me hace muy feliz, a decir verdad -comenta Sha, con su característica sonrisa y sus mejillas sonrojadas. No estoy segura si es por la alegría o por el frío, pero sigue luciendo completamente radiante. Siempre he pensado que Sha es una de las pocas personas que aún conserva un corazón puro y hermoso, tan hermoso como su apariencia.

- ¿No te ponen nerviosa? -le pregunto con una sonrisa de medio lado.

-Un poco, pero Kendall me dijo que les ha mostrado una foto mía a sus padres, y han dicho que soy bonita -responde, inflando sus mejillas

-No les falta razón, eres una muñequita -le digo acariciando su cabello castaño. Ella suelta una risita más y, al escuchar que Lisa la llama, se voltea para conversar con ella. Ana, que está frente a mí, me observa y yo le sonrío. Al principio del año, verla era un desafío; una simple canción evocaba lágrimas por recuerdos pasados, pero ahora ya no provoca más que una leve incomodidad en ocasiones.

- ¿Ya te decidiste? -me pregunta en voz baja.

-Decidirse suena algo brusco, pero sí, podría decir que he descubierto quién realmente me atrae -respondo mientras me recuesto sobre mi brazo en la mesa.

- ¿Quién? -pregunta con curiosidad.

-Te lo diré cuando no hayan tantos oídos, ya sabes cómo son -digo, mirando a un lado.

-Envíame un mensaje luego -me pide antes de levantarse y dirigirse a decirle algo a la profesora, para luego desaparecer por los pasillos.

(...)

Estamos en la clase de música. El profesor Alexander, uno de los mejores en este colegio, nos ha dicho que debemos practicar unas canciones para el retiro espiritual de los alumnos de último año. A veinte minutos del final de la clase, un trueno estremece el ambiente con su rugido estruendoso. Desde pequeña, el miedo a los ruidos fuertes me ha acompañado: los cohetes de Navidad, los disparos, los lugares bulliciosos y, sobre todo, los rayos. Aunque amo la lluvia, los truenos me paralizan y busco refugio en mis cobijas, algo imposible aquí.

Intento taparme los oídos, pero es inútil. La lluvia golpea el techo con la fuerza de las piedras, creando un estruendo ensordecedor. El profesor decide permitirnos quedarnos en el salón si así lo deseamos, pues con esta tormenta, ni el paraguas más grande podría salvarnos. La mayoría decide salir, y en unos minutos solo quedamos Matthew y yo. Al ver que él se levanta, decido hacer lo mismo; no quiero quedarme sola con el diluvio.

Recojo mis cosas y siento su presencia a mis espaldas. Coloco mi bulto sobre mis hombros y me giro para verlo. Él se acerca, rodeándome con sus brazos, y yo correspondo el gesto, pasando mis brazos por su cintura, a pesar de ser un chico, es muy delicada.

-Te he visto temblar, ¿te dan miedo los rayos? -pregunta, notando mi sorpresa al darme cuenta de que me ha observado.

-Sí, me dan mucho miedo -admito, escondiendo mi cabeza en su pecho. El hecho de escuchar el latido de su corazón logra traer una calma inesperada a mi cuerpo, aunque en estos momentos, siento como late con desesperación.

-A mí también me dan un poco de miedo, pero todo estará bien -dice con una voz aún más suave de lo habitual. Me aparto ligeramente para mirar su rostro; siempre tengo que alzar la vista para hablar con él. Sus ojos azules parecen reflejar el cielo, como si Dios hubiera decidido lavar sus pinceles en ellos luego de crearlo. Su piel nívea es muy suave al tacto, y los tonos rosados de sus mejillas y labios son como una paleta de tonos pastel, suave y hermosa. Él también me observa con atención y se acerca aún más, su rostro se encuentra a centímetros del mío. No sé en qué momento ocurrió, pero la distancia entre nosotros se acorta y me da un tierno, pero rápido beso en la comisura de los labios.

Mis ojos se abren sorprendidos. No esperaba esto. Mi corazón late con una intensidad inusitada y mis mejillas se calientan en un instante. Un ligero cosquilleo recorre mi cuerpo, y siento que mis piernas se debilitan. Vuelvo a mirar sus ojos azules, pero antes de que pueda reaccionar, el profesor entra en el salón. Ambos nos separamos y caminamos hacia la puerta. Le sonrío al profesor y salgo con una mezcla de vergüenza y emoción.

Matthew no dice nada después de eso. Mi vergüenza no me deja preguntarle nada. Lo observo tomar asiento en una banca que se encuentra justo a la vuelta del salón de música, y yo me siento en el espacio a su lado. Los demás chicos se reúnen y comienzan a charlar, pero yo no escucho nada de su conversación. Mi mente sigue atrapada en ese momento en el que Matthew, en un solo segundo, logró despertar en mi pecho lo que Ethan no pudo en cuatro años de conocernos.

Los chicos parece que han decidido ver un partido de futbol en sus celulares, y aunque yo no este ni enterada de quienes son los que juegan, recuesto mi cabeza sobre el hombro de Matthew y me dispongo a "verlo" también, y con mi mano izquierda, acaricio suavemente su mano libre, ya que con la otra sostiene el celular. Me doy cuenta de que con toda mi mano, podía agarrar solamente su pulgar, pues mis manos a penas son unas pulgas en comparación con las suyas.

Rumores de un Corazón Desgarrado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora