Capítulo 5

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*Guido*
Desde que me llamó y cortó, su celular me da apagado y me estoy desesperando. No sé a quién recurrir. No sé qué hacer en estos casos ¿Cómo ayudar a una chica víctima de un chabon? Porque uno piensa en la justicia pero en este país la justicia es una bosta. Pensé y pensé pero no se me ocurría nada. No tengo medio para contactarla, no sé dónde vive, no sé quién la conoce. Es como si no existiera.

Me levanté suspirando y entré a mi sala. Me senté en el teclado y Encerrada en el Placard se tocó sola. La toqué unas 15 veces, le cambié la letra, le agregué cosas, sonidos. No podía dejar de tocarla y de pensar en Leo. Me da mucho dolor pensar en todas las personas que viven “encerradas”. Desde acá trato de hacerles justicia con mi canción.

Se hicieron las 08 am. El sol infectó toda mi casa. Intenté llamarla a su celular pero sigue apagado. Así que solo queda ir a la academia, otra vez.
Me preparé y salí.

Entré con algo de ilusión. Esperaba verla ahí.
— ¿Si? —la recepcionista habló hacia mí.
— Hola. Quisiera hablar con Leonora Bianco. No sé sus horarios.
— Las clases de Ballet están suspendidas por tiempo indefinido, señor.
No me la esperaba. Un miedo enorme me anudó el estómago.
— ¿Por qué?
— Leonora está enferma. En cama. Es todo lo que sé.
— Por favor ¿Podes pasarme su número? ¿Su mail? Algo.
— No señor. No estoy autorizada para eso y le pido por favor que no me comprometa.
— ¿Pasa algo Xime?
Una chica, de pelo largo abultado, apareció y me clavó sus ojos. Con cara de disconformidad.
— Hola. Soy Guido —hablé antes de que me echen—. Soy amigo de Leonora y estoy preocupado por ella. No me contesta al teléfono y quisiera saber cómo está, nada más.
La chica cambió su expresión por una angustiada.
— Seguime Guido.
Giró sobre sí y la seguí. Me guió al costado de la escalera. Caminamos unos metros hasta lo que parece ser una oficina.
— Sentate.
Corrió una silla y se sentó delante mío.
— Antes que nada, soy Isabel, un gusto —extendió su mano y la estreché en silencio. Suspiró y me miró—. Necesito que me ayudes a rescatar a Leo de ese infierno.
— Si, contas conmigo ¿Dónde está? ¿Cómo está?
— No lo sé. No responde a su celular, da apagado y aún no tuve tiempo de ir a verla.
— Yo voy, dame su dirección y voy.
— ¡No! ¿Estás loco? Ni se te ocurra mandarte solo, nunca. La pones es un riesgo aún mayor.
— Pero ¿¡Quién es este tipo loco!?
— No sé, no sé —suspiró y tragó saliva—. Solo sé que lo conoce hace añares y que nunca pudo cortar el lazo tóxico que tiene con él. Pero cada día es peor. Quiere decidir por ella, no la deja tener redes sociales, no la deja ni hablar conmigo. Y ella acata, por miedo, obviamente.
— ¡La puta madre, que bronca que me da! ¿Qué hacemos Isabel?
Isabel suspiró aún más profundo.
— ¿Podes venir hoy a las 5?
— Si, ¿Para qué?
— A esa hora me desocupo y voy a ir a verla a la casa.
— ¡Ah! Si, si. A esa hora estoy acá. Disculpa pero ¿Vos sos la amiga?
— Algo así, sí. La conocí cuando entré a estudiar en el Colón. Pasa que… Imaginate que soy la mejor amiga y nunca sé nada de su vida. Lo justo y necesario.
— Tranquila, esto se va a terminar acá.
— Gracias. Se nota que la queres. Nunca supe nada de vos.
— ¿No? Que pena. Fuimos grandes amigos. La reencontré cuando bailaron El Lago de los Cisnes.
— Ah, si, si. Te recuerdo. Vos sos el cuñado de Melisa, el que quiso hablar con Leo.
— El mismo. Y desde que intenté hablarle, no pude acercarme mucho. Sin embargo anoche me llamó.
Isabel abrió grande sus ojos y me miró atenta, esperando que continúe.
— Me llamó angustiada y me pidió ayuda. Pero se escuchó un ruido horrible y se cortó la comunicación. Ya no pude contactarla, da apagado.
Isabel se emocionó, sus ojos se cristalizaron. Tragó saliva y miró hacia la ventana.
— ¿Me esperas acá por favor? —se incorporó.
— Eh. Si.
Salió de la oficina y me quedé pensativo. Intenté llamar a Leo de nuevo, pero sigue dando apagado. Revisé mis mails otra vez, quizá me mandó algo, pero tampoco. La incertidumbre y el dolor crecen cada vez más.
— Bueno, acabo de suspender las actividades. Vamos ahora mismo a la casa, no quiero perder más tiempo.
Me incorporé sin dudarlo.
— Vamos.

Después de un viaje tedioso, escuchando las cosas que Isabel vió a lo largo de los cuatro años que hace que la conoce, llegamos al edificio donde vive Leo.
— Es acá. Planta baja, departamento B.
— Okay, vam… —Isabel me detuvo.
— Esperame acá, mejor. Leandro me conoce.
— Pero…
— Pero nada, es ella la que corre peligro.
Cerró la puerta y se alejó determinante. Tiene razón.

*Leonora*
— No me quiero ir a Chile, por favor. No puedo, tengo que bailar la semana que viene.
Ruego con lágrimas, con dolor, con pena, con furia.
— ¡¡Decime qué carajo hacía el rubio ese en la academia eh!! ¿¡Qué —me tomó fuerte del pelo— carajo hacía ahí!?
Golpeó mi cara contra la pared varias veces y sentí como la piel de mi pómulo cedía. Sentí un dolor horrible y la sangre chorrear.
— ¡¡NO SÉ!! TE JURO QUE NO SÉ.
Tapé mi cara y me ahogué en un llanto. Todo esto es culpa mía por haberlo llamado. Y no puedo creer que Leandro vigile los lugares por donde ando.
— Arma la valija, Leonora —me pidió calmo.
— Por favor, creeme. No me puedo ir del país, bailo en unas semanas.
— Que te reemplacen ¿Qué carajo me importa a mí?
— Pero yo quiero bailar.
— Arma las valijas o no la contas Leonora ¡¡Armá las valijas!!
Gritó tan fuerte que no tuve opción.
Abrí el placard, tomé una remera y vi como la manché con sangre. Me acerqué al espejo y vi la herida horrible en mi pómulo. Suspiré y fui al baño a lavarme las manos. Sea como sea ya no puedo bailar, no así, llena de marcas y lastimaduras.

Volví a mi habitación para seguir armando la valija y sonó el timbre. Me paralizó por completo, sentí que mi espina dorsal se congelaba.
— Yo voy —Leandro cerró la puerta de mi habitación como siempre.

*Guido*
Estoy inquieto en el auto, muero de ganas por subir y ver qué pasa. Pero no quiero perjudicar a Leo. Empecé a mirar los autos y a lo lejos ví el mismo que pasó a buscar a Leo por el Colón. Me guardé el número de patente por las dudas. De repente levanté la vista y vi como este tipo echaba de muy mala manera a Isabel. No lo dudé ni un segundo y salí del auto.
— ¡Hey! ¡Hey! ¡Soltala! ¿¡Qué haces!? ¿Sos pelotudo?
Soltó el brazo de Isabel y se pegó a mí.
— Explicame quién carajo sos y por qué le hablas a Leonora.
— Soy tu peor pesadilla, basura. Yo te voy a hacer pagar todas las que hiciste.
Instantáneamente me tomó del cuello, muy fuerte. Temí pero me la banqué.
— ¡Soltalo Leandro! —gritó Isabel.
— Leandro… nombre de machito —logré decir pese a que me está ahorcando.
Me tiró al piso y empezó a darme piñas en la cara. Duelen tanto pero lo hago por ella. Prefiero que me pegue a mí. Forcejeando lo tomé del cuello y nos giré. Pude quedar arriba. Le di tres piñas en el cuello que lo dejaron ahogado.
— ¡¡Sacala de ahí Isabel!! —le dije para que reaccione.
Leandro me dio un rodillazo en mi parte baja y ahí sí que vi las putas estrellas. Caí rendido hacia un costado. Él se incorporó y pateó mi estómago sin piedad. Quedé doblado en el piso mirando como intentaba entrar al edificio otra vez. Saqué fuerza de algún lugar, me incorporé y lo tackleé. Cayó de cara al piso. Me subí arriba suyo, me saqué la campera y traté de atarle las manos. Costó. Forcejeó y gritó pero lo logré.
— Callate enfermo, callate.
Me duele todo el cuerpo y el alma. No puede ser que pasen estas cosas todos los días y nadie haga nada. Empecé a buscar en sus bolsillos.
— ¿Qué haces hijo de puta? ¿Qué haces? Te juro que en cuanto pueda los mato a los dos. A vos y a esa colorada trola.
Cuando escuché eso, una corriente de furia me invadió y choqué fuertemente su cabeza contra el pavimento. Pude ver la sangre chorrear. Eso hizo que se quedase quieto. Pude, al fin, sacar su billetera y buscar su DNI, le saqué una foto al mismo.

En ese instante vi a Isabel venir con Leo. Leo se resiste y ella la convence de salir. Tiene la cara lastimada, arruinada de tanto dolor. Su muslo izquierdo tiene un moretón enorme y vaya uno a saber qué más. Me quise incorporar rápido y el dolor de todo mi cuerpo me dejó doblado. Así caminé hasta ellas.
— Leo…
— ¡¡Andate!! Estas loco Guido, loco. Nadie te pidió que hagas todo esto. Andate y no vuelvas más.
Sus palabras se clavaron en mi corazón como dagas. Leo se subió al auto de Isabel de mala gana. Leandro, tirado en el piso casi inconsciente empezó a gritar “Leonora”.
— Hey Guido, ¡Guido! —Isabel pasó su mano frente a mi cara.
— Está enojada conmigo —fue ahí que sentí dolor y un llanto punzante salió.
Hace años que no lloro.
— Gracias por esto, nunca lo hubiese logrado sin vos —se quebró y nos miramos entre lágrimas.
— Voy a denunciar contra él, tengo todos sus datos. Convencela de que lo denuncie. Por favor.
— Lo voy a intentar, creeme.
Sacó su billetera y de ella una tarjeta.
— Ahí está mi número. Hablame ¿Si? Me voy antes de que Leo se arrepienta.
Se subió, arrancó y se alejaron. Leo me miró por última vez expulsando un odio terrible que me dolió más que todos los golpes que recibí.

𝑀𝑒 𝐺𝑢𝑠𝑡𝑎 𝑉𝑒𝑟 𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝐵𝑎𝑖𝑙𝑎𝑠 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora