Capítulo 7

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*Leonora*
Mis oídos escuchan el bullicio pero mis párpados pesan muchísimo. Intento abrirlos pero realmente me cuesta. Me duele un brazo, lo siento lastimado y el otro me pesa. Probé mover la cabeza a ambos lados para darle fuerza a mis párpados, no sé si es la forma correcta de hacerlo pero me funcionó. El problema es que al abrir los ojos me topé con poca luz. Empecé a temblar y a tener mucho miedo aún sin saber dónde estoy. Cuando por fin pude abrirlos, ojeé todo ¡Estoy internada! Mi brazo izquierdo está vendando y el derecho tiene un suero.

Luego de ver el suero pude ver que hay alguien durmiendo al lado mío, en una silla… Guido. Guido Sardelli. El Alien. Mi amigo de la infancia. El rubio fastidioso, bobo, tierno y compañero… Recuperé la memoria. Sé que hago acá… Me corté un brazo con un vidrio.
No quiero morir, realmente no quiero morir.
Lo que quiero que se muera es este dolor que cargo. Es este sentimiento de desprecio hacia mí misma, hacia los hombres, hacia el mundo, que nunca pude cambiar, que Leandro se encargó de hacer crecer.
Tengo miedo, no sé nada de él, no sé dónde estará, qué dijo, qué piensa, ni qué hará. Ellos no entienden pero, teniéndolo a mi lado podía controlar todas estas cosas. Ahora ya no.

Como no soporto más la oscuridad, me propuse levantarme a prender las luces.
Despacio, bajé la pierna izquierda y una vez en el piso, apoyé la derecha y me senté. Me siento extremadamente mariada. Tomé el trípode con el suero y caminé hacia la llave, levanté mi pierna izquierda y encendí la luz con mi pie. Giré y vi como Guido se despertó asustado. Miró hacia todos lados, a pesar de tenerme en frente.
— ¡Colo! ¿Cómo estás?
— Bien.
Se incorporó y vino hacia a mí. Trató de asistirme.
— Puedo sola —lo detuve apoyando la palma de mi mano en su pecho.
Me miró, pretencioso.
— Leo, te quiero ayudar ¿Cuál es el problema?
Lo miré, fijo, como aún no me animaba, y me traspasó. Tragué saliva al ver lo lastimada que tiene su cara y seguramente también su cuerpo. Y todo por mi culpa.
Negué y caminé en silencio hasta la camilla. Cuando me acosté me di cuenta que mi cuerpo solo quería acostarse y descansar. Mi cuerpo no da más y yo tampoco.
Guido se sentó en la silla nuevamente. Se quejó al sentarse y tocó su abdomen. Como si por tocar la zona no doliera tanto. Pero sí le duele.
— ¿Te duele algo? ¿Te acordas lo que pasó?
“Me acuerdo de todo y me duele el alma”.
— No me duele nada y sí me acuerdo. Mira, gracias por todo pero no te metas más.
Cuando determiné me miró, como se dice en la cotidiana, con cara de perrito mojado.
Se levantó, frunció sus labios, parece que se aguanta las palabras, las venas de su cuello se marcaron. Hasta que soltó un suspiro hondo y se aflojó.
— Mira… Esto no lo hago ni para conquistarte, ni para invadirte solo para liberarte y —se quebró y tuvo que pausar para tomar aire—. Capaz no soy nadie en tu vida y nunca lo sea pero cuando te pueda ver sonreír otra vez, sé que esto habrá valido la pena. Gracias a vos me di cuenta de que hay que salvar al otro y me la jugué por cambiar el mundo de alguien, en este caso el tuyo… Solo eso.
Caminó hasta la puerta y se fue.

Nunca nadie hizo tanto por mí. Creo que ni yo hice tanto por mí en mi vida. Pero ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo?

Se abrió la puerta e Isabel apareció casi corriendo.
— Leo, hermosa ¡Hola! —me abrazó y me hizo doler el brazo.
— ¡¡Despacio!!
— ¡Perdón! ¡Perdoname! —esnifó y secó sus lágrimas.
Se me quedó mirando con sus ojos vidriosos. En su mirada solo puedo ver que sufre.
— No quiero que estés así por mí.
— Pero si te pasa algo me muero con vos amiga ¿Entendes? Te adoro Leito, sos una persona muy especial que solo yo tuve el placer de conocer. Quiero que estes bien ¡Que estés viva! —se ahogó en su llanto.
Suspiré y agaché la cabeza. Odio verlos mal por mí.
— ¿Sabes algo de Leandro? —rasqué la piel de mi pulgar con la uña del otro— Tengo miedo —mi voz ya no sale en el mismo tono.
— Está en Chile. Su mamá llamó defendiendolo y le dije de todo ¡La voy a denunciar a ella también! ¡¡Pedazos de basuras!!
— ¡Isabel! Calmate —me miró, congelando su cara.
— Eh.. Con Guido fuimos a tu casa, le dimos de comer a Rubio, estaba muy asustado. Te ordené todo también y te trajimos algunas cosas —sacó, de un placard empotrado, una de mis mochilas.
De uno de los bolsillos sacó un celular y me lo extendió.
— Tomá. Para que te comuniques con nosotros.
— Que nosotros.
— Guido y yo. Por favor, no intentes contactar a Leandro.
— No Isabel, no. Pero no quiero que Guido esté en el medio. Hacele entender que no quiero su ayuda.
— Pero ¿Qué tenes con él amiga? ¿No le podes agradecer en vez de alejarlo?
— Ya le agradecí ¡Pero ya esta! Que siga su vida, que no la desperdicie con una enferma como yo. No —tragué mi llanto.
— ¡Pero vos lo ves así, no él!
— No sé cómo pretenden ayudar si no me escuchan.
Hicimos un gran silencio.
Isabel se quedó al lado mío, mirando al frente, tildada.
Yo miré la hora, son las 03:30 am.
— Anda a dormir Isa. Vayan los dos. Descansen.
— No pero decidimos quedar…
— Isabel, vayan. Por favor salí y decile a Guido que quiero que se vayan porque necesito estar sola —sentencié.
Los ojos de Isa se llenaron de lágrimas, soltó un gran llanto que me partió el alma otra vez.
Pensé que se iría enojada pero por el contrario se acercó a abrazarme, a abrazarme fuerte. Nunca me abrazaron así, ni en mi familia, ni Leandro, ni ninguna otra persona. Ella es una amiga de verdad.
— Te amo Leo, vas a estar bien.
Cerré los ojos y fruncí mis labios sosteniendo el llanto. Morí de amor ante sus palabras y su apoyo. Me hace tan bien pero no sé cómo devolverlo.
Se acercó al placard, sacó sus cosas, las de Guido y se fue.

𝑀𝑒 𝐺𝑢𝑠𝑡𝑎 𝑉𝑒𝑟 𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝐵𝑎𝑖𝑙𝑎𝑠 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora