Capítulo 4

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*Leonora*
Los domingos son mi día preferido por excelencia porque amo las clases abiertas que doy en “Isabel”. Es un espacio donde decido despojarme, no me exijo tanto y disfruto de bailar sin mi necesidad de ser perfecta.
Lo que aún no olvidaba era que Guido haya ido a verme la semana pasada. Hasta soñé con él después de verlo. Me confunde mucho. De verdad. Y no quisiera por nada del mundo acercarlo al mundo de Leandro. Ya vi lo que puede pasar si intento estar con otras personas.

Sin embargo estoy acá, en su casa, desnuda, después de fingir que disfruto de su sadismo. Porque me dí cuenta de que no lo disfruto y de que por años me engañé a mí misma por miedo a sus brotes de ira.
Miré la hora y empecé a prepararme para ir a la academia.
— ¿Dónde vas?
Entró a la habitación y empezó a vestirse.
— Es domingo, tengo la clase.
— Te llevo y después te dejo en tu casa.
“No quiero, dejame hacer mi vida en paz”.
— Está bien.
Suspiré y tomé mi mochila. Di un paso en falso y me llevé puesta la silla donde estaba la mochila. Mis dedos golpearon fuerte, pegué un grito y solté la mochila.
— ¿¡Sos tarada no!? Fijate lo que haces nena.
Se levantó y levantó la mochila. Todo cayó al piso y, para mi mala suerte, el papel que me dejó Guido quedó en primera plana.
— ¿¡Y esto!? —lo tomó y se enfureció.
Me miró con una de sus peores miradas y se acercó a mí. Tiró de mi pelo, muy fuerte.
— Para Lean —le pedí ya entre lágrimas.
— ¡¡Para nada!! ¿¡Quién es!? ¿Andas anotando numeritos eh? Trola de mierda. No te alcanza conmigo ¿No?
Hizo un bollo el papel y lo metió en mi boca. A pesar de que forcejee lo logró igual.
Al soltarme se dio la vuelta y creí que se alejaría, pero no, giró y me dio una patada en el muslo derecho. Caí sentada y dolorida.
Me largué a llorar desconsoladamente, como hacía mucho tiempo no lloraba. Junté mis piernas a pesar del dolor y las abracé en mi pecho. “Yo no merezco esto, no lo merezco” pensaba.

Leandro se agachó frente a mí y me abrazó. Ahí está, otra vez el maldito espectáculo del arrepentimiento.
— Perdón Leonora, perdón.
“Me pongo loco porque te quiero cuidar”.
— Te cuido, nada más. Vos andas hablando con cualquiera y me pongo loco.
— No hablé con cualquiera, es un conocido.
— ¿Un conocido? Ah mirá vos ¿Qué conocido a ver?
— Es un ex compañero de Ballet ¿Contento?
Le dije eso porque el muy estúpido piensa que todos los hombres que bailan ballet son gays.
Gatee hasta las cosas de mi mochila, llamé a la academia y les dije que no iría. No tenía ganas, ni fuerzas y la pierna me duele mucho.
— Yo me muero si te pierdo Leonora.
Lo miré.
— ¿Por qué me vas a perder?
— Porque todos los tipos te quieren tener y tengo miedo de que encuentres a alguien mejor.
“Cualquiera es mejor que vos, pedazo de basura”.
— Yo no soy así.
— Más te vale. Sino voy a tener que matarte.
Traté de no demostrar miedo pero sus palabras retorcieron todos mis órganos. Siento como mi presión baja y el miedo me nubla todo.
— Vos no podrías matarme.
— Si que puedo.
— No, porque me amas —tragué saliva y traté de fingir, como siempre.
— Por eso mismo, sos mía y de nadie más y si querés irte con otro te mato.
— ¿Y qué? —mi voz se quebró totalmente. Mi ser, mejor dicho— Vos vas a quedar solo y andar con otras mujeres entonces.
— No, porque después de matarte, me mataría.
Se acercó a mí y trató de tomar mi cara pero no lo dejé. Fue en vano porque la tomó con más fuerza.
— Me duele Leandro, por favor.
— ¿No entendés que mataría y moriría por vos no? No te importan mis sentimientos, sos una hija de puta.
Soltó fuerte mi cabeza y la di contra la pared.
— Me quiero ir a mi casa —dije entre lágrimas y miedo.
— ¡Si! Mejor.
No puedo creer que me deje ir. Solo quiero estar sola en mi habitación, sin que nadie me moleste.
— Te pido un taxi y te vas. Ojo lo que haces.
Junté mis cosas en la mochila otra vez y para despistarlo, hice un bollo el papel con los datos de Guido y lo tiré en el cesto de su habitación. Me levanté y me cambié en el baño. Tengo marcados sus dedos en mi cara y mi muslo derecho algo hinchado. Mi piel es tan sensible que se marca de nada.

Llegué a mi casa y sin dudarlo un segundo corrí al baño. Entré, empecé a respirar muy agitada y, como si se abriera una canilla, salieron mis lágrimas. Un llanto espantoso, de esos que te ahogan. De esos que parece que pueden matarte. Asfixiarte. Pero en realidad lo que me asfixia es esta situación de mierda. No lo soporto más, quiero que se termine de una vez. Pero no sé cómo. Sé que moriría en el intento. Moriría y en sus sucias manos.

Bajé la tapa del inodoro, me bajé la calza y me senté sobre la tapa. Abrí una de las puertas del mueble y saqué la pequeña navaja. Miré mi pubis, la zona más maltratada de mi cuerpo. Acaricié con la yema de mis dedos las cicatrices de viejos cortes y lloré como nunca. No puedo creer haber hecho esto por tantos años, no puedo creer haber aguantado todo ésto. “¿Por qué? ¿Me gusta el dolor? ¿Me gusta que me maltraten? No lo merezco, no lo quiero más. Me duele todo ¿Qué hago?”

Pensé en llamar a Guido. Pedir ayuda ¿Alguien podrá ayudarme?

En un ataque de desesperación busqué mi celular. A pesar de haber tirado el papel, tengo archivada una foto del mismo por si esto pasaba. Parece que me sé de memoria cada situación de mierda que voy a vivir con Leandro.
Lo agendé como Melisa Garat y lo llamé.
Un tono, dos tonos, tres tonos y corté. Me invadió el miedo, totalmente.
Respiré hondo, golpeé mi cabeza contra la pared preguntándome por qué varias veces.
Finalmente volví a llamar. Esta vez atendió de inmediato.
— Hola.
— Soy Leo —dije a lo bajo.
Como si Leandro me escuchara.
— Leo —ya suena alerta y dispuesto a ayudarme— ¿Todo bien? Que bueno que llamas, te vine a ver a la academia pero cancelaste ¿Pasó algo?
Ante esa pregunta recordé todo lo que pasó esta tarde. Miré mi pierna y vi que la mancha roja está aún más marcada y que pronto será un horrible moretón.
— ¿Leo? Hey, ¿Estás ahí?
Fue a verme bailar, otra vez, sin que yo se lo pida. Sin que yo lo busque. Él fue.
— Ayudame… por favor
Solté cansada. Cansada, aturdida, angustiada y con muchísimo miedo encima.
— Si, si. Obvio. Decime dónde estás, voy ya mismo y hablamos.
En ese instante escuché que Leandro cruzó la puerta de mi departamento y me asusté muchísimo. Revolee el celular contra la pared. Cuando lo tomé vi que no prende y tiene la pantalla astillada. Pero eso es lo de menos.
Salí rápido del baño para verlo y no lo encontré por ningún lado. Entonces vi que Rubio, mi gato, había tirado el pote de su comida. Ese ruido, tan distinto al de una puerta, me hizo alucinar. Vivo tan condicionada por Leandro que solo pienso en él ante cualquier cosa.
Lo peor es que pensé en Guido, y que lo llamé. Estoy loca. Loca. Loca. Me la paso haciendo las cosas mal.
Corrí al baño entre lágrimas, me senté en el inodoro, bajé mi ropa interior e hice algunos cortes nuevos. Al menos ahora lloro por el dolor físico.

𝑀𝑒 𝐺𝑢𝑠𝑡𝑎 𝑉𝑒𝑟 𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝐵𝑎𝑖𝑙𝑎𝑠 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora