Capítulo 11

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*Leonora*
Escuchar de nuevo su voz hizo que el terror vuelva a mí. El miedo me aniquila. Pensar en todo lo qué es capaz de hacernos hasta matarnos me hiela la sangre. Guido ahora esta involucrado y no se lo merece. Tengo que terminar con esto sola y de una vez.

Lo pensé y yo sé cómo detenerlo. Solo me queda irme con él. Voy a mostrarme sumisa tal como a él le gusta y le voy a decir de irnos juntos a otro país. Ya está, la vida quiso esto para mí y aunque sea una mierda pareciera ser mi destino. Eso o la muerte de Guido.

Me tendí a llorar sobre el sillón. Desconsolada. De esos llantos que nos cierran la garganta e inundan nuestra cara. Me duele saber que todo lo poco que soy deba quedar atrás por un sádico, un enfermo. Lo odio tanto. Me enseñó a odiar, a temer, a sentirme sola, dolida, usada. Me quitó la inocencia, la paz y la alegría. Ya no lo soporto más.

En cuanto pude calmarme un poco me levanté y caminé hasta el baño.
Al entrar me vi al espejo y noté mi horrible aspecto. Mi cuerpo está totalmente colmado por el miedo y el dolor. Sin dudarlo me agaché y busqué en el bajo mesada la pequeña tijera. Bajé mi calza y me senté en la tapa del inodoro. Corrí la ropa y esta vez estoy decidida a hacer un gran corte. Apoyé la punta sobre mi ingle, llegó a penetrar y sentí el primer dolor. Esto va a ser fuerte. Cerré los ojos antes de deslizar el filo pero sonó el timbre.
Me sobre exalté y di un salto en el lugar. Mi corazón late asustado a mil por hora. El timbre volvió a sonar, suspiré hondo y tomé valor. Sé que es él y que llegó la hora de despedirse de todo.

*Guido*
Leo abrió la puerta con una cara terrible. Hinchada por el llanto y desfigurada por el miedo. No supe qué decir. Vine hasta acá para hacer algo y ahora no sé qué hacer.
Me mira en silencio, dibujando todo tipo de expresiones. Antes de hablar me miró desesperada.
— ¿¡Qué hacés acá!? Te tenés que ir.
— ¡Qué! No ¿Por qué?
— Corres peligro Guido, alejate de mí ¡Andate!
Quiso cerrar la puerta pero la detuve.
— Leo vine para cuidarte, para que sepas que no estás sola en esto.
— ¡¡No entendés!! ¡¡Si que estoy sola!! ¡¡Me lo merezco y lo voy a afrontar sola!! ¡¡Sola!! ¡¡¡Andate!!!
Su último grito me partió el corazón.
No aguanté y entré a su casa. Me abracé a mí y empezó a forcejear. Me dió algunos golpes fuertes que me demostraron que realmente está desesperada. Pero no la solté.
— ¡¡Soltame de una vez!! ¡¡Dejame en paz!!
— Shh… Shh… tranquila Leo, por favor.
Fue dejando de forcejear y se largó en un llanto. Sus lágrimas llegaron a conmoverme a mi también. Se abrazó a mí y lloró un rato largo.
Después de mucho meditarlo, junté el valor para hablar.
— Tenes que denunciarlo. Yo te acompaño.
No dijo nada. Solo se fue calmando en silencio.
De repente se alejó y caminó hasta la puerta para así cerrarla.
— Ponete cómodo —hizo un ademán con su mano indicándome que me siente en los sillones — ¿Querés café?
La miré confundido.
— Eh, si. Gracias. Pero hablo en serio Leo. Hay que denu…
— Sentate Guido, por favor.
Me senté en silencio mientras ella preparaba la cafetera. En cuestión de minutos caminó hacia mí con dos tazas. Dejó una en la mesa, frente a mí y ella se sentó en el sillón contrario. Bebió un sorbo sin mirarme.
— Leandro llamó amenazándome. Mañana vuelve a matarnos.
Lo dijo con un nivel de aceptación que congeló mi sangre.
— Leo hay que ir ya a denunciarlo. Ya. Ahora mismo te acompaño, por favor.
Asintió y siguió bebiendo su café sin inmutarse.
La noche será larga.

Cuando terminamos el café nos preparamos para salir a la comisaría. Ella me contó que ya escribió una denuncia pero que no se animaba a hacerlo. 
Al subirnos al taxi pude sentir su miedo. Está totalmente aterrada por esto. Apoyé una mano en su espalda y la acaricié.
— Tranquila Leo, prometo cuidarte.
Me miró con un brillo especial en los ojos y se le cristalizaron de inmediato.
— Sos un ángel —me dijo con su, hermosa y dulce voz temblorosa.
Su mirada profunda y sus palabras tiernas hacia mí, me dibujaron una sonrisa. La miré embobado.
Creo que estoy empezando a sentir cosas por ella más allá de mí afán de ayudarla. Y eso me da miedo. La situación no da como para involucrar mis sentimientos.
Ambos volvimos la vista a la calle.

*Leonora*
Fue horrible entrar a la comisaría. Es un lugar frío y desolado.
Algunos oficiales me miraban toda mientras Guido hablaba. Me hacían sentir incómoda, lejos de hacerme sentir protegida. Me acerqué más a Guido y me aferré a su brazo.
— Mire, hay una denuncia hecha por mí contra Leandro Weitzman por maltrato y violencia de género, pero su ex pareja viene a denunciarlo personalmente.
Cuando dijo eso me corrió un frío por la espina dorsal.  La chica me miró a mí y esperó a que hable.
— Eh. Si —dije dudosa—. Está todo en esta carta —levanté el sobre.
— Sígame señorita.
Salió del mostrador y me indicó que camine junto a ella por un pasillo.
Empecé a caminar y Guido detrás mío pero no lo dejaron pasar. Lo miré apenada y asustada. Realmente quería que esté a mí lado.
— Te espero acá Leo —se alejó a sentarse en una de las sillas—. No me muevo de acá.
— Gracias —dije justo antes de largarme a llorar.

La oficial me guió hasta la oficina que se encarga de la violencia de género.
Fue horrible cuando la chica me pidió que le lea mi confesión en voz alta. Fue horrible. Yo pretendía que ella lo leyera en silencio y luego llegue el proceso de comprobar todo, sin tener que decir una palabra.
En la segunda hoja me quebré totalmente. La chica se incorporó y vino a contenerme. Lo cual me sorprendió mucho. Luego me ofreció agua y papel.
— Está bien, dejame la otra parte a mí —sacó las hojas de mis manos y me alivié—. Está muy bien que hayas escrito todo con lujo de detalle, acelera el proceso. Tú ex novio tiene que estar









preso y lo va a estar.
— Gracias —musité agotada.

La oficial inició el proceso de denuncia. Llenó unos papeles con todos mis datos y los de Leandro. Luego de firmarlos, adoso todo a las denuncias que hicieron Isabel y Guido. Después me explicó que ahora tengo que concurrir a un médico clínico y un psicólogo. En el caso de necesitarlo un psiquiatra. Y que ya hay pedido de arresto para Leandro.
También, realizó una orden de protección que me otorga asistencia social y jurídica gratuita, reducción de tiempos de trabajo y movilidad y protección las 24 horas.

Todo eso me dejó algo tranquila. Me hizo sentir que este es un gran paso.
Me dio una copia de todos los papeles y me dió la dirección de ambos médicos, los cuales debo ir a ver mañana por la mañana mismo, si quiero acelerar todo.

Finalmente salí y me dirigí hasta la entrada otra vez. Cuando lo ví a Guido esperándome sentí que mi alma volvió. Sentí alivio.
— ¿Y? ¿Ya está? —se incorporó y quedamos de frente.
— Si. Ya está hecho todo y nos podemos ir.
De repente me dio un abrazo que me recompuso.
— Te felicito, colo. Sos muy valiente. Te felicito.








Sus palabras me ablandaron el corazón. Otra vez sentí lagrimear.
— Gracias Guido. Sos un ángel.
Se alejó y me miró compasivo.
— Vamos. Te acompaño hasta tu casa.

Antes de salir, la oficial ordenó que nos llevaran. Y aunque fue algo incómodo viajar en un patrullero, fue un alivio sentir la protección.
El patrullero se fue y con Guido quedamos en la puerta del edificio.
— Bueno, buenas noches Leo —atinó a saludarme.
— Para —me miró fijamente—. Eh… no, está bien. Anda.
— ¿Qué pasa?
— Nada, nada. Anda.
— ¿Querés que me quede?
Desvié la mirada y tragué saliva.
— Pero no está bien molestarte. Ya hiciste mucho por mí hoy.
— Me quedo.
— No, no. Perdón. An…
— Me quedo colo.
Asentí en silencio y abrí la gran puerta de vidrio. Caminamos hasta mi puerta y entramos.
— Supongo que dormiré acá ¿No? —tocó el sillón con sus yemas.
— Si pero yo duermo en ese —le indiqué que dormiré en el sillón contrario— ¿Miramos una película?









— Dale —me dijo sonriente y morí de amor.
Mientras él se acomodaba yo pasé por el baño y luego me puse ropa para dormir.
Para cuando llegue al sillón ya había elegido una comedia.
— Algo divertido, para olvidar las penas —dijo tierno.
Dejé una sábana en su sillón y una almohada, luego me acomodé en el mío.
Nos acostamos y puso la película. Realmente no puedo concentrarme en la trama y el sueño me está venciendo.
— Guido —hablé prácticamente dormida.
— ¿Qué pasa?
— No apagues la tele ni la luz.
— Está bien.
— Perdón.
— No pasa nada.
— Gracias por cuidarme.
Cerré los ojos y me entregué al sueño.

𝑀𝑒 𝐺𝑢𝑠𝑡𝑎 𝑉𝑒𝑟 𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝐵𝑎𝑖𝑙𝑎𝑠 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora