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Yunho estaba sentado en el suelo, apoyado en su cama, observando el ambiente con ojos somnolientos y con el semblante plano

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Yunho estaba sentado en el suelo, apoyado en su cama, observando el ambiente con ojos somnolientos y con el semblante plano.

Tenía deseos de gritar, porque a cada segundo veía que las paredes de su habitación se contraían, como si quisieran aplastarlo hasta que dejara de respirar, pero después volvían a relajarse, al igual que su cuerpo al saber que no moriría, hasta el punto de dejar de preocuparse y sentirse cómodo con la sensación de adrenalina constante.

Hace poco Gaeul se había ido, a pesar de las reiteradas insistencias que le hizo el pelinegro para que se quedara a dormir junto a él, sin conseguirlo, puesto que se había comprometido con su familia para cenar aquel sábado por la tarde.

Al recordar la mirada de la pelinegra sintió escalofríos sobre su cuerpo, como si en ese preciso instante ella estuviera junto a él, sin embargo, se encontraba completamente solo, como siempre.

De un momento a otro, las paredes dejaron de moverse, para alejarse de súbito del cuerpo inmóvil de Yunho. Sus ojos buscaron algún atisbo de luz entre toda la oscuridad que lo acorralaba, pero fue inútil, porque no logró encontrar nada y comenzó a sentir frío.

Era consciente de que nadie llegaría a acompañarlo, por lo que atinó a acercar sus piernas a su pecho y abrazarlas contra sí mismo. Escondió su rostro entre sus piernas y comenzó a mecerse de un lado a otro, intentando contenerse a sí mismo, buscando aplacar la sensación de vacío que se había instalado sin tregua en su pecho, pero no lo consiguió en lo absoluto.

Estaba por comenzar a llorar de manera desesperada, cuando recordó lo que tenía en su bolsillo, su eterna compañera que siempre lograba salvarlo cuando todo se percibía oscuro; un regalo que le había entregado San tras haberlo amenazado con inyectarse heroína si no llegaba con algunas cajas de morfina, puesto que se le habían acabado.

Con desesperación, sacó la pequeña bolsa de plástico que ya contenía el polvo de cinco medicamentos triturados y, sin perder más segundos, lo depositó en el suelo de manera errática. Ni siquiera se dio el tiempo de ordenarlo en finas líneas, simplemente necesitaba extirparse de su cuerpo la horripilante sensación de estar solo y, también, perdido.

Cuatro largas inhaladas fuero suficientes para dejarlo tirado por completo en el suelo y viendo extrañas luces de colores en el techo de su dormitorio. Sin embargo, cerró sus ojos al sentir que Gaeul volvía a estar cerca de él, a su lado, llenándolo nuevamente de calor y de deseos de seguir respirando, ya que en ocasiones se le olvidaba por completo hacerlo.

El aroma de la muchacha lo abrazó de forma agradable y se dejó llevar por completo ante la sensación de cobijo. Aquello era exactamente lo que necesitaba y lo había conseguido de una forma tan simple, castigando su vida a cambio de unas cuantas horas de placer.

Yunho no era consciente de cuántos segundos, minutos u horas habían transcurrido desde que se durmió, pero se despertó a causa de unos tirones insistentes en uno de sus brazos.

lucid ; j. yunhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora