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Con cuidado, Gaeul tomó la mano de Yunho y emprendió rumbo a la casa de él, con el miedo retumbando en sus oídos, apoderándose de cada centímetro de su piel con cada paso que daba

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Con cuidado, Gaeul tomó la mano de Yunho y emprendió rumbo a la casa de él, con el miedo retumbando en sus oídos, apoderándose de cada centímetro de su piel con cada paso que daba.

Durante la noche anterior, Gaeul había mantenido una discusión con su padre, por el hecho de comenzar a salir constantemente después de clases con la excusa de terminar su trabajo grupal con Mingi cuando, en realidad, ya lo habían entregado el mes anterior, y la mentira había terminado por desgastarse lo suficiente como para dejar de ser creíble.

Haneul y su madre intentaron ayudarla, por lo que se zafó de la situación con éxito, gracias a los comentarios de que ella ya se encontraba lo suficientemente mayor como para tomar sus propias decisiones y ver el rumbo que debía tomar su vida.

Ujin lo aceptó, a regañadientes y con una expresión seria en su rostro, pero lo aceptó.

El hombre solo esperaba que ninguna de sus hijas saliera dañada o tuviera que crecer demasiado rápido para afrontar los obstáculos que podría ocasionar algo tan simple y abstracto como el amor.

A pesar de ello, Gaeul seguía aterrorizada, pero no por su padre, sino por el muchacho que traía entrelazado de su mano y que la seguía sin cuestionamiento alguno; quizá porque sabía hacia donde se dirigían o tal vez porque ya confiaba ciegamente en ella.

Antes de salir de la universidad, Mingi se había despedido de ellos mientras caminaba hacia donde San y Wooyoung lo esperaban, un poco alejados del edificio de Bellas Artes, avisándoles que iría con sus amigos a beber algo a un local cercano como «buen viernes que era» y que llegaría tarde a casa.

Lo que significaba, según Gaeul, que estarían solos por varias horas, provocándole una sensación de nervios que recorría todo su cuerpo y le causaba retorcijones en su estómago, que con gran esfuerzo estaba intentando controlar, pero fallaba rotundamente en el acto, al volver a sentir los leves apretones en su mano que le daba Jeong de vez en cuando.

—¿Por qué tienes tanta prisa? —le preguntó Yunho, mientras bajaban a la estación de metro y Gaeul se detuvo en seco, sin haberse percatado de que en menos de diez minutos ya habían llegado a la estación, cuando en ocasiones les tomaba más de quince minutos.

—No tengo prisa, estoy caminando normal —lo miró de manera acusadora y con el ceño fruncido.

—Te estás poniendo roja porque sabes que tengo razón.

Con un gesto arremetido, Gaeul soltó la mano de Yunho y se llevó ambas a sus mejillas, intentando ocultarse detrás de ellas.

La suave risa del pelinegro embelesó sus oídos y no tardó en relajar sus cejas y sonreírle con soltura.

Era algo extraño, incluso para ella misma, pero creía ciegamente en que jamás podría enojarse con Yunho, hiciera lo que hiciera. Había algo en su aura que la atrapaba como una polilla encantada por un atisbo de luz en una noche oscura y era consciente de que, si se alejaba mucho de él, volvería a perderse, tal como lo estaba antes de conocerlo.

lucid ; j. yunhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora