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El sol calentaba la espalda de Gaeul con esmero, produciéndole una sensación acogedora en cada extremidad de su cuerpo

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El sol calentaba la espalda de Gaeul con esmero, produciéndole una sensación acogedora en cada extremidad de su cuerpo.

Observó el libro que tenía abierto entre sus manos y leyó el siguiente párrafo con dificultad, dado que el sopor se estaba apoderando de ella con magnitud y le estaba costando de sobremanera seguir despierta.

El césped húmedo bajo su ropa estaba comenzando a incomodarle y se recriminó a sí misma por no haber traído alguna manta para sentarse sobre ella y, así, protegerla de la vegetación.

Cerró el libro y decidió incorporarse, luego de ordenar sus cosas y acomodar su mochila en uno de sus hombros, porque si quería seguir despierta para la próxima clase y despejar su mente, debía dar una caminata lo antes posible.

Aquel día se estaba sintiendo excepcionalmente sola y la ausencia de Mingi le pesaba con cada segundo que transcurría.

Él y Yunho no habían aparecido por los pasillos de la universidad durante la mañana y se alarmó, creyendo que algo malo había ocurrido como para que el moreno también se ausentara, pero se tranquilizó de inmediato en cuanto Mingi le notificó que había decidido quedarse en casa con Jeon, ya que el pelinegro nuevamente no quería ir a sus clases.

A Gaeul le pesaba el corazón con cada paso que daba, tenía demasiadas dudas atoradas en su garganta y demasiadas piezas faltantes para armar el puzle completo que significaba Yunho.

Algunas de las partes tenían esquinas que no calzaban en ninguna parte y otras parecían perdidas por completo, por lo que finalizarlo sería una tarea ardua, probablemente sin descanso alguno, pero ella no dudaría en aceptar terminarla.

Con cuidado de no pisar las flores, se dirigió de regreso al edificio de Bellas Artes, para esperar dentro de la sala el comienzo de la siguiente clase, pero interrumpió su caminar en cuanto una armoniosa voz la llamó por sus espaldas, cuestionándose de quién podía tratarse, muy pocas personas conocían su nombre.

Giró sobre sus talones, ansiosa por los pensamientos catastróficos que se acumulaban en su cabeza como libros olvidados en una estantería.

Gaeul era consciente de que no era buena entablando conversaciones espontáneas, que su cuerpo se tornaba rígido cuando estaba cerca de otras personas y que su cabeza se atormentaba con los silencios incómodos. No obstante, cuando divisó los ojos brillantes de Seonghwa y la sonrisa resplandeciente de Hongjoong, volvió a la calma de manera abrupta, hechizada por la amabilidad que emanaban ambos muchachos.

Se desvió de su camino y se acercó a ellos, quienes estaban sentados sobre el césped, como minutos antes lo había estado ella, con la diferencia de que los jóvenes sí estaban sobre una tela que los protegía del roce y la humedad.

Gaeul los saludó con una sonrisa y sus hombros se tensaron cuando notó que Hongjoong la miraba con curiosidad.

—¿Tienes clases ahora? —inquirió Seonghwa.

lucid ; j. yunhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora