Capítulo 24

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· Christian ·


Me asomé a un extremo del barco para vigilar en caso de que llegara Katerina; pero todavía nada.

Ya se pasaba de la hora acordada; y es que una hora antes, había avisado a Nick de que trajera a la chica al barco a medianoche.

Cuando estaba a punto de cumplir mi objetivo de acabar una botella de ron yo solo, Katerina apareció delante de mí.

—Me niego a aguantarte borracho —me advirtió.

—Quizá te sorprendería —contesté mientras me alejaba hacia la proa del barco. Katerina no dudó en seguirme.

—Ya lo has hecho. Con eso que me contaste en la Isla de cofres errantes —comentó por el camino.

—Ya... Bueno, ¿si me disculpas? Voy a terminar la botella —le dí un buen trago hasta acabarla, para luego sentarme en el suelo y apoyar el frasco vacío a un lado.

—¿No piensas dejar para los demás? —dijo, imitando mi gesto.

—Se nota que estás borracha, Katerina. No pensaba darte ni una gota. Luego podrías decir que me aproveché de tí. Y yo no soy de esos.

—Lo has hecho otra vez —dijo.

—¿El qué?

—Sorprenderme.

—Bueno, siento que pensaras que me aprovecho de mujeres. Al final, siempre son ellas las que terminan conmigo.

—Vaya, qué afortunadas —dijo, con una sonrisa en los labios.

—No es tan difícil hacerme sentir. Yo también soy humano —dije con cara seria.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Sí.

—¿Por qué a veces me odias y otras veces te portas bien conmigo?

—Porque me sacas de quicio.

Me negaba a decir en voz alta, y más delante de ella, que tenía algo que me llamaba la atención.

—¿Por eso me has dado tu chaqueta antes? Que por cierto, la he dejado en la parte de abajo del barco.

—Tranquila, Aiden me la ha devuelto.

—No ignores mi pregunta —dijo.

—Borracha eres todavía más insoportable, cielo.

—Te aguantas. ¿Por qué eres bueno conmigo? Y, dí la verdad.

—Supongo que porque no soy tan malo, y quiero portarme bien contigo al haberte traído con nosotros, pese a que no pintes nada aquí.

—Ahora sí tengo algo por lo que estar aquí.

—Ya.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó, sin apartar sus ojos de los míos.

—¿Por qué me incluyes? Tú puedes hacer lo que quieras mientras no te vayas del barco.

—¿Y porqué no puedo ir con los demás?

—Porque quiero que estés aquí.

—¿Contigo?

—Sí, conmigo.

Tras eso me quedé en silencio, pero debido a cómo sonaba, rápidamente, me las arreglé para decir:

—Para tenerte vigilada.

—Ya... No soy tonta, ¿sabes? —contestó, con una media sonrisa.

—Sé que no lo eres.

—¿Entonces? —insistió, enarcando una ceja.

—Empiezas a agotar mi paciencia.

Y era cierto.

—Dime por qué quieres que esté aquí y no disfrutando con los demás.

—Será mejor que te vayas a la cama, Katerina.

—Al contrario que tú, yo cuento con mucha paciencia. No me iré hasta que lo digas.

—Eres insufrible, cielo.

—El que es insufrible eres tú. Quiero la verdad.

—No soy de palabras. Y aunque lo fuera, no te lo diría.

—Te gusto —dijo.

No era una pregunta. Lo estaba afirmando. Con una expresión de lo más relajada.

—¿Perdón? —me reí.

—Que te gusto —repitió convencida.

—Ni en broma.

—Dicen que del amor al odio hay un paso.

—No me gustas, Katerina.

—Ya...

—Mira, si no me quiero a mí mismo, es imposible que quiera a alguien más.

—Gustar no es lo mismo que querer.

—Katerina, te odio. Es imposible que despiertes algo en mí.

Después de lo que dije, me fue difícil interpretar su expresión.

—Tenías razón —anunció, al mismo tiempo que se levantaba de su sitio.

—¿En qué?

—En que debería irme a dormir.

—Que no te afecte lo que diga.

—A veces, las palabras son la peor arma que puedes usar contra otra persona.

—Tan sólo he dicho la verdad —contesté.

Normalmente, mentir cara a cara nunca había supuesto un problema para mí. Pero por el hecho de ser Katerina y la cantidad de alcohol que había ingerido, esta vez sí que me fastidiaba.

Me negaba a admitir que me interesaba, de alguna forma. Tan sólo complicaría más las cosas.

—Hasta mañana, capitán —respondió, mientras se alejaba hacia cubierta.

—Espera —me incorporé y la seguí.

—¿Qué? —preguntó, sin detenerse.

—¿Me dejas hacer una cosa?

—Depende.

—Sí o no —le exigí.

—Sí, vale —acabó aceptando.

Aguas de Sallen: Dos fines ( 1 ) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora