Capítulo 19

8 2 7
                                    

• Katerina •


Tras veinte minutos en el agua, por fin pude llegar a un lateral del barco. He de decir, que deshacerse de unas esposas nunca ha sido un trabajo fácil, pero tuve suerte al practicar un millón de veces de pequeña con mi hermana en los camarotes. Nuestro padre siempre nos decía que debíamos estar preparadas para cualquier imprevisto, que lo quisiéramos o no, las cosas no iban a salir siempre como nosotras lo habíamos planeado. Y le agradezco mucho que nos enseñara eso, en parte, soy lo que soy ahora gracias a él. Además, si no hubiese sido así, ni conociese lo que se tiene que hacer en caso de estar esposada a unas malditas raíces, seguiría allí sentada al pie de aquel árbol.

Siempre ayuda el tener una o dos horquillas a mano. En mi caso, las guardaba en las botas.

Una vez lo suficientemente cerca de una cuerda que sobresalía desde cubierta, me aferré a ella y comencé a subir. Al llegar al final, me sujeté bien para así no caerme y pasé por encima de la borda mitad de mi cuerpo. Cuando miré a mí alrededor, me entró un escalofrío. Hacía años que no me encontraba con un escenario así. No recordaba lo desgarrador que resultaba.

Había varias personas en un corrillo, en el medio y medio de cubierta, los identifiqué casi al instante como la tripulación de Sallen. Avancé despacio y me acerqué un poco para escuchar lo que decían.

—Pues no hay más que decir. Volvamos a por la chica —dijo el capitán.

—No será necesario —me ví obligada a intervenir.

Al instante, los marineros que tenía delante hicieron un pasillo para que, finalmente, los dos chicos a los que rodeaban, pudiesen verme bien. Jack estaba bastante sorprendido. Sin embargo, Christian mantenía su semblante serio; con una expresión en sus ojos que me era difícil descifrar.

—¿Cómo has logrado escapar? —me preguntó el culpable de que tuviera que haberme mojado la ropa para llegar hasta ahí.

—En primer lugar decir que, me has subestimado —respondí, dirigiéndome a Jack—. Sé trucar unas esposas, ahora ya lo sabéis —les avisé a todos—. Y segundo, los rayos de sol no son suficientes para hacerme entrar en calor. Tendréis que darme otra ropa, o terminaré congelada.

Se quedaron callados por unos segundos, hasta que el capitán rompió el silencio y la tensión que se palpaba en el aire. Caminó hasta quedar frente a mí. Le sostuve la mirada por unos segundos puesto que no decía nada. Pero de pronto, se sacó la chaqueta y me la ofreció:

—Ten, en lo que llegamos a nuestro barco.

«Christian Sallen. El capitán. ¿Me estaba dando su chaqueta para que no tuviera frío?»

Contando con que me había quedado callada más de la cuenta, confusa, solté lo primero que se me pasó por la cabeza:

—No tienes porqué... —ni quiera me dejó acabar la frase.

—Cógela y calla —me ordenó.

Y, efectivamente, eso hice. Por segunda vez consecutiva, me había quedado sin habla frente a otra de sus órdenes.

Christian se había alejado hacía un par de segundos. Se encontraba en la zona de salida, dónde estaba sujeta a la cubierta la tabla que llevaba a la costa.

—¡Ya sabéis el rumbo, marineros! ¡Volvamos a nuestro barco! —gritó.

Para no quedarme atrás, me puse rápido su chaqueta y me dirigí hacia donde estaba. Con la prenda sentía mucho menos frío que antes, dado que esta conservaba su calor, aunque la verdad es que prefería pensar poco en ello. Opté por imaginar que la chaqueta no era suya, que pertenecía a otra persona. Tal vez, sólo así lograría volver a mi estado normal, sin piel de gallina, ni pensamientos estúpidos.

Es increíble como un acto tan simple logra revolucionar a uno. En mi caso, llevar puesta la chaqueta del capitán para combatir el frío.

El hombre menos amigable del mundo y que, sorprendentemente, se ha portado bien conmigo.

Aguas de Sallen: Dos fines ( 1 ) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora