Capítulo 2

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• Christian •

(Actualidad).

—¡Vamos chicos, todo a estribor! ¡Estamos a un paso de embarcar en el Distrito! ¡No os paréis! —ordené.

La famosa nave: Kaivalya, llevaba veinticinco años navegando a través de los mares, de la mano de mi padre: Hawke Sallen; un pirata que lo mandó todo por la borda por culpa de un tesoro de incalculable valor.

Supongo que en ciertas ocasiones, dejamos a un lado el corazón y pensamos sólo con la cabeza; y más cuando en su caso, la mayoría de las veces, siempre pensaba con la cabeza, inclinándose únicamente hacia la opción que le aportaba riqueza.

—Chris, nos estamos acercando a tierra —dijo Jack, viniendo hacia mí.

—Lo sé —sonreí—. Por fin me podré vengar de esa mal nacida que según mis informadores, vive en una pequeña casa frente a la plaza del pueblo, trabaja en la biblioteca municipal durante toda la semana y tiene dos compañeras.

—Lo sabemos. Pero el problema es, que si miras hacia la izquierda, verás a los guardias del Distrito Diamond en el muelle listos para embarcar hacia no sé qué destino.

—Eso no es un problema, Jackie. Somos los reyes del mar, nos mostrarán respeto una vez que lleguemos.

—Si tú lo dices... —respondió, no tan convencido.

—Ahora verás.

Me alejé del timón para subirme a la barandilla que dividía a una de las partes altas del barco de la cubierta, en la popa.

—¡Marineros, empuñar las espadas! —ordené.

Mi tripulación acató órdenes. Yo volví a mi sitio y llevé a cabo una maniobra para poder atracar la nave justo al lado del buque oficial del Distrito.

—¡Vamos, grumetes! ¡Abandonar el barco!

Fue en ese instante, cuando toda mi tripulación se colocó a ambos lados de los guardias, tras dar saltos desde la borda del barco, o bien por las cuerdas que habían usado para balancearse.

—¡Todos firmes y al tanto de todo movimiento! —gritó, la persona que imagino estaba al mando de toda aquella panda.

Avancé unos cuantos pasos agarrando con la mano mi espada aún enfundada. Terminé a escasos centímetros del líder, listo para susurrar en su oído.

—No venimos a haceros daño, oficial —sonreí, curvando los labios.

El hombre de cabello rubio se giró hacia mí al instante para apuntarme con su arma.

—Como ya te he dicho... no venimos a pelear —repetí.

—No digas ni una palabra más, Sallen.

—Oh... Otro oficial más que se sabe mi nombre. Qué halago —me llevé una mano al corazón—. No recuerdo haber visto tu cara nunca. Eres nuevo, ¿no?

—Eso no te importa.

—¿Sabes qué? No me reconocen por tener exceso de paciencia, querido Harlen.

—¿A qué venís?

—No te incumbe. En mi plan no entra tener problemas con ninguno de vosotros.

—Te lo diré una vez más. ¿Por qué estáis aquí?

Ignoré por completo su pregunta y dije:

—Vamos a jugar a un juego, Harlen. Por cada palabra que salga de mi boca, mi tripulación clavará una espada en el cuerpo de uno de tus compañeros —alejé la mano de mi espada y comencé a caminar despacio por en medio de los vigilantes.

Harlen me miró confuso. Tal vez no me veía capaz. El pobre se equivocaba si piensa que no logro hacerlo.

Cogí aire y, tras dirigirles un par de miradas a mis marineros, comencé a cantar:


«Con dos monedas y una copa de ron.

El viento a toda vela.

No hay lugar ni sitio mejor

que un océano de alcohol.

Con la luna por capitán

y la muerte por bandera.

El horizonte es parte de tí

y el infierno mi país.

Las estrellas iluminarán el camino

hacia otro mar.

Soy grumete que perdió el timón

por culpa de un amor...»


La última frase que pronuncié sonó mucho más baja que las anteriores; aunque no fue por la impresión de toda la sangre derramada en aquel muelle.

—¡¿Qué diablos has hecho!? —exclamó, casi en llanto, el responsable de toda aquella gente había muerto.

El chico miró desconcertado los cuerpos de a su alrededor. Cada uno, contaba con una espada o una daga clavada en su abdomen.

—Como habrás podido comprobar, soy un hombre de palabra. Así que ahora, si me disculpas, voy a cumplir con aquello a lo que vine.

Fijé la mirada en mi tripulación y ordené con un grito:

—¡Vamos, seguidme!

Con cada paso, dejábamos cada vez más atrás a un Harlen desamparado y arrodillado sobre el muelle, llorando la pérdida de aquellos que eran sus compañeros.

Seguido de mis marineros, avanzamos por las calles del pueblo principal interrumpidos a veces por miradas, insultos y algún que otro "intento de agresión". Eso sólo hasta que llegamos a mitad de camino, entre la casa de Olivia y la biblioteca.

—Bien, aquí nos separamos, chicos. Vosotros iréis a su casa a revisar si está allí. Mientras, yo iré a la biblioteca a ver si tiene la poca vergüenza de trabajar un sábado por la mañana.

—¿Estás seguro? —habló Jack, más bajo de lo normal, de modo que sólo yo fuera capaz de oírlo.

—Sí, lo estoy. Ahora iros. Nos reuniremos en el barco en quince minutos.

—Vale. Nos vemos —respondió.

—Jack —lo llamé antes de que diera media vuelta—, si la encuentras no dejes que le hagan daño, quiero ser yo el primero en permitirme ese lujo.

No obtuve respuesta. A Jack, mi primer oficial, nunca le había apasionado eso de la violencia. Él era el hombre que mantenía mi cordura, mi mano derecha.

Aguas de Sallen: Dos fines ( 1 ) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora