Capítulo 36

2 0 0
                                    

· Christian ·


Sentí un escalofrío por la columna de arriba a abajo mientras nos dirigíamos al lugar. Obviamente, no se lo dije; pero estaba nervioso. Sólo había ido allí con Jack, con nadie más. Cuando me preguntó si podía acompañarme, no me vi capaz de ponerme modo sargento para implantar rechazo y que abandonara el tema. En un día como hoy, no me encontraba con fuerzas para nada.

Durante el camino, Katerina iba callada. Mientras yo, a cada paso que dábamos, rememoraba los años anteriores que había venido. Con cara larga y metido por completo en los recuerdos que conservaba de mi y de mi madre. Ahora, la situación era distinta. Pensaba en qué idea se formaría de mí la chica que estaba a un metro. Si se trata de mi madre, todas las emociones que retengo dentro afloran al exterior sin previo aviso. Me mostraba completamente vulnerable. Yo era el chico de sus ojos. Y la echaba de menos. Mucho de menos.

Cuando cruzamos un umbral de metal envuelto por la vegetación del sitio, dije:

—Hemos llegado —susurré.

Casi que por suerte, se podía distinguir la lápida de mi madre. El verde de su alrededor opacaba gran parte del lugar. En la piedra estaban grabadas las siguientes palabras:

Amara Sallen.

Madre, esposa y pirata.

—Puedes... Puedes llorar, si quieres. No voy a juzgarte —la voz de Katerina, por primera vez, sonó insegura.

—¿Sabes? Cuando era pequeño, ella fue la única que me mostró lo que era el cariño de verdad. Sé que mi padre me tenía aprecio, pero claro, cuando vino Jack todo cambió. Mi madre siempre nos cuidó mucho a los dos. Aunque conmigo tenía algo especial. Pensándolo, es normal, yo era su hijo de nacimiento. El vínculo era mayor... —cogí aire para luego soltarlo despacio—. No pienso hacer un número —finalicé.

—No es un número. Es hacer algo totalmente humano. Sentir dolor es válido, no te hace menos fuerte.

—Parece que tenemos una perspectiva distinta de ello.

—Ah, ¿sí?

—Si lloro, me rompo. Y no quiero hacerlo porque luego me cuesta reconstruirme —dije, mirándola a los ojos—. Por supuesto que sentirse triste es válido. Si no nos desahogamos seríamos un manojo de emociones retenidas. Necesitamos soltarlas, de alguna forma, pero llorando, no es la mía. Yo me seco el agua de los ojos tan pronto decide tomar paso y bajar por mi cara para luego apretar los puños y pagarlo con lo primero que tengo delante. O al menos eso hacía.

—Me alegro de que hayas encontrado otra forma para enfrentarte al dolor.

—¿Por qué te preocupas por mí? —pregunté, tan pronto soltó la última palabra.

—¿Te molesta que alguien aparte de tu hermano quiera ayudarte?

—Sí —solté, tajante—. Ni él debería pensar más en mí que en él mismo. Siempre termina haciéndolo.

—Lo hace porque te quiere.

—¿Y tú?

Se quedó callada, aguantándome la mirada.

—¿Lo haces por pena? —continué.

—No, no lo hago por pena —soltó, algo alterada.

—¿Quieres salvarme o algo por el estilo?

—No, no quiero salvarte...

Apreté los puños y mordí mi labio inferior debido a los nervios. En cualquier momento, iba a estallar. No estaba del todo preparado para escuchar todo lo que se le estaba pasando por la cabeza.

—¿Por qué? —le exigí, una vez más, con voz ronca.

—Porque yo también te quiero, Christian —los ojos le brillaban—. He sentado cabeza y pensado bien todo esto. Y, creo que en el fondo nos entendemos. Que como tú y tu hermano, los dos somos distintos pero a la vez iguales.

—¿Y ya está? —hablé sin pensar. No sé qué más me esperaba.

—No. Déjame terminar —me miró un poco como una niña pequeña cabreada al no haberla dejado continuar—. Todo esto. El fin que estoy a punto de conseguir. Será un gran paso para que comience ese proceso de aceptar a mi nueva yo.

—¿El tesoro de tu abuelo hará que te quieras a tí misma? —quise saber.

Aguas de Sallen: Dos fines ( 1 ) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora