Capítulo 32

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· Christian ·


Tan solo hicieron falta dos días durmiendo durante la mayor parte del tiempo, y cuencos de sopa caliente, para poder decir que volvía a ser el Christian de siempre. Por fin volvía a ver las cosas con claridad.

Habían pasado tres días desde la discusión con Katerina y ninguno nos habíamos dignado a dirigirnos la palabra. Era consciente de que, de alguna forma. debía disculparme después de las cosas que me dijo Nick que le había dicho. El Christian hechizado por una sirena, era todavía más insistente que el normal. Nick, además de contarme las cosas que le dije a Katerina cuando discutimos, me hizo saber lo que ahora bien recordaba: que Olivia me había abandonado hace un año, y que yo andaba en su busca. Sabía que estábamos cerca. Tan solo nos quedaba llegar al sitio donde empezó todo. La isla de los barcos malditos. Estaba seguro de que la íbamos a encontrar allí, y que por fin remataría nuestra búsqueda. Pero, lo que sí no sabía, era que este trayecto se haría realmente pesado.

No fue hasta el mediodía que me armé de valor para ir a hablar con Katerina. Suavicé los movimientos del timón, y llamé en voz baja a Eider:

—Oye —puso sus ojos sobre mí al mismo tiempo que se acercaba.

—Toma mi cargo. Tengo un asunto pendiente.

—Está en la proa —dijo, con una sonrisa.

Me quedé callado por unos segundos. Él ya daba por hecho que iba en su busca. ¿Tan perceptible soy?

—¿Por qué das por hecho que voy a ir con ella? —lo miré a los ojos.

—Un siglo a tu lado, capitán. Estas cosas se saben.

—Retoma el cargo y mantente callado, Eider —le ordené, sin poder reprimir una pequeña sonrisa.

Le cedí mi puesto, y me alejé en dirección a donde me había dicho que estaba la chica. Cuando llegué a su altura, me quedé estático. Estaba sentada sobre uno de los barriles, con la espalda apoyada en el mástil.

—Hola —dije.

No apartó su mirada del horizonte. Por alguna razón que desconocía, se negaba a mirarme.

—¿Se puede saber qué te pasa?

—No me pasa nada.

—Aún sin conocerte del todo, sé que mientes.

—Ya, bueno, a los restos de mi yo pirata no se les da muy bien engañar a las personas.

—Seguro que esa Katerina tenía muchas otras cosas buenas —contesté.

El iniciar un tema de conversación con ella haría que se olvidara del porqué no me miraba a los ojos.

—Tal vez, pero esa Katerina ya no tiene importancia. Murió hace tiempo, ahora soy otra versión de mí misma.

—Sí que importa. Y seguro que conservas cosas de la persona que fuiste. Todo prevalece, nada muere del todo, hazme caso.

—No creo que conserve muchas.

—Háblame de esa Katerina —le pedí.

Soltó un largo suspiro para luego decir:

—Pues... —agitó la cabeza a ambos lados mientras esbozaba una diminuta sonrisa—, esa Katerina era incapaz de dejar de sonreír a no ser que su padre se pusiese serio y se enfadase con ella al hacer alguna travesura.

—¿Qué más?

—No abandonaba a su hermana ni un segundo.

Mi cara cambió de repente. ¿Hermana?

—¿Y qué es de ella? —quise saber.

Durante todo el tiempo que estuvo aquí, nunca la escuché mencionar que tuviese una hermana.

—Murió —se limitó a decir.

—Capitán —intervino la voz de Jake—, estamos a menos de cincuenta metros de la isla —le dediqué una mirada y asentí con la cabeza.

—¿Estás lista para encontrar ese tesoro de tu abuelo?

—¿Por qué no iba estarlo? Solo son monedas de oro y reliquias antiguas.

—A veces, hasta lo que creemos conocer puede llegar a sorprendernos y esconder algo más.

—No. Lo hubiera sabido de ser así —respondió con seguridad.

—Pues todavía no descartes la idea y ten en cuenta toda posibilidad. James era capaz de todo —afirmé.

—¿Lo conociste? —su cara evocaba curiosidad.

—Yo no —contesté de inmediato—. Pero mi padre sí.

—¿Y cómo?

—El encuentro de un botín une a marineros —me dediqué a decir.

—¿Con qué se hicieron?

—Encontraron una gran cantidad de pólvora, ron y suministros de una flota enemiga en común.

—Gran material —respondió la chica con una sonrisa en los labios.

—Sí. El ron siempre viene bien.

Me apoyé sobre la borda del barco, dejando una distancia prudente entre ambos.

—Katerina —volví a hablar.

—¿Qué? —respondió.

—Lo elegirías a él, ¿verdad? —tragó saliva, a la vez que dejaba su mirada puesta en cualquier parte del barco. No me miraba, pero yo era incapaz de alejar mis ojos de ella.

—Si me viera obligada a elegir, la Katerina que soy ahora necesita a una persona como él. No a alguien igual, con sombras, con miedo.

Aguas de Sallen: Dos fines ( 1 ) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora