Capítulo 27

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· Katerina ·


Después de mucho tiempo, me hallaba delante de un grupo de marineros dispuestos a obedecer mis órdenes. La última vez que me había encontrado en esta situación fue cuando tenía dieciocho años. Me dispuse a ordenarle a la tripulación de mi padre que buscara por cada rincón del barco a mi hermana. La habíamos perdido una vez más por culpa de una nueva recaída. En aquellos tiempos, hacían ya cuatro meses de la muerte de nuestra madre; supongo que ese fue el detonante para desencadenar su adicción al alcohol. En un comienzo, toda nuestra familia bebía de forma moderada —mi hermana y yo empezamos a los diecisiete años—. Yo también lo hacía, sólo que lo dejé al ver la forma en la que le afectaba a mi hermana. En aquel momento adquirí el papel de hermana consciente, atenta y preocupada. Un papel que debió ocupar ella, dado que era y sigue siendo la mayor. No obstante, la cosa no ha cambiado. Ahora, ella sigue desaparecida mientras yo me preocupo cada día porque esté a salvo y poder encontrarla. En fin, no todo sale como queremos.

La tripulación de Sallen me prestaba toda la atención del mundo. La verdad es que se les ve buenos marineros. Estaba diciéndoles que podían esconderse tras las plantas más amplias, esas que fueran capaces de cubrirlos por completo. Pero me callé sin pensarlo al ver las miradas inseguras de aquellas personas que me habían estado escuchando. Noté una presencia detrás mía. Seguramente, el capitán.

—Espero que midas tus pasos —dijo, dirigiéndose a mí—. Quizá no se interesen en ti, pero recuerda que siguen siendo letales.

—Tranquilo, no pasará nada —contesté.

—Ya lo creo que sí.

—¿Acaso dudas de mis capacidades?

—Dudo de tus decisiones, Katerina —respondió tajante.

—Saldrá bien. No seas negativo.

—Soy lo que soy. Y sé que esto saldrá mal, pero te dejaré hacerlo de todos modos —dio un paso al frente y empezó a hablar de nuevo para camuflar lo que estaba haciendo a escondidas del resto: agarrarme la mano.

—Pase lo que pase, no dejéis que le hagan daño —advirtió a la tripulación.

—Estaremos pendientes, capitán —contestó Eider.

Su mano estaba agarrando la mía con fuerza. Con seguridad. Su pulgar trazaba círculos algo irregulares. Estaba nervioso.

Y lo cierto es que ese gesto hizo que sintiera una sensación extraña. Mi cabeza no paraba de gritarme que soltara su mano, sin embargo, mi cuerpo no demostró ningún tipo de incomodidad. Quizá significase que, en el fondo, ambos sabíamos que lo que hacía no estaba del todo mal. Que pese al alcohol que habíamos ingerido antes, ahora estábamos lúcidos y nuestros actos reflejaban lo que ambos sentíamos. Además del hecho de que había mostrado su preocupación conmigo delante. Era un gran paso. Me estaba dejando conocerlo poco a poco —algo de lo que Jack dudaba que ocurriese desde la primera vez que nos vimos—. Probablemente, uno de sus rasgos era luchar por el bienestar de la gente que le importaba.

—Acabemos con esto —separó de golpe su mano de la mía—. Las sirenas pueden acercarse a la costa en cualquier momento. Debemos estar preparados.

—Hagámoslo —finalizó Jake.


* * *


Me mantuve estática frente a la orilla del mar, a unos seis metros. Había sido una petición por parte de Nick. Él tenía experiencia fuera de lo que había vivido con la tripulación de Christian. Amando el mar como lo hacía desde pequeño, debió informarse bien de las criaturas que habitan en él.

Alcé la vista para asegurarme de que todavía contaba con un par de segundos de tranquilidad. Pero no era así.

Giré la cabeza para mirar a mis espaldas. Lo primero que vi fue la mirada preocupada de Jack. Él había sido uno de los únicos que había visto con buenos ojos el plan. Aunque no lo dijera en voz alta, podía notar que le daba miedo que sufriera algún daño, pero más allá de su preocupación, valoraba más que hubiera respetado mi decisión a la primera. Ahora sabía que no iba a tratar de protegerme; que me dejaría ser libre, y valerme por mí misma.

Dirigí mis ojos al mar tan pronto como pude cuando sentí una presencia cerca. Sin quererlo, ya había una sirena justo en el límite donde el agua la cubría por completo (a excepción de la cabeza).

—¿Estás sola, chica?

Los escasos rumores en Distrito Diamond de marineros retirados afirmaban que las sirenas hablaban de forma muy dulce y atractiva. Algo nada fuera de lo común, puesto que son seres creados para encandilar a navegantes. El caso es que los rumores eran ciertos. Sus voces eran tan calmas que rozaban lo inquietante.

—Sí —me limité a responder a su pregunta, sin mostrar ningún miedo.

—No mientas —insistió.

—Estoy sola. Aquel que ves allí es mi barco. Hace décadas perteneció a mi abuelo: James O'Malley —mentí, de nuevo.

—Me resulta conocido ese nombre —contestó, arrastrando las palabras. Era complicado averiguar si llegaba a creer al cien por cien lo que le estaba diciendo.

—Fue reconocido, sí.

—Sí, lo fue —contestó con una sonrisa falsa.

—Bueno, dado que no tengo nada que os pueda interesar, estaría bien que os fuerais.

—Lo siento, chica. Pero nuestro instinto no falla. No eres la única que está en esta isla.

—Agotaréis fuerzas para nada. Y el instinto puede equivocarse.

—¿Crees que por muy nieta que seas de un pirata que fue importante vayas a significar algo para mí, chica? No tendré remordimientos si acabo contigo. Ninguna de nosotras los tendremos.

—Nunca está de más conservar la esperanza —me atreví a decir.

—Con nosotras no funciona así. La esperanza no importa. Hay acciones que son incontrolables. Los impulsos lo son. El mal que hacemos lo es.

—¿Y si cambiases eso?

—Esto no es como en las películas, chica.

—¿Y si lo fuese? —insistí—. A veces, los cambios son buenos. Se le puede dar la vuelta a la historia.

Aguas de Sallen: Dos fines ( 1 ) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora