Capítulo 39

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· Katerina ·


Volví con Jack retrocediendo sobre mis pasos. Cuando llegué, estaba con la vista clavada en el suelo y, tan pronto sintió mi presencia, levantó la cabeza y preguntó:

—¿Y Christian?

—Decidió quedarse un par de minutos más —me limité a decir.

—¿Todo bien? —me preguntó.

—Sí.

—Vale. Volvamos con los demás. Algunos ya han vuelto al barco —anunció, mientras daba media vuelta.

—Oye, Jack —le llamé.

—¿Qué? —se giró para mirarme.

—No quiero hacerte daño —aseguré.

Él tragó saliva y clavó su mirada en la mía.

—Es un efecto colateral si es que terminas quedándote con mi hermano. Sé que no quieres hacerme daño. Claro que no. Pero lo harás de todas formas.

A pesar de no saber qué decir, él se me adelantó:

—Volvamos con los demás, seguro que mi hermano volverá en poco tiempo.

Avanzamos en silencio de camino al barco, a la misma altura, casi compenetrados. Su semblante era serio, igual que el mío. Comprendí que desde el momento en que le había dicho a Christian que lo quería, había hecho lo que me comentó Eider hacía dos días. Que en algún momento escogería a uno y destruiría al otro y no habría forma de remediarlo. Tomé aire para luego soltarlo despacio, sin hacer ruido. La presión que sentía no era tan intensa, pero sí dolía. Realmente no quería hacerle daño. No obstante, supongo que tendrá razón; o es él o yo. Y tengo claro desde hace mucho tiempo que, primero me elijo a mí, aunque duela.

Una vez llegamos a la nave, toda la tripulación ya estaba situada en sus puestos. Hasta Nick y Eider, que se encontraban en un lateral de proa, vigilando el oleaje.

De repente, sentí algo detrás mía. Más bien: a alguien.

—En un minuto desembarcamos, estad preparados —ordenó a la tripulación.

Era el capitán.

—¿Katerina? —volvió a hablar, dirigiéndose a mí—. Vé a mi camarote, en cinco minutos iré yo.

Fijé por un segundo mi vista en los ojos de Jack; estaban inyectados de rabia. El azul brillante de sus iris, que conocía tan bien, ahora estaba salpicado de decepción.

Asumí que si me quedaba la situación empeoraría, por lo tanto, asentí y dije:

—No tardes —y me dirigí a la parte baja del barco. A la habitación del capitán.

No lograba imaginar qué quería. Todo estaba a punto de terminar y, en nuestro último viaje, pretendía poner a otra persona al mando del timón. Ya podía ser importante eso que quiera decirme. Cuando pasé el umbral de la puerta, noté algo distinto a la última vez que había estado allí. El orden que tenía la primera vez que la vi, había desaparecido por completo. Algunas prendas estaban tiradas por la cama y en el escritorio había varias hojas de papel hechas un puño. La curiosidad pudo conmigo y me acerqué a la mesa para ver qué eran esos papeles. Me quedé paralizada nada más fijarme un poco en el contenido de esas cartas. La que estaba en perfecto estado, llevaba mi nombre. No pude evitar no leerla.


Novena vez que hago esto. Si soy sincero, me siento estúpido pero, por lo menos, le he pillado un poco el gusto a esto de escribir en un papel lo que se me pasa por la cabeza. Digamos que me calma.

Aguas de Sallen: Dos fines ( 1 ) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora