Capítulo 12: "Visitamos la chatarrería de los dioses."

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Cabalgamos sobre el jabalí hasta que se puso el sol. Mi trasero ya no podía más. Imagínate andar todo el día montado en un cepillo de acero sobre un camino pedregoso. Así de cómodo más o menos era viajar sobre aquella bestia. ¿Un comentario de quejica? Tal vez. Pero me gustaría cuidar más de mí, ponerme primero. Tener la oportunidad de pasar página y pasar a misiones mejores. Había estado esperando eso, pero jamás tuve la suerte.

No tengo ni idea de cuántos kilómetros recorrimos, pero sí sé que las montañas se desvanecieron en el horizonte y cedieron paso a una interminable extensión de tierra llana y seca. La hierba y los matorrales se iban haciendo más y más escasos y, finalmente, nos encontramos galopando (¿galopan los jabalíes?) a través del desierto.

Al caer la noche, el jabalí se detuvo junto a un arroyo con un bufido y se puso a beber aquella agua turbia. Luego arrancó un cactus y empezó a masticarlo. Con púas y todo. Está bien, supongo que era algo normal para un animal como él. Mi mente se distrajo un poco cuando el brazo de Leo me rodeó la cintura de lado. Oh, dioses, no era justo que me hiciera sentir tanto con un gesto como ese.

--- Ya no irá más lejos --- dijo Grover --- . Tenemos que marcharnos mientras come.

No hizo falta que insistiera. Nos deslizamos por detrás mientras él seguía devorando su cactus y nos alejamos renqueando con los traseros adoloridos. Después de tragarse tres cactus y de beber más agua embarrada, el jabalí soltó un chillido y un eructo, dio media vuelta y echó a galopar hacia el Este.

--- Prefiere las montañas. --- dije.

--- No me extraña --- respondió Jason --- . Mira.

Ante nosotros se extendía una antigua carretera de dos carriles cubierta de arena. Al otro lado había un grupo de construcciones demasiado pequeño para ser un pueblo: una casa protegida con tablones de madera, un bar de tacos mexicanos con aspecto de llevar cerrado desde antes de que naciera Zoë y una oficina de correos de estuco blanco con un cartel medio torcido sobre la entrada que rezaba: «Gila Claw, Arizona.»

Más allá había una serie de colinas... aunque de repente me di cuenta de que no eran colinas. El terreno era demasiado llano para eso. No: eran montones enormes de autos viejos, electrodomésticos y chatarra diversa. Una chatarrería que parecía extenderse interminablemente en el horizonte. Oh, dioses.

--- Si pudiera casarme con un lugar, me casaría con esta chatarrería. --- balbuceó Leo, con sus ojos casi salidos de sus órbitas.

--- No quiero asumir nada, pero no creo que eso se pueda. --- murmuró Jason, mirándolo con una ceja alzada.

--- Uau. --- me asombré.

--- Algo me dice que no vamos a encontrar un servicio de alquiler de coches aquí --- dijo Nico. Le echó una mirada a Grover --- . ¿Supongo que no tendrás otro jabalí escondido en la manga?.

Grover husmeaba el aire, nervioso. Sacó sus bellotas y las arrojó a la arena; luego tocó sus flautas. Las bellotas se recolocaron formando un dibujo que no tenía sentido para mí, pero que Grover observaba con gesto preocupado. Me coloqué junto a mi amigo, mirando de reojo su expresión demasiado intensa. Su cara se contrajo, como si un suceso lamentable y poco piadoso se estuviese aproximando demasiado pronto.

--- ¿Grover?. --- preocupada, coloqué mi mano sobre su hombro.

--- Esos somos nosotros --- dijo --- . Esas siete bellotas de ahí.

--- ¿Cuál soy yo?. --- preguntó Leo.

--- La pequeña y deformada. --- apuntó Zoë.

--- Cierra el pico. --- siseó Nico, mirándola con repudio.

Andy Jackson y La Maldición del TitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora