Capítulo 3: "Conduzco El autobús escolar."

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Artemisa había asegurado que se acercaba el alba, pero nadie lo habría dicho: estaba todo más oscuro, más frío y nevado que nunca. Allá en la colina, las ventanas de Westover Hall seguían oscuras. Me preguntaba si los profesores habrían advertido la desaparición de Bianca. Prefería no estar allí cuando lo descubrieran. Con mi suerte, seguro que el único nombre que la señorita Latiza recordaría sería el mío, y entonces me convertiría en víctima de una cacería humana por todo el país. Otra vez.

Las cazadoras levantaron el campamento tan deprisa como lo habían montado. Ellas parecían tan tranquilas en medio de la nieve, Zoë me dio una de sus parkas, por lo que supe por qué. Sus abrigos eran muy calentitos, perfectos para el invierno. Aunque me sentí mal por Nico y Jason, los que aguardaban tiritando. Leo estaba inmutable gracias su normalmente alta temperatura corporal. Artemisa escudriñaba el horizonte por el Este.

Bianca se había sentado más allá con su hermano. Ya se veía por la expresión sombría de Nico que estaba explicándole su decisión de unirse a la Cacería. Sin embargo, mis amigos se me acercaron, deseosos de saber lo que había ocurrido durante mi audiencia con la diosa. Cuando se lo conté, —omitiendo el significativo detalle de que me invitaron a ser una de ellas—, Grover palideció.

--- La última vez que las cazadoras vinieron al campamento, la cosa no fue demasiado bien.

--- ¿Por qué se habrán presentado aquí? --- me pregunté --- . Quiero decir, ha sido como si surgieran de la nada.

--- Y Bianca se ha unido a ellas --- dijo Nico, indignado --- . La culpa la tiene Zoë. Esa altanera e insoportable...

--- ¿Cómo va uno a culparla? --- dijo Grover, suspirando --- . Toda una eternidad con Artemisa...

Jason resopló y puso los ojos en blanco: --- Son increíbles los sátiros. Todos loquitos por Artemisa. ¿No comprenden que ella nunca va a corresponderles?.

--- Jason, deja al niño soñar. --- Leo le palmeó el hombro.

--- Es que... le va tanto la onda de la naturaleza. --- Grover parecía casi en trance.

--- Estás chiflado. --- le espetó Nico.

--- Me chifla, sí --- dijo Grover, soñador --- . Es cierto.

El cielo empezó a clarear por fin. Artemisa murmuró: --- Ya era hora. ¡Es tan perezoso en invierno!.

--- ¿Estás esperando, eh... la salida del sol?. --- le pregunté.

--- Sí, a mi hermano.

Yo no quería ser grosera. Tampoco quería que las cazadoras me declaren la guerra, quería reservarme eso para otra oportunidad. Y yo conocía las leyendas sobre Apolo (otras veces, Helios) conduciendo por el cielo el gran carro del sol. Pero también sabía que el sol es una estrella situada a no sé cuántos millones de kilómetros. 

Ya había asimilado la idea de que algunos mitos griegos fueran ciertos, pero vamos... no lograba imaginarme cómo iba a arreglárselas Apolo para conducir el sol. Sin embargo, esto de ser semidiós te hace alcanzar varios saberes alucinantes.

--- No es exactamente lo que tú crees, Andrómeda. --- me dijo Artemisa, como si me leyese el pensamiento.

--- Ah, bueno --- empecé a relajarme --- . Entonces no es que vaya a llegar... --- hubo un destello repentino en el horizonte y enseguida una gran ráfaga de calor.

--- No mires --- me advirtió Artemisa --- . Hasta que haya aparcado.

«¿Aparcado?» Desvié la vista y vi que los demás hacían lo mismo. La luz y el calor se intensificaron hasta que me dio la sensación de que mi parka iba a derretirse. Y entonces la luz se apagó. Me volví. No podía creerlo. ¡Era mi coche! Bueno, el coche con el que soñaba, para ser exactos. Un Maserati Spyder descapotable rojo.

Andy Jackson y La Maldición del TitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora