Capítulo 18: "Los dioses deciden por votación cómo matarnos."

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Volar ya era de por sí bastante malo para una hija de Poseidón. Pero volar directamente al palacio de Zeus entre truenos y relámpagos todavía era peor. A Zeus le gustaba tanto intimidarme que era un poco asqueroso recordar que era mi tío. Un tío con serios problemas de ego. Jason parecía pensar lo mismo, ya que se mantenía cerca de mí, como precaución. Aunque no sabía si él era capaz de detener un rayo lanzado por el mismo Zeus.

Volamos en círculo sobre el centro de Manhattan, trazando una órbita alrededor del monte Olimpo. Yo sólo había estado allí una vez. Había subido en ascensor hasta la planta secreta número 600 del Empire State. Esta vez el Olimpo aún me deslumbró más. En la penumbra del alba, las antorchas y hogueras hacían que los palacios construidos en la ladera relucieran con veinte colores distintos, desde el rojo sangre hasta el índigo.

Por lo visto, en el Olimpo nadie dormía nunca. Las tortuosas callejuelas se veían atestadas de semidioses, de espíritus de la naturaleza y diosecillos menores que iban y venían, unos caminando y otros conduciendo automóviles o llevados en sillas de mano por un par de cíclopes. El invierno no parecía existir allí. Percibí la fragancia de los jardines, inundados de jazmines, rosas y otras flores incluso más delicadas que no sabría nombrar. Desde muchas ventanas se derramaba el suave sonido de las liras y de las flautas de junco.

En la cima de la montaña se levantaba el mayor palacio de todos: la resplandeciente morada de los dioses. Los dioses amaban hacer todo semejante a ellos, por lo que no era una sorpresa que ese edificio provocara tanta sorpresa. La estructura emanaba tanto poder que yo procuraba no mirarla por mucho tiempo, para evitar ser volatilizada. Eso era lo último que necesitábamos.

Nuestros pegasos nos dejaron en el patio delantero, frente a unas enormes puertas de plata. Antes de que se me ocurriera llamar, las puertas se abrieron por sí solas. Somos jóvenes, lo sé, tenemos que ser pacientes, pero los dioses no lo eran. Sin embargo, había que amarlos y adorarlos hasta el cansancio. Se me erizó la piel de una forma bastante desagradable.

--- ¿Soy yo o eso pasa en las películas de terror minutos antes de que maten a los personajes?. --- comentó Leo.

--- Cállate, Leo. --- gruñó Will.

«Buena suerte, jefecita», me dijo Blackjack.

--- Sí. --- no sabía por qué, pero tenía un presentimiento funesto. Nunca había visto a todos los dioses juntos. Sabía que cualquiera de ellos me podía pulverizar y que a varios les encantaría hacerlo.

«Oiga, si no volviera, ¿puedo quedarme con su cabaña como establo?» Miré al pegaso. «Sólo era una idea —añadió—. Perdón.» Blackjack y sus amigos salieron volando.

Durante un minuto, mis amigos y yo permanecimos inmóviles, mirando el palacio, tal como habíamos permanecido los seis frente a Westover Hall al principio de aquella aventura (parecía que hiciera un millón de años). Solamente éramos chicos de secundaria, por el amor de- Agh, en fin. Juntos avanzamos juntos hacia la sala del trono.

Trece grandes tronos formaban una U alrededor de la hoguera central, igual que las cabañas en el campamento. En el techo relucían todas las constelaciones, incluso la más reciente: Zoë, la cazadora, avanzando por los cielos con su arco. Todos los asientos se hallaban ocupados. Los dioses y diosas medían unos cuatro metros de altura. Y te aseguro una cosa: si alguna vez vieses a una docena de seres todopoderosos e imponentes volviendo sus ojos hacia ti... Bueno, en ese caso, enfrentarte a una pandilla de monstruos te parecería un picnic.

--- Bienvenidos, héroes. --- dijo Artemisa.

--- ¡Muuuu!

Sólo entonces vi a Grover y Bessie. Había una esfera de agua suspendida en el centro de la estancia, junto a la zona de la hoguera. Bessie nadaba alegremente en su interior, agitando su cola de serpiente y asomando la cabeza por los lados y la base de la esfera. Parecía disfrutar aquella novedad de nadar en una burbuja mágica. Grover permanecía de rodillas ante el trono de Zeus, como si acabase de rendir cuentas. La idea de que Zeus estuviera intimidando a mi mejor amigo me generó desagrado y aún más asco.

Andy Jackson y La Maldición del TitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora