Volver a casa

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Los minutos transcurrieron entre lágrimas y sollozos. Si mi corazón estaba roto con aquella confesión, no podía imaginar lo que Lyam sentía. Solo podía pensar en lo terrible que fue para él presenciar aquella escena, más aún siendo tan pequeño. El dolor que debió cargar en su mente y corazón, desde aquel momento; debió ser demasiado grande.

—Amor ¿Puedo pedirte un favor? —preguntó más calmado, separándose con cuidado de mi.

—Claro mi amor —conteste asintiendo con la cabeza—. Dime ¿Que favor me quieres pedir?.

—Mi abuela quiere que la visite, tenemos varios años sin vernos, pero en mis planes nunca estuvo pisar nuevamente esa casa —al verlo tensar su mandíbula, acaricié sus brazos suavemente para que se relajara un poco—. ¿Quiero saber si me puedes acompañar? Porque la verdad creo que si voy solo no me atrevería ha entrar.

—Sí puedo amor. Te dije que te apoyaría en todo, así que cuenta conmigo —le dediqué una sonrisa la cual devolvió, me alegró —. ¿Cuándo iremos?.

—Hoy mismo, quiero acabar con esto de una vez, se que mi abuela me extraña y yo a ella...

Luego de aquellas palabras, nos dirigimos rápidamente a la casa de su abuela, la cual se encontraba una hora lejos de la ciudad.

Lyam detuvo la moto en frente de un gran portón negro, por donde no se podía apreciar nada de lo que había adentro. Pocos segundos este se abrió dándonos paso. Mis ojos se abrieron demás al apreciar aquel lugar, era inmenso. El césped bien podado, los jardines coloridos, una fuente y lo más llamativo, la mansión de paredes blancas; de al menos tres plantas.

Cuando llegamos a cierto punto del camino Lyam apagó la moto, entonces me baje y lo espere para avanzar junto a él. En la puerta principal nos recibió el mayordomo con gran sonrisa invitándonos a pasar. La mansión era aún más hermosa desde adentro, desde los muebles, candelabros, hasta los cuadros; uno en particular captó toda mi atención. Una foto de una mujer pelinegra, de ojos verdes, piel clara y sonrisa perfecta que reflejaba la felicidad de estar abrazada con su esposo y un pequeño que sostenía la mano de ambos. Sin duda era Lyam, aquel pequeño que los miraba con amor.

—Su abuela está en su habitación y su tío está trabajando en la empresa —comentó el mayordomo captando mi atención.

—Ok, muchas gracias —contestó Lyam amablemente.

Aquel hombre hizo una reverencia y se perdió de nuestras vistas por una puerta, entonces nosotros decidimos avanzar a pasos lentos por las escaleras de caracol, pero al llegar al piso de arriba Lyam se detuvo, como si un obstáculo invisible no le permitiera avanzar.

—Amor —moví su mano para que reaccionara, pero no lo hizo.

De inmediato se tenso, su mirada se llenó se tristeza, pero con destellos de odio y eso me preocupo mucho.

—En este precio lugar fue que ese desgraciado asesinó a mi madre —sus palabras estaban cargadas de rabia—. En este precio lugar fue que junto a ella murió mi padre, mi héroe y mi modelo a seguir... Porque eso era para mí —cada palabra cargada de dolor era como un puñal para mí— Y es que todo sigue intacto...

Se acercó a un mesita de noche, y se puso de rodillas ante esta.

—Aquí en este preciso lugar, le supliqué a la vida que no se la llevará —su voz se quebró y enseguida me uní a él brindándole mis brazos.

Lo abracé muy fuerte, tan fuerte como cuando lo necesite y él brindó sus brazos como un apoyo.

Mientras lo veía llorar sentía una presión en mi pecho, esa que junto a un nudo en la garganta no te permite pronunciar palabra, esa que nos mata por dentro cuando estamos triste o esa que nos hace sufrir mientras los recuerdos invaden nuestras mentes.

La impotencia en mi crecía al no poder hacer más, al no poder borrar de su mente aquel tormentoso momento y eliminar todo lo que le hacía mal. 

Por segunda vez lo ví llorar, también como poco a poco cesaban los sollozos y luego volvía a sonreír para mí como si nada estuviera pasando, solo para no hacerme sentir mal.

—Vamos amor, mi abuela me espera —anunció colocándose de pie, me brindó su mando y yo la tomé para levantar junto a él.

Ambos nos dirigimos hacia el final de un gran pasillo, nos detuvimos en frente de una puerta color dorado y este le dio dos toques.

—Solo respira amor —le sugerí al verlo un poco nervioso, fue lo que hizo.

—Adelante —escuchamos al otro lado.

Rápidamente Lyam tomó el pomo, lo giró y empujo la puerta con cuidado dejando ver en una cama recostada una señora de edad avanzada, quien al verlo abrió los ojos con exageración, su rostro reflejaba alegría, y a la vez sorpresa.

—Lyam... Hijo, ven aquí —pidió su abuela abrió sus brazos para recibirlo.

Este no lo pensó ni un segundo y se acercó a ella respondiendo a su abrazo. Las lágrimas de ambos comenzaron a salir, pero estas eran una mezcla de alegría y nostalgia.

—Cuanto tiempo —dijo dejando un beso en el cabello de este—. Te extrañe pequeño.

—Y yo a usted abuela...

Así permanecieron un momento, unidos en un abrazo lleno de sentimientos, uno que buscaba borrar la ausencia y el dolor de los años sin verse.

Cuando se separaron sus miradas se posaron en mí, que me encontraba parada en la puerta con una sonrisa tímida.

—Abuela, te presento a mi novia... —hizo señas para que me acercara, de inmediato lo hice.

—Un gusto señora —extendí mi mano y ella la tomo—. Mi nombre es Sophia.

—Margaret, un gusto conocerte jovencita —sonrió alejando su mano y acomodándose en la cama para quedar sentada—Eres muy hermosa...

Cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora