Cosas del pasado

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Los intentos fallidos de golpearlo, hicieron gruñir a Joseph y más cuando Lyam lo tiró en ese piso de un puñetazo.

—Lyam, déjalo ya... No vale la pena que te ensucies las manos con esta porquería —mi voz sonó a súplica y este de inmediato volteó volviendo en si.

El silencio y la tensión se hicieron presentes en el lugar antes de dar su respuesta.

—Tienes razón —se incorporó respirando profundo para calmar la rabia que tenía.

Miré por un momento a Joseph que se encontraba en el suelo. Ya no sonreía de igual manera, ahora se encontraba sobando los golpes que Lyam le provocó.

—Que tristeza me das Joseph... ¡No tenías derecho ha divulgar esa información! no te pertenecía —levantó la cara de inmediato, estaba sorprendido.

—¿Y aún así te quedarás con él? —preguntó incrédulo.

—Para tu pesar sí...  ¿Qué creiste? ¿que iba salir corriendo? No seas bobo. No somos la sobra de nuestros padres, y Lyam es el mejor hombre que la vida pudo presentarme y tus chismes mal intencionados no me harán dejarlo —conteste firme—. Te aconsejo centrarte en tu vida perfecta para que dejes de meter tus narices en las ajenas  —me di la vuelta y tomé la mano de Lyam para que caminara conmigo.

Rápidamente nos subimos a la moto que estaba estacionada muy cerca y nos fuimos de vuelta al departamento.

Cuando llegamos Lyam encendió las luces que estaban apagadas y ambos nos acomodamos en el sofá, yo me senté y él se recostó apoyando la cabeza sobre mis piernas.

—Sophi se que necesitas una explicación —al escucharlo dejé de jugar con los cabellos que reposaban sobre su frente.

—Lyam, si no te sientes preparado no lo hagas... No quiero que te sientas forzado a nada.

—Gracias amor, por ser tan comprensiva, pero quiero hacerlo —se incorporó a mi lado.

—Entonces te escucho amor —deje un sutil beso en sus labios.

Lyam respiró profundamente antes de comenzar; como si un peso inmenso reposara sobre su pecho.

—Empiezo por decirte que mi infancia fue feliz, no puedo quejarme. Tenía todo, desde lo material hasta lo afectivo. Al ser hijo único te podrás imaginar que él cariño de todos estaba sobre mí y eso lo hacían notar a diario, pero todo eso cambió drásticamente, mi vida se arruinó poco después de cumplir mis once años —hizo silencio por un momento.

Sus ojos denotaban dolor a pesar de no haber derramado ni una sola lágrima y eso me estaba consumiendo el alma.

—Una noche, aproximadamente hace once años...

" Cuando estaba por cerrar los ojos para dormir, escuché la voz de mi padre y como siempre; quise ir a recibirlo. Entonces  me puse de pie y a pasos rápidos me dirige hacía la puerta. Fue allí cuando las voces de mis padres se mezclaron, estaban discutiendo, eso me sorprendió mucho, ya que era la primera vez que los oía en aquella situación.

—Otra vez llegas drogado Ryam, esto no puede seguir así.

—Mujer ¡Ya basta! Tu no estás en mis zapatos —la voz de mi padre me hizo estremecer del susto.

—No lo estoy, pero esto no puede seguir así, necesitas ayuda. Consumiendo no serán menos pesadas tus cargas.

—Como tú digas —le restó importancia a sus palabras —Necesito solo esto...

No me agradó para nada escucharlos discutir, no quería que siguieran así, por lo que abrí la puerta con cuidado.

Pude ver a mi padre sacar una bolsita con un polvo blanco de su bolsillo y mi madre molesta se la arrebato de las manos, comenzando un forcejeo entre los dos.

Sarah ¡devuelve eso! —mamá negó firme aguantando aquel empaque fuertemente y luego lo rompió como pudo.

—¿Prefieres eso que tú familia? —dejo de forcejear cuando todo el contenido cayó sobre el suelo.

—¿Qué has hecho? —se puso furioso al ver lo que había hecho y sin medir consecuencia, la empujó.

—¡No mamá! —grité desesperado al verla caer y su cabeza golpearse contra la mesa.

Sarah —los ojos de mi padre se abrieron demasiado al verla tirada en el suelo inconsistente.

—Mamá —la llamé desesperado al estar agachado junto a ella, pero no reaccionaba—. Mamá —insistí mientras mis lágrimas salían y la angustia me consumía.

—Hijo no puedes ver esto. Entra en la habitación, por favor —cuando intentó apartarme no lo permití, en vez de eso me aferre más a ella.

—Eres un moustro —grité lo que me permitió aquel nudo en la garganta—. Mataste a mi mamá, eres un asesino... ”

La voz de Lyam se quebró en aquel momento, y por sus mejillas comenzaron a descender sus lágrimas. Entonces lo abracé con fuerza y él se aferró a mi.

Tenía que ser fuerte, su fortaleza, pero me estaba costando mucho verlo así. Nunca en mi vida me imaginé que hubiera sufrido tanto. Era inimaginable al verlo siempre tan alegre, siempre sonriente, cariñoso. Al estar en ese estado; tan vulnerable, no parecía él mismo que yo conocía...








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