Evelyn

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Rowan Blackwood me estampó contra la pared de mi habitación y profundizó el beso haciéndose paso con su lengua por mi boca.

Realmente no era así como me había imaginado que acabaría una tarde de sábado estudiando, pero no es que me quejara especialmente. Aún tenía muchos sentimientos confusos y muchos pensamientos contradictorios sobre el chico que me estaba metiendo la lengua hasta la garganta, pero ya tendría tiempo de preocuparme de eso más tarde.

Ahora mismo, lo único que anhelaba era su contacto.

Haciendo el beso más desesperado, pasé mis brazos por detrás de su cuello y pegué su cuerpo totalmente al mío. Noté cómo Rowan me daba algún mordisco en el labio inferior y luego seguía besándome como si no hubiera mañana. Sus brazos descendieron lentamente por mi espalda hasta apretarse en mis caderas, y allí lo besé con tanta fuerza y necesidad que tuvo que inclinar un poco la cabeza hacia atrás. Él me besó igual, inclinando luego la cabeza sobre la mía para tener mejor acceso. No sabía en qué momento habíamos pasado de tener un beso romántico a... esto, pero la verdad es que me importaba bien poco.

En lo único en lo que podía pensar eran en sus labios, su contacto, todo él.

Rowan separó un momento sus labios de los míos, y aunque ya volvía a tener la increíble necesidad de que me besara de nuevo en los labios, él bajó la cabeza y empezó a dejar suaves besos en mi cuello. Cerré los ojos y llevé mis manos a su pelo, mordiéndome el labio inferior porque sabía los sonidos que yo hacía cuando alguien me besaba allí.

—Rowan... —suspiré en un jadeo cuando absorbió mi piel.

Noté cómo él sonreía maliciosamente contra mi cuello.

—Dios, me encanta cuando dices mi nombre así.

Sonreí un poco.

—Vale, pues ya me callo.

—Vale, pues yo también paro —murmuró con la voz ronca.

—¡¡No!! —grité, apretando las manos en su pelo, cuando vi que empezaba a separarse de mi cuello—. Ni se te ocurra parar ahora mismo, capullo —susurré con la voz cortada.

Él se rio un poco, pero volvió a besarme el cuello, pegando su cuerpo al mío, que estaba atrapado con la pared detrás de mí. Pero entonces volvió a succionarme la piel de esa manera, y ya no pude contener que un leve gemido saliera de mis labios.

Él volvió a sonreír, como si hubiera ganado, pero yo, de nuevo, como mi segundo nombre era "competitividad" cuando se trataba de él, no pensaba dejar esa batalla perdida allí. Porque yo no perdía contra él. Y pensaba dejárselo claro.

—¿Al final no soy el ogro que decías que era, eh? —intenté picarlo.

—Mhm... —murmuró con la voz ronca y grave, separándose de mí para volver a mirarme a los ojos—. ¿Quién ha dicho que no lo seas?

Mordiéndome el labio inferior, juguetona, pasé mis manos por detrás de su cuello e incliné la barbilla hacia él.

—Pues la manera que me besas, amor —me burlé.

Él sonrió de lado, divertido. Con esa sonrisa de superioridad que, debía admitir, tanto me gustaba.

—¿Y quién ha dicho que no me gusten los ogros como tú? —me susurró a míseros centímetros de mi cara.

Le fruncí el ceño de inmediato.

—Eres un gusano malvado.

—Puede —sonrió—. Pero eso no quita que tú sigues siendo mi ogro.

La Noche Que Nunca Existió (Enemies-To-Lovers)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora