Blackwood

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Niñata don perfecta.

Por lo menos ya se había ido de mi casa.

No quería pasar ningún rato más con esa mocosa, y menos teniendo cosas que hacer. Me distraía y me molestaba. Era una distracción horrible y molesta. Lo peor es que me dolía hacerle daño, hacerla pensar que todo había sido un juego para mí. Pero debía, debía porque...

No. Tenía que dejar de pensar en ella. Ya ocupaba demasiado espacio en mi cabeza como para que ahora me arruinara mis horas de estudio también. Decidido, me senté en mi escritorio para ponerme a acabar el proyecto. Aunque primero miré el ordenador. Se suponía que me tenía que llegar un e-mail ahora...

Sus ojos eran puro deseo mientras ascendía mi mano por su espalda. Ella no lo sabía, pero su cara era de hipnotizada total. Sonreí aún más por ello. Me gustaba verla así. Debía decirle luego que en realidad estaba jugando con ella, quizás así no se daría cuenta de lo que realmente provocaba en mí y podría alejarla más. No me podía permitir... No podía dejar que ella cayera por mí, yo era una persona mala y no podía dejar que una chica tan buena como ella cayera por alguien tan horrible como yo. Por muy mal que me supiera después decirle que estaba jugando con ella, debía decírselo para que se alejara. No estaba jugando, en realidad, me gustaba tanto como a ella, y me partía el corazón y el alma, hacerle daño luego, me destrozaba y me odiaba por ello, pero, por su bien, debía mantenerla lo más alejada posible de mí y la única manera de hacerlo era hacerla creer que todo era que jugaba con ella.

Sacudí la cabeza para echar esas imágenes de allí. Imágenes de cómo había estado Hawksley hacía solo unos minutos y de mis pensamientos en ese mismo instante.

Era preciosa. Y más cuando estaba tan cerca de mí. Siempre me acercaba y ella no se alejaba. Era perfecta. A veces me insultaba, pero entonces solo podía sonreír aún más. Tan cerca, tan juntos. Su cara a centímetros, sus labios-

Volví a mover la cabeza. No podía volver a pensar en ella. No de esta manera. Quise volver a centrarme en mi ordenador, pero de repente otro recuerdo diferente me volvió a la memoria.

Ella, la chica sin cara había accedido a acompañarme, a salir de la fiesta, pero ya me lo estaba replanteando. Ambos íbamos tan borrachos que mañana no nos acordaríamos de nada. Pero esque... quería estar con ella. Apenas la conocía, aun así, ya sabía que quería huir de todo el mundo y quedarme hablando con la chica para siempre jamás sin que nadie nos molestara.

—Oye, ¿a dónde me estás llevando? —preguntó ella en mitad de una carretera.

—Es una sorpresa.

—Pero a mí no me gustan las sorpresas, ¡¿y si vas a matarme?! —gritó, y luego, toda segura, me señaló con un dedo—. Prefiero que me avises si vas a hacer eso, eh.

No pude evitar echarme a reír.

—Eres muy rara, ¿lo sabías?

Ella soltó un hipo.

—Raro tú.

—E infantil.

Ella sonrió como una niña pequeña.

—Y orgullosa de ello, perdóname.

Volví a echarme a reír y ella se me quedó mirando mal. Me incomodó un poco, pero enseguida le dediqué mi mayor sonrisa y me acerqué a ella.

—Me gustan las raras.

—¡Pero que no soy rara, vale! ¡Solo voy borracha!

—Espera —fruncí el ceño, procesándolo y parándonos en nuestro sitio— ¿¡entonces me has llamado raro a mí!? —grité.

La Noche Que Nunca Existió (Enemies-To-Lovers)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora