Blackwood

48 7 6
                                    

No me podía creer que de anoche, solo tuviera un recuerdo mínimamente claro. Y solo era el de volver a casa.

Obviamente, me acordaba de todo lo que pasó antes de empezar a beber, pero desde que perdí la cuenta de los vasos, apenas me acordaba de nada. Y era frustrante. No solo por el inmenso dolor de cabeza, sino también porque me molestaba muchísimo no saber algo. Quería saberlo todo. Era una necesidad. Y no saber qué hice durante horas me ponía bastante nervioso.

Iba a matar a mi hermano.

Como no, el rey de la fiesta del instituto tenía que obligar a su hermano gemelo –el "amargado"– a ir con él. ¿A mí qué coño me importaban las fiestas? Yo iba al instituto a estudiar. Sacar excelentes. Y graduarme para irme a Yale. Solo me quedaba un año. Un par de meses menos. Y no pensaba volver a dejar que las distracciones me lo impidieran. Ni mucho menos la necesidad del estúpido de Asher por hacerse amigo de todo el mundo.

Había pasado por esa situación millones de veces. Papá y mamá se mudaban por trabajo muchas veces al año. Siempre que llegábamos a un nuevo instituto, Asher hacía cincuenta amigos y lo convertían en una leyenda, mientras que yo apenas socializaba porque sabía que en dos días nos iríamos. Y unos meses más tarde, ya estábamos volviendo a cambiarnos de ciudad y volviendo a repetir el proceso.

Estaba harto. Pero, ¿qué podía hacerle? Odiaba ser el nuevo, sí, pero a pesar de que me costaba socializar, me adaptaba rápido, así que pasaba desapercibido y punto.

—Oye, oye, ¿a dónde te crees que vas, hermanito? —me detuvo el gilipollas de mi hermano gemelo, Asher, desde el sofá, cuando estuve a punto de subir las escaleras para ir a mi habitación.

—A estudiar, ¿y a ti qué más te da? —le reproché de mala gana.

—Ah, no, no, no —sonrió, levantándose del sofá con una sonrisa juguetona en los labios—. He invitado a un par de tíos que conocí anoche. Y como esta vez me he propuesto que consigas amigos, tú te vas a quedar con nosotros.

Solté un suspiro de frustración.

—¿Para ver cómo cuatro monos gritan mientras juegan a la Play cuando yo tengo una pedazo resaca? —le sonreí angelicalmente con ironía, pero la borré enseguida—. Antes muerto.

—Ah... es verdad, que tienes resaca —se rio el mono este porque sí, como si hubiera hecho un chiste juguetón—. ¿Te lo pasaste bien anoche, eh?

—Y yo qué sé —murmuré, dejando las libretas bajo mi brazo—. No me acuerdo de nada. La próxima vez, recuérdame de no hacerte caso en seguirte a tus cosas.

Hice un ademán de irme, pero él me cogió del brazo y me detuvo. Siempre había odiado su cara. Por idéntica que fuera a la mía, nunca serían iguales. Las facciones, las expresiones, el pelo, las pecas. Todo nos diferenciaba. A mucho a pesar de que tuviéramos la misma nariz recta, los mismos ojos pequeños y marrones, la misma cara pequeña y la misma mandíbula definida.

—¿De verdad pasarías de tu hermano? Eso me ofende —sonrió Asher, juguetón. Pero como vio que no reaccionaba, se rindió y suspiró—. Mira, Rowan, sé que no te gustan mucho estas cosas, pero, ¡mírale el lado positivo! Te fuiste de la casa con una chica, algo es algo. Quizás la próxima vez, tú...

—¿Qué? —lo interrumpí, poniéndole una mano en el hombro—. ¿Estuve con alguien anoche? ¿Y nos fuimos de la fiesta?

—Sip, ¡y era una chica, ni más ni menos! Ya sé que tuviste una novia esa vez... ¡Pero has hecho un paso hacia la vida social! Felicidades, hermanito, ya eres un mujeriego —sonrió el tonto de mi hermano.

Pero lo que menos me importaba en ese momento era el romance.

—¿Sabes quién era la chica? —pedí rápidamente. Quizás ella se acordaba de qué había hecho.

La Noche Que Nunca Existió (Enemies-To-Lovers)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora