Blackwood

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Mierda.

El beso había sido... maravilloso. Demasiado. Detestaba admitirlo, pero había sido increíble. El mejor beso de mi vid... No. No podía ser así. No podía admitir que me había encantado, porque no iba a volver a repetirse. Estábamos hablando de Hawksley, por el amor de dios.

Por mucho que quisiera besarla hasta ahogarme, hasta perder el sentido y hundirme en su piel para siempre, debía mantenerme lo más alejado posible de ella.

Miré la puerta del baño, donde ahora se había encerrado ella, sin saber qué hacer exactamente. Apreté la mandíbula, aún mirando hacia allí, intentando entender el mar de pensamientos que había en mi cerebro. El beso, las sensaciones que me habían provocado este, el control que perdí por un simple roce de Hawksley...

Sí, lo mejor era alejarme de ella. La odiaba. La detestaba. La despreciaba. O al menos se suponía que lo hacía...

Suspiré. Incluso hice un ademán de girarme para irme a hacer yo qué sé qué cuando de repente la puerta del baño se abrió.

Y de allí salió ella, con la misma cara de sorpresa que la mía. El momento fue menos tenso e incómodo de lo que pensé. Imaginé que todo sería raro entre nosotros... pero la verdad es que no lo fue casi en absoluto. Nos quedamos en silencio mirándonos, solo mirándonos, como si no fuera extraño o incómodo. La verdad es que solo me quedé callado porque no sabía qué decir exactamente, quizás podría ser amable, ni que fuera un segundo, para no empeorar las cosas...

Abrí los labios un poco para balbucear alguna estupidez, pero nada salió de ellos. Por lo que, al ver que me la había quedado mirando, ella frunció el ceño con su común asco hacia mí.

—¿Qué miras, gilipollas? —soltó de repente.

Rodé los ojos con frustración. A la mierda ser amable. Nunca podría llegar a serlo con ella. Así que, pasándome una mano por el pelo con indiferencia, le dediqué la misma mueca.

—Por dios, ¿es que siempre estás a la defensiva, Hawksley?

—¿Contigo?, siempre —sonrió como una niña pequeña, solo para burlarse.

—Pues eres estúpida.

Ella rodó los ojos, evitando sonreír cuando dijo:

—Joder, sé más original, Blackwood. Ese insulto ya cansa.

—Eres un culo de jirafa.

Ella puso una mueca y me miró mal otra vez. Pero, a mi sorpresa, al cabo de unos segundos se echó a reír.

—¿Y qué insulto de mierda es ese? —susurró acercándose hacia mí.

Antes de que diera un paso más, me alejé un poco, mirando a la nada.

—No lo sé, joder, cuando estás cerca no puedo pensar con claridad.

Me detuve en seco cuando me di cuenta de lo que había dicho. Mierda. No había acabado de decir eso... Quise pensar que no me había oído. Incluso se lo recé a dios. Pero cuando vi a Hawksley aguantándose la risa, supe que la había cagado.

—Lo retiro —dije enseguida. Y empecé a caminar hacia ella—. Tú no has oído nada, Hawksley, ¿entendido? ¡No he dicho nada!

Ella siguió riéndose. Me miró directamente a los ojos y empezó a caminar hacia mí. Mierda... cuando me miraba de esa manera, con esos ojos hipnotizantes... odiaba sus ojos y los amaba a partes iguales. Me dejaban embobados y odiaba tener esa sensación con ella.

—¿Así que te pongo nervioso, Blackwood? —se burló ella, acercándose.

—Que no.

—Claro, porque seguro que no sientes nada cuando hago esto —murmuró, y puso ambas mano en mi pecho descaradamente.

La Noche Que Nunca Existió (Enemies-To-Lovers)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora