Capítulo 3- Dianelis y Bruno.

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La alarma es el peor invento del ser humano.

Es para masoquistas.

El reloj marcaba las cinco de la mañana.

Tiene que ser ilegal despertarse y que el cielo siga oscuro.

Que deprimente.

Me estire e hice crujir mi espalda.

Menudo gustazo.

Ya luego con prisas fui al baño, me lavé los dientes y me recogí el pelo (sin golpes de por medio), no me dio tiempo a maquillarme, me habría gustado retocarme aunque fueran solo las ojeras.

Había quedado con Draven en siete minutos, íbamos a ir a por mi coche.

-Llegas tarde.

Lo miré incrédula.

-¡Son y diecisiete!

-Llegas tarde.

Sí, dos minutos.

Me lo calle para evitar discusiones.

Bien, no tenía buen despertar, yo tampoco.

Arrancó el coche sin preocupaciones.

Un trayecto que supuestamente son veinte minutos, lo hicimos en siete.

-No me mires así, no había tráfico - se justificó.

-Casi nos matas.

Ambos salimos de la máquina de homicidios con motor.

-Va cervatillo, entra a por tu coche.

Me quedé quieta.

-¿Necesitas ayuda?

Puede que lo que vaya a decir ahora me mantenga humilde el resto de mi vida.

-Es que me da vergüenza.

La ciudad estaba sumida en un silencio abismal por lo que su risa se escuchó diez veces más de lo que debería.

-No entiendo que te hace tanta gracia.

Puso su mano a dos centímetros de mi cara indicándome que esperara.

-Me duele el estómago - dijo entre risas.

-Y más te dolerá si sigues riéndote de tu compañera de trabajo - espeté molesta.

-Ya voy ya voy, dame las llaves - se las tendí indignada.

No me aburrí, me entretenía ver el bao saliendo de mi boca cuando soplaba, cuando era pequeña jugaba a que tenía un cigarrillo entre mis labios.

Tenía los brazos cruzados en mi pecho intentando guardar calor.

Mis oídos percibieron sonidos de pisadas.

-¿Draven? ¿Eres tú? - murmure.

Los pasos se hacían cada vez más claros y se escuchaban mejor.

-Puedes dejar el numerito, no hace ni puta gracia.

Ingenua de mí, él vendría en coche.

En mi coche además.

Después de lo que dije empezó a silbar.

Me inquiete.

Quise volver a entrar al coche pero estaba cerrado.

Giré sobre mis talones buscando algo, una sombra, algún indicio de que hubiera alguien.

Posé mi mano en la pistola que descansaba en su funda y adopté una posición defensiva.

Cesó.

Volvió el silencio y esta vez fue interrumpido por las ruedas de un vehículo que chirriaba.

Asesino a bordo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora