Capítulo 7 - ¿Japón está cerca de Nueva Jersey?

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Hay una fiesta hoy.

Lo anunció el capitán ayer.

Dichoso San Valentín.

Nunca he entendido este festivo.

Es un día en el que esperas que pase algo, ¿qué valor tiene saber que vas a recibir cualquier cosa? Valen muchísimo más los detalles inesperados.

Las cosas que no están programadas y organizadas. Lo que surge del corazón de la persona.

Si a mí me interesa regalar algo, lo haré, ¿para que esperarme al catorce de febrero? Deberían de regalarse flores siempre, cuando sales de un examen importante, cuando has tenido un mal día, cuando te baja la regla, después de discutir...

Para mí las flores son símbolos de paz.

En vez de levantar la bandera blanca, entrégame un tulipán.

O tal vez, y solo tal vez, odie esta fiesta porque nunca he tenido a nadie con quien pasarla. He tenido líos y aventuras, pero nada me ha durado más de una noche.

Tampoco he querido, ni lo he buscado así que no estoy en posición de quejarme.

Durante los doce días que han pasado desde el accidente con Hamilton, Parker no ha dejado de observarnos.

Da mal rollo.

He llegado a verle en mis sueños.

Incluso cuando bajamos en Turquía y en Egipto.

La compañía de Air Darocha contrató a guías turísticos que nos enseñaran esos lugares tan asombrosos. Para ello debíamos colocarnos por grupos grandes e íbamos acompañados con un trabajador.

Adivinar quién estuvo en nuestro grupo todas las rutas que realizamos.

Exacto, Parker.

Bea ya había conseguido entrar en la habitación de Giovanni, eso ha traído discusiones entre la feliz pareja.

Ana está que echa humo de los celos aunque la morena asegure que no pasó nada entre ellos.

No encontró nada en su camarote pero yo seguía con ese presentimiento que no se me iba.  

-Toc toc - dijeron al otro lado de la puerta.

Reconocí la voz de Draven.

-¿Te has dejado la llave? - me reí.

-No.

-Y, ¿por qué no abres tú?

Se lo pensó durante unos largos segundos.

-Draven, ¿sigues ahí?

-Solo abre la maldita puerta.

-No hasta que no me digas porque no puedes hacerlo tú.

Bufó.

-Va, no seas pesada zanahoria.

-Dime el porqué.

Ignoré las ganas de reírme.

-Tengo las manos ocupadas - confesó al fin.

-Ajá - disfrutaba con la situación así que decidí alargarla -. ¿Con qué?

-Si abres la puerta de una puta vez lo sabrás.

Me reí.

-No juegues con mi paciencia cervatillo.

A decir verdad, la curiosidad me estaba matando.

Supuse que serían todos los regalos que se han dado mutuamente las mujeres con las que compartimos habitación.

Asesino a bordo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora