8. La mujer de verde

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(O para el caso, el hombre de verde)

ACTUALIDAD

El día que pasaron en su casa se sintió como un auténtico espejismo, porque Martin y él siguieron cruzándose por el pueblo, pero intercambiaban poco más que saludos cuando lo hacían. Juanjo le había visto en más de una ocasión con Violeta ya fuera en un bar de noche o simplemente paseando. Cada vez que los veía juntos pensaba en si Martin le habría contado todo, no lo tenía claro porque había dejado de ofrecerle unirse a ellos, pero siempre le dedicaba una sonrisa que parecía sincera.

No acababa de acostumbrarse a ver a Martin casi a diario, pensaba que con el paso de los días se haría más fácil, pero no era así. Al menos desde aquel día en su casa había dejado de soltarle comentarios tan directos e hirientes, pero extrañamente prefería que lo hiciera, sabía que se los merecía, pero sobre todo, sabía que le causaba más sufrimiento la indiferencia que una reacción.

Esa mañana Juanjo había acudido al banco en el mirador nada más despertarse, no entendía que le había impulsado a hacerlo, pero necesitaba pensar y ese siempre había sido el sitio en el que lo había hecho. Tal vez había sido Nieves en casa comentando lo buen niño que era Martin, había convertido en su misión de verano que se reconciliaran, esa era la única explicación que Juanjo encontraba a la insistencia de su madre; pero tal vez y solo tal vez había sido que llevaba un par de días sin ver a Martin y le dolía en el pecho. Odiaba su indiferencia, pero odiaba más no verle sabiendo que estaba cerca.

Se concentró en el sonido de las campanas marcando las diez de la mañana, con sus sentidos tan alerta no fue complicado escuchar pasos acercándose. Le daba miedo lo rápido que había vuelto a aprender a reconocer esas pisadas. Martin no dijo nada durante un buen rato, pero se sentó en el mismo banco que él, dejando distancia entre ellos. Eso era casi todavía peor, porque con cada uno sentado en un extremo, sus iniciales en el centro y a la vista adquirían un mayor protagonismo en la escena.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Martin, Juanjo no sabría decir si habían pasado minutos u horas desde que se había sentado a su lado.

—En ti —contestó, girándose para por primera vez mirarle a los ojos. No sabía porque había dicho eso, seguramente porque era la verdad— ¿A ti qué te agobia?

—¿Cómo sabes que me agobia algo?

Juanjo no era el único que acudía allí cuando tenía la cabeza tan llena de pensamientos que no sabía ni como empezar a gestionarlos, Martin llevaba unos días ansioso por trabajo y hoy había sido el culmen de todo.

—Años de experiencia.

El silencio en ocasiones podía ser más poderoso que las palabras. Dejaron que la breve conversación se asentara entre ellos mientras Martin parecía luchar internamente por decidir cómo contestar. Juanjo se preguntó si Martin había seguido utilizando ese banco como sitio para reflexionar durante estos siete años o si era solo ahora que él había vuelto.

Martin nunca había dejado de ir allí.

—Siento que no me vaya a quedar tan bonito como a ti, pero yo pensaba en mí.

A Juanjo no se le escapó la ironía de que estuvieran pensando en lo mismo, pero claro, era muy difícil no pensar en Martin. Estaba dispuesto a preguntar más, a entablar una conversación con él, parecía receptivo y, si necesitaba desahogarse sobre cualquier cosa, él siempre sería un hombro en el que Martin pudiera llorar. Le interrumpió el nombre de Violeta en el teléfono de Martin, que se disculpó antes de contestar, pero no se movió del banco.

—¿En serio? —escuchó que decía—. No, ni se te ocurra Violeta ¿tienes fiebre? —Juanjo no pudo evitar mirarle intrigado—. No te preocupes por mí, ya veré cómo me apaño —otro silencio en el que debía estar hablando la pelirroja—. Tú cuídate, como te vea por la posada te arrastro de los pelos. Yo lo gestiono.

14 Veranos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora