ACTUALIDAD
El nombre de Martin no había salido de la cabeza de Juanjo desde esa noche. Lo veía en sueños, a él y a ese maldito banco que tanto les había dado. En sus sueños las iniciales se despegaban y flotaban por todo le pueblo, se desprendían del banco y se pegaban por las paredes, seguramente porque hasta su inconsciente se negaba a asumir que iban a desaparecer.
—¡Despierta! —exclamó su madre encendiendo la luz de su cuarto sin previo aviso—. Son las 12 del mediodía ¿qué haces en la cama todavía? Hoy tenemos visita, así que te quiero en diez minutos fuera ayudándome a recoger, que está la casa hecha un asco.
—Mamá, es verano, déjame —protestó, cogiendo la sábana que cubría su cuerpo y subiéndola hasta taparle entero mientras se giraba hacia la pared. Juanjo no era de dormir hasta tarde, pero llevaba noches sin pegar ojo por pensar en unos ojos verdes y unos labios rosas hasta bien entrada la madrugada.
—No me discutas, leñe —dijo arrancándole la sábana del cuerpo—. Que necesitamos tu ayuda.
Pese a que las legañas le dificultaron despegar sus párpados y abrir los ojos del todo, hizo el esfuerzo de ponerse en pie para salir a donde estaba su madre, que ya había abandonado el cuarto, antes de que le desheredara. La encontró alterada barriendo el suelo del jardín mientras que su padre recogía los trastos que había por el medio. Frotándose el ojo derecho, todavía en pijama, mientras miraba el panorama, pudo recuperar un poco de consciencia.
—¿Visita de quién?
—De los Urrutia ¿debería seguir llamándoles así después del divorcio? Bueno de Rebeca y María, que se van esta tarde, y de Martin claro. Hacía tiempo que no estábamos todos juntos, llevamos desde que llegó hablando de hacer algo y al final ha sido el último día —dijo su madre, andando con paso acelerado hacia la cocina, obligando a su hijo a seguirle para poder escucharle.
Una comida de las dos familias juntas después de sus últimos encuentros con Martin iba a ser en cuanto menos interesante, pensó Juanjo.
—¿Se supone que tengo que hacer yo la comida para todos? —preguntó, porque su madre había hecho muchos postres durante el verano. Había hecho tartas, pasteles y bollería, pero el que se haba encargado de preparar la comida cada día había sido él, despertándose antes para dejarla hecha si ese día no iba a comer en casa o cocinando de más para tener tuppers de emergencia para imprevistos.
—Si fuera así te habría despertado mucho antes, hoy cocino yo —contestó Nieves abriendo la nevera para sacar pimientos y guisantes.
—¿Y qué se supone que vas a hacer?
—Quería hacer una paella —dijo convencida mientras seguía revoloteando por la habitación y sacando el resto de ingredientes, pero Juanjo no podía apartar la mirada de esos dos primeros. De los pimientos y de los guisantes.
—Creo que acabas de matar a un valenciano.
Por un instante, recordó la voz de Javi repitiendo incontables veces los ingredientes de una buena paella, él mismo había intentado aprender de sus "más de 35 años de experiencia" de los que tanto presumía. "Llevo haciendo esto desde los 16", repetía cada domingo de verano cuando un Juanjo de 19 años alababa el sabor, pero a pesar de tener talento para la cocina, Juanjo nunca le había cogido el punto a ese arroz en específico. Expulsó el recuerdo de su mente tan rápido como entró, no era el momento.
—¿Si hago yo la comida me dejarás librarme de fregar? —preguntó Juanjo otra vez, echando un vistazo a su alrededor y encendiendo la cafetera porque sino no sería capaz de afrontar el día.
ESTÁS LEYENDO
14 Veranos
RomanceJuanjo ha pasado todos los veranos de su vida en el mismo sitio, un pueblo pequeño, sin nada que hacer y lleno de gente mayor. Sería fácil quejarse del aburrimiento o de la falta de gente de su edad, podría decir que preferiría quedarse con sus amig...